 Las sensaciones buenas o malas, son ingredientes de la experiencia, y los pensamientos mientras entrenas, las fantasías, pueden ser tan efectivas como las sensaciones, y vitales para la experiencia.
Son las siete de la mañana. Me cubro bien el cuerpo secundando las mallas y la camiseta térmica recia y la chaqueta fina de goretex con un gorro de lana que me compre en Whitehorse (Canadá) el año pasado antes de la Yukon , guantes y un buf. Tres grados bajo cero, luna creciente y cielo raso rasísimo. He tenido suerte, ha habido muy pocos días serenos en lo que llevamos de invierno. Estamos casi en medio del invierno y hay media luna. Todo es medio. Hasta mi conciencia esta a medias cuando salgo a correr a las siete y media de la mañana.
Arranco a trotar a oscuras hacia el camino viejo de Cregenzan. Olor a tierra mojada. El olor a tierra mojada es como el beso de una madre. Un beso que vuela y embriaga la nariz. Lentamente el aire escarchado empieza a toparse con mi rostro. Mi paso comienza apático y tranquilo demandando temperatura, cadencia y razonamientos efectivos durante las primeras cuestas, en las que aún me cuestiono que hago aquí a estas horas y tengo que pensar en el premio, el objetivo del Báltico que ya está a tan solo un mes.
Cuando llevo dos kilómetros de subida en penumbra, comienzan a matizarse los contornos de los olivos con las primeras luces del día antes de salir el sol. Con esta claridad que hay desde que raya el día hasta que sale el sol, se corre bien; perezosamente por estar aún entorpecido de frío y sueño, pero bien.
Hace frío, mucho frío, pero pienso, - Mas frío hizo en la Yukón, o hará en el Báltico y tendrás que aguantar. En quince o veinte minutos de trote me encuentro en la corona del monte de Barbastro. El sol ya ha cobrado asiento, y se ve todo el paisaje. A un lado la sobresaliente barrera del Pirineo con sus majestuosas y nevadas cimas, y al otro el Somontano, los terruños de vides escarchadas, y Barbastro humeante subyugado desde lo alto. Paso una y otra vez, un día tras otro, y siempre me regocijo en esta visión a cualquier hora del día.
Las sensaciones buenas o malas, son ingredientes de la experiencia, y los pensamientos mientras entrenas, las fantasías, pueden ser tan efectivas como las sensaciones, y vitales para la experiencia.
Son las siete de la mañana. Me cubro bien el cuerpo secundando las mallas y la camiseta térmica recia y la chaqueta fina de goretex con un gorro de lana que me compre en Whitehorse (Canadá) el año pasado antes de la Yukon , guantes y un buf. Tres grados bajo cero, luna creciente y cielo raso rasísimo. He tenido suerte, ha habido muy pocos días serenos en lo que llevamos de invierno. Estamos casi en medio del invierno y hay media luna. Todo es medio. Hasta mi conciencia esta a medias cuando salgo a correr a las siete y media de la mañana.
Arranco a trotar a oscuras hacia el camino viejo de Cregenzan. Olor a tierra mojada. El olor a tierra mojada es como el beso de una madre. Un beso que vuela y embriaga la nariz. Lentamente el aire escarchado empieza a toparse con mi rostro. Mi paso comienza apático y tranquilo demandando temperatura, cadencia y razonamientos efectivos durante las primeras cuestas, en las que aún me cuestiono que hago aquí a estas horas y tengo que pensar en el premio, el objetivo del Báltico que ya está a tan solo un mes.
Cuando llevo dos kilómetros de subida en penumbra, comienzan a matizarse los contornos de los olivos con las primeras luces del día antes de salir el sol. Con esta claridad que hay desde que raya el día hasta que sale el sol, se corre bien; perezosamente por estar aún entorpecido de frío y sueño, pero bien.
Hace frío, mucho frío, pero pienso, - Mas frío hizo en la Yukón, o hará en el Báltico y tendrás que aguantar. En quince o veinte minutos de trote me encuentro en la corona del monte de Barbastro. El sol ya ha cobrado asiento, y se ve todo el paisaje. A un lado la sobresaliente barrera del Pirineo con sus majestuosas y nevadas cimas, y al otro el Somontano, los terruños de vides escarchadas, y Barbastro humeante subyugado desde lo alto. Paso una y otra vez, un día tras otro, y siempre me regocijo en esta visión a cualquier hora del día.
 Una vez superado Cregenzán, y por la carretera hacia Salas y Montesa, a un kilómetro y medio voy a buscar el camino de tierra que une Cregenzan con Burceat en dirección oeste. Desde aquí, cerca ya de Burceat, en el paisaje de mi infancia y mis primeras aventuras infantiles, ya me noto cómodo y templado mientras en la radio, que oigo a través del teléfono móvil, escucho las noticias o algo de música.
Una vez superado Cregenzán, y por la carretera hacia Salas y Montesa, a un kilómetro y medio voy a buscar el camino de tierra que une Cregenzan con Burceat en dirección oeste. Desde aquí, cerca ya de Burceat, en el paisaje de mi infancia y mis primeras aventuras infantiles, ya me noto cómodo y templado mientras en la radio, que oigo a través del teléfono móvil, escucho las noticias o algo de música. Ya en Burceat, justo frente a la antigua almazara de aceite del pueblo y las ruinas de lo que fue la abadía de la iglesia, giro a la derecha para bajar hacia el canal que alcanzo enseguida por una viva pendiente de tierra. Aquí, siempre miro una la rampa de cemento que se interna en el agua contigua al puente que cruza el canal , en la que aún puedo imaginar a mi abuelo y mi abuela con sendos pózales y esponja lavando su Renault 8 "amarillo".
En un ligero ascenso, empalmo con la carretera asfaltada de servicio del canal que cojo en dirección a Salas Bajas. Por este paraje de toboganes, visualizo circunstancias, momentos de la Yukon, y durante algún instante me imagino de nuevo allí , en un estado como de trance. En estos intervalos, si marcho solo, mi concentración es tal, que noto de nuevo el peso de la pulka, o mis brazos se mueven métricamente como si estuvieran propulsando unos imaginarios bastones, e incluso en alguna de mis pisadas me parece escuchar el rechinamiento de la nieve y el hielo bajo mis pies. Es un estado de abstracción, concentración y visualización que me encanta. 
En pocos kilómetros, llego a la carretera que me lleva de Salas Bajas a Barbastro y me acomodo a ritmo por su arcén hasta llegar de nuevo a casa. Al final, independientemente de las percepciones, siempre te sientes bien. Cada día, cada semana, noto de nuevo más fuerza en las piernas y mejor los pulmones. A sido un buen día, un día de entrenamiento corriente ; 21km que termino con una sesión de estiramientos, abdominales y ejercicios tirado frente al televisor en casa viendo un fragmento de alguna película.
 
 

 Las carreras de gran fondo, o las grandes escaladas, además de proponerte un gran desgaste físico y plantearte un esfuerzo importante en general, te proponen un importante incremento en tu superación personal. De este modo en muchas ocasiones debes enfrentarte, además de a los obstáculos propios de la carrera en si misma o las inclemencias y el relieve de la montaña, a situaciones de superación individual que se encuentran en tus reflexiones, en tu propia cabeza. Desde el comienzo, desde los entrenamientos puedes comenzar a proyectarte, imaginarte en situaciones de la carrera o expedición donde será necesario tener una gran convicción del objetivo que quieres lograr. Los entrenamientos nos proponen un escenario donde  puedes optimizar los instrumentos que posteriormente te serán muy necesarios durante la carrera, la escalada, o el objetivo final. ¿Dónde está el límite? Para muchos alcanzar la meta es el objetivo más importante, y es suficiente para mantener la concentración durante el transcurso de una carrera y motivarse. Sin embargo el tiempo que transcurre entre pruebas es catalizador del aburrimiento, y de la rutina. Frente a esto, los objetivos personales, el dia a dia, son de gran valor para mantener la motivación. Marcarse pequeños objetivos. La superación personal en distancia, la evolución de tu resistencia, trabajar la respiración, el nivel tecnico, o el propio ritmo. Después de tres años entrenando puntualmente muy duro para las metas que me he marcado, este año estoy disfrutando mas de los entrenamientos simplemente relajándome. Los rodajes mínimos los hago de veinte kilómetros mas que otros años, pero me cuestan menos, y los máximos en tan solo dos semanas de intensidad y más rigor, de cuarenta, y los disfruto quizás simplemente porque estoy relajado.
"¿A qué le temes?", me preguntó alguien hace unos días. No supe que contestarle y salí del paso con una respuesta trascendente: - “A mí mismo”. Hoy, pensando en ello mientras corría (a las siete y media de la mañana) creo que le tengo miedo a lo mismo que la mayoría: le temo a todo lo que viene. Pero hay algo más importante que el miedo y que sin duda lo vence: una ilusión que lo compense todo: Esa agradable sensación de Crecer .
Las carreras de gran fondo, o las grandes escaladas, además de proponerte un gran desgaste físico y plantearte un esfuerzo importante en general, te proponen un importante incremento en tu superación personal. De este modo en muchas ocasiones debes enfrentarte, además de a los obstáculos propios de la carrera en si misma o las inclemencias y el relieve de la montaña, a situaciones de superación individual que se encuentran en tus reflexiones, en tu propia cabeza. Desde el comienzo, desde los entrenamientos puedes comenzar a proyectarte, imaginarte en situaciones de la carrera o expedición donde será necesario tener una gran convicción del objetivo que quieres lograr. Los entrenamientos nos proponen un escenario donde  puedes optimizar los instrumentos que posteriormente te serán muy necesarios durante la carrera, la escalada, o el objetivo final. ¿Dónde está el límite? Para muchos alcanzar la meta es el objetivo más importante, y es suficiente para mantener la concentración durante el transcurso de una carrera y motivarse. Sin embargo el tiempo que transcurre entre pruebas es catalizador del aburrimiento, y de la rutina. Frente a esto, los objetivos personales, el dia a dia, son de gran valor para mantener la motivación. Marcarse pequeños objetivos. La superación personal en distancia, la evolución de tu resistencia, trabajar la respiración, el nivel tecnico, o el propio ritmo. Después de tres años entrenando puntualmente muy duro para las metas que me he marcado, este año estoy disfrutando mas de los entrenamientos simplemente relajándome. Los rodajes mínimos los hago de veinte kilómetros mas que otros años, pero me cuestan menos, y los máximos en tan solo dos semanas de intensidad y más rigor, de cuarenta, y los disfruto quizás simplemente porque estoy relajado.
"¿A qué le temes?", me preguntó alguien hace unos días. No supe que contestarle y salí del paso con una respuesta trascendente: - “A mí mismo”. Hoy, pensando en ello mientras corría (a las siete y media de la mañana) creo que le tengo miedo a lo mismo que la mayoría: le temo a todo lo que viene. Pero hay algo más importante que el miedo y que sin duda lo vence: una ilusión que lo compense todo: Esa agradable sensación de Crecer .





