
Así
que una vez publicado esta pasada semana, aquí os hago partícipes del mismo:
Con
este escrito no pretendo sentar cátedra para nada. Faltaría más.
No
soy psicólogo, y como padre soy un absoluto principiante.
Así
que no quiero escribir fundamentándome en mi papel de padre, si no por el
contrario en mi papel de ex niño. Y lo de ex lo pongo por edad, y no porque no
siga sintiéndome como tal.
Escribo
como un niño al que influyó indiscutiblemente el contacto con la naturaleza y
la montaña en su educación, pasión y
personalidad.
Inicialmente
gracias al por entonces grupo Scout Calasanz, y más tarde a Montañeros de
Aragón de Barbastro. Porque considero un hecho probado, que lo que uno ama en
su infancia se queda en el corazón para siempre.
Y doy
fe, que con el paso de los años te das mas cuenta, que la auténtica hazaña no
está en lo que hallas conquistado, sino en el prolongado camino que has
recorrido para llegar a ello. Y ese camino comienza en tu niñez.
Para
empezar debemos aceptar que la infancia es un privilegio de la vejez. Y debemos
recordar como todos de niños sentíamos esa necesidad de ir más lejos, más alto,
buscar lo más difícil, o ir hacia lo desconocido.
Recordar
como a diario sentíamos ese ánimo que despertaba nuestra capacidad de soñar y
nuestra imaginación.
Y si,
hoy en dia es más difícil, y se lo ponemos igualmente más difícil a los niños.
Porque vivimos inmersos en una vida estresante, vertiginosa, competitiva y
subyugada a las nuevas tecnologías, en la que muchas veces no somos capaces de
desconectar y tomar tiempo para nosotros mismos, y mucho menos en familia. Y
arrastramos a ello a nuestros hijos a los que cargamos de cometidos, deberes y
actividades extraescolares.
Sin
confundir los propósitos, partiendo de la base de que nadie estamos en este
mundo para realizar los sueños de nuestros padres sino los propios, los niños
son unos discípulos dispuestos, curiosos y vivaces, y por ello la naturaleza y
la montaña, les ofrece una experiencia sensorial plena: Ver, escuchar,
olfatear, palpar, saborear.
Además
aquí somos privilegiados. Tenemos la sierra y la montaña a tiro de piedra para
aprovecharla, y por supuesto existen
asociaciones juveniles o clubes de
montaña como montañeros, donde se organizan excursiones o actividades de
montaña para niños y en familia.
Se
trata de recrear, compartir, y sobre todo delegar en ellos con unas actividades
sanas y divertidas en la naturaleza.
Actividades
en la naturaleza y en grupo, que no solo les empujan a compartir, les incitan a
actuar con responsabilidad, y les aportan grandes dosis de adhesión, afecto,
respeto, espíritu de superación y ganas de avanzar y crecer.
Las
actividades en la montaña son una buena oportunidad para que nosotros los
padres brindemos a nuestros hijos experiencias tan sencillas como sinceras.
Porque
el juego y la actividad física al aire libre permiten que los niños sean más
sociables y cooperativos.
Durante
la infancia, el contacto directo con la naturaleza, las actividades lúdicas o
de descubrimiento del medio natural, sirve para convertirse en adultos
vigorosos, conscientes y cuidadosos del entorno que les rodea.
Y por
supuesto, la naturaleza saca lo mejor de los niños; Solo tienes que
observarlos, o recordarte a ti mismo cuando de niño ibas de excursión.
Inmediatamente
los notas desahogados, felices, y libres para dar rienda suelta a sí mismos y
su imaginación.
Respeto
por el entorno, por la naturaleza y los animales, incremento de la actividad
física, mejor salud mental y emocional, conocer mejor el mundo en el que viven
y, sobre todo, afrontar el día a día de una manera más positiva.
¿Qué
mas podemos pedir para un niño o niña?
El
cuidado del entorno es algo que debe inculcar en la infancia. Porque esto
forjará adultos más responsables y con mayor conciencia social y ecológica. Que
falta hace en un mundo cada vez más usufructuado y achacoso.
Y
nunca olvidemos que son niños y niñas.
Que correr, saltar, reír o gritar libremente, son para ellos actividades
enormemente sugestivas que canalizan su indestructible energía. Y si esto lo
hacemos al mismo tiempo en un entorno de naturaleza que fomenta libertad y
creatividad, entonces esos beneficios se amplifican enormemente.
El
contacto con la naturaleza en la primera infancia es una huella imborrable, que
se posa como una semilla que germinará más adelante en forma de buenos
recuerdos y valiosas lecciones.
Los
niños, con su esquema físico y mental, e incluso afectivo, son aún un boceto de
lo que serán, pero son bocetos llenos de energía y risas. Y si sabemos
motivarlos, se convierten en una explosión de fuerza, deseos y sueños. Y
disfrutando junto con ellos, todo te relega a tu propia infancia, dándote
cuenta que es en la sencillez donde reside lo racional.
No siempre logramos crear un buen futuro para
nuestros hijos, pero si podemos cimentar a nuestros hijos para su futuro.
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