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Kilómetros
de acariciar recuerdos, crear, y viajar con mi imaginación. O de navegar en
lágrimas los momentos tristes (este año hubo uno especialmente doloroso); momentos
de izar mis velas hacia un viaje interior y descubrir lo que tengo dentro. Momentos
de inflexión. Instantes de descubrir, de bañarme en amaneceres y atardeceres
para iluminar mis instantes más tristes.
Con
estos kilómetros, se va el año 2023. Y muchas cosas se van junto con él. Pero en
estos kilómetros, he aprendido que el futuro no tiene atajos, que la duda
sabotea el amor, y que los ojos, la mirada, si es verdaderamente la ventana del
alma.
Con
este año que se va he aprendido a escoger. A saber quién para siempre, quien a ratos, y quien nunca
más.
He
aprendido que mis circunstancias nunca deben pesar más que mis sueños. Que en
las decepciones que arrancaron mis alas, puedo hallar la fuerza para alzar de
nuevo el vuelo.
Que
hay personas que se han ido, pero siempre seguirán siendo.
He
comprobado que por suerte nuestra memoria es selectiva, y termina guardando por
encima del resto las cosas bonitas. He sentido que la clave está en lo simple:
Los días sencillos, los gestos sin importancia, los despertares pausados, un
baile espontáneo, un viaje imprevisto, un abrazo auténtico, una risa floja,
perder la razón, o un simple ¡te amo! sin abreviaturas.
Este
año que viene quiero más sueños. Y no los espero, lucharé por ellos. Este año
quiero ser simple. Porque es simple ser feliz, pero difícil ser simple.
Y
con ello quiero sentir que mi vida se puede ir en cualquier momento, porque eso
me hará aprovechar cada día.
No
quiero ser de esos que por ser herido hiere, ni por ser criticado critica… Seré
yo mismo, e iré solamente a lugares donde mi alma se sienta bien; me rodearé de
esas personas que al verlas notas que centellean, porque tienen un propósito en
su corazón y les brillan los ojos. De esas que a los cinco minutos de
conversación, tienes claro que les contarías tu vida entera, y escucharías la
suya. A escapar por tanto de esas que hacen que nada fluya y llevan la excusa
por bandera.
Dejamos
atrás otro año y seguimos siendo tremendamente incoherentes: Vivimos como si no fuéramos a
morir jamás, y morimos afligidos como si nunca hubiéramos vivido; tenemos prisa
por crecer, y después anhelamos esa infancia perdida; perdemos la salud por ganar
dinero, y más tarde lo gastamos para tener salud, y lo peor, pensamos tan
ansiosamente en el futuro, que desatendemos el presente. De este modo no
vivimos ni presente, ni futuro.
Así que, en resumen, propósito del 2024, ¡vivir el presente!. Y aunque no sea del todo verdad que recibimos lo que damos, mi propósito será recordar cada segundo, que lo que damos dice a los demás quiénes somos.
¡Feliz 2024!