Cuando era pequeño, pensaba en las personas de más de 50 años como esos “abuelos” que acompañaban o recogían a sus nietos del colegio. Nunca me imaginé a mí mismo con esa edad.
Y un día llega. Casi sin pensar, en un respiro, vas y cumples 50. Y en otra exhalación, ¡57!.
Muy bien se tiene que dar, para que viva otros tantos… He vivido ya más de la mitad de mi vida. Más de la mitad de las cosas que “debo vivir”. He plantado algún que otro árbol, he tenido una maravillosa hija, he montado en globo, y aunque no he publicado ningún libro, creo que lo de escribirlo lo tengo ya convalidado. Y bueno, independientemente de este conocido formulario, he tenido la fortuna de perseguir y cumplir muchos de aquellos sueños de aventurero y trotamundos que revoloteaban por mi cabeza cuando era niño. Así que no puedo quejarme.
Este año una reflexión me llevó a decidir señalar que ya no sé cuántos años tengo; sé los que ya no… “hoy ya no tengo 57”. Una buena oportunidad para agradecer, ser feliz y compartir.
Desde el día que nacemos, el planeta va dando tantas vueltas al sol como años vamos cumpliendo. Así que incluso me parece algo caprichoso establecer el inicio del año el uno de enero. Pues para cada cual, podría ser precisamente la significativa fecha de su cumpleaños.
Y aunque cumplir años es como una cuenta atrás, también es una cuenta hacia delante. Y conforme vamos cumpliendo, el espacio dentro de ti se vuelve más sereno y se amortiguan los ruidos del mundo exterior. Mente y corazón se encuentran más en armonía. Cumplir años te permite vivir el presente sin cargas del pasado y sobre todo sin la ansiedad por el futuro. En este caso más es menos. Vas construyendo un refugio personal obrado con aceptación, gratitud y capacidad de soltar lo que no puedes controlar. Así que lo uno por lo otro. O más bien, no existe lo uno sin lo otro…
Hay ciertas cosas que ya he aprendido a lo largo de estos años: Que darlo todo, no significa recibirlo todo; Que hay que disfrutar los instantes, porque son efímeros y fugaces; Que todo sucede cuando tiene que suceder y por alguna razón; Por mucho que te impacientes, ni antes ni después; Que quien te hace llorar no merece tus lágrimas; Que el amor aparece cuando menos lo esperas, y forzarlo a aflorar es una equivocación muy común; Que hay amigos que son familia, y familia que son solamente conocidos; Que siempre hemos de imponer nuestra voluntad a nuestras debilidades en la eterna lucha entre deseos de reto y pereza; Que ser bueno, no es ser idiota. Ser bueno es una virtud o cualidad, que algunos idiotas desconocen. Que no somos lo que dicen que somos, si no lo que hacemos con lo que somos. Y que la palabra exacta, puede abrir puertas imposibles o cerrarlas para siempre.
Lo mejor que he hecho estos últimos años, ha sido aceptar que pase lo que pase, “pasa”. Y que todo lo que pasa o quien pase, por lo que sea, siempre está bien. He aprendido que todas esas veces que me dijeron que callar mantenía la paz, esa paz no era mía. Que el verdadero aprendizaje muchas veces consiste en desaprender. Que existen dos razones para parar y cambiar: Que aprendiste demasiado, o ya sufriste suficiente. He terminado de ser consciente que ante algunos traumas cerré mi corazón y me puse una armadura, pero que al sanarlos, lo he abierto y claro, he puesto límites.
Vivimos en unos tiempos en los que se venera la juventud sin concesiones, cuando lo que ahora más
aprecio yo, es que exponencialmente, cada año me gusta más valorar las cosas verdaderamente importantes y disfrutar con pasión mi vida. De esta forma reivindico mi edad, cada edad. Y me gusta celebrarlo, porque cada día que pasa me siento mejor conmigo mismo, y porque significa un año más de crecimiento y aprendizaje. Dejando atrás miedos. Significa que estoy vivo y que estoy aquí, que mi camino aún no ha terminado. Que me quedan muchas cosas que aprender, muchas puertas por abrir, muchos viajes por hacer, personas por conocer, aventuras por vivir, y escenas que compartir. Pero lo más bonito de cumplir años es, definitivamente, poder hacerlo junto a esas personas que amas.
Se dice que los ancianos son sabios, y que a fuerza de haber vivido saben más y mejor… así que hazte caso a ti mismo antes de que sea demasiado tarde, dejando de lado las penas, la vergüenza, el miedo a fracasar o a hacer el ridículo, porque nada de eso te importará más adelante.
Este año descubrí una máxima de Clint Eastwood que me encantó y hago mía: A sus 93 años, está dirigiendo una película (espero que no la última), y le preguntaron: “Señor Eastwood, ¿Cómo hace para mantener esa fuerza de voluntad a su edad?”. A lo que respondió: “No dejo que el viejo entre en mi”…
No tengo más que decir. A por mi siguiente vuelta al sol con los brazos abiertos, para abrazar todo lo que me quiera ofrecer. La última ha estado bien…