
Se
realizó una interesante ruta circular por el entorno del monasterio del Pueyo y
Ra Guardia, conducida por Juán Manuel Sanz, experto naturalista, donde con su
ayuda realizamos una interesantísima observación botánica.
Juán
Manuel nos iba explicando a niños y padres la biodiversidad de la zona, y
muchas y variadas especies de plantas y flores.
En un
instante durante la mañana, como explicación a algunos fragmentos de fósiles
que observaron los niños en la parte norte de Ra Guardia, nos contó una
curiosidad. Según los geólogos, esta atalaya montañosa lejos de todo, era un
pedazo del Pirineo lanzado desde allí y desplazado sobre los fondos marinos y
arcillosos que los separan hasta aquí.
Esta
curiosidad, avivó mi imaginación, y al igual que hace unos meses discurrí y escribí la leyenda de los Guarabundos sobre
la formación de los barrancos de Guara, me puse a imaginar una leyenda sobre
este curioso sucedido, partiendo de una leyenda ya conocida del Pirineo.
Una
nueva leyenda que diera “supuesta” explicación a este promontorio perdido en
medio de la nada en el Somontano, y que tanto nos atraé:
UN TROCITO PERDIDO DE PIRINEO
En
tiempos inciertos, en esta zona de la tierra que hoy dominan los Valles y
montañas del Pirineo, gobernaba el rey Túbal (nieto de Noe).
Túbal
tenía una bellísima hija llamada Pyrene.
Y
cuenta la leyenda, que Pyrene era tan hermosa, que muchos solo al
verla pasear por los bosques enfermaban de amor por ella.
Pero
por mucho que los hombres la pretendieran, su corazón estaba reservado a Hércules,
el famoso héroe griego con el que la joven princesa se encontraba a escondidas
de su padre en el bosque.
Y pese
a verse furtivamente, un dia el amor de la pareja fue descubierto por Túbal.
Este, furioso por la traición, desterró a Hércules de su reino.
Pyrene,
consumida por la tristeza seguía vagando por el bosque con la esperanza de que
su amado Hércules regresara para buscarla y huir juntos.
Un
buen día, mientras Pyrene vagaba por el bosque confiando ver aparecer a
Hércules, se encontró con Gerión, un horrible gigante que quería casarse con
ella y poseerla. Y esta lo rechazó.
Gerión
disgustado y encolerizado, mató a Túbal, y persiguió a Pyrene que salió huyendo
hacia ese bosque que tan bien conocía.
Y
aunque Pyrene pudo huir y esconderse, Gerión, estaba tan deseoso de hacer suya
a la
joven pero a la vez tan resentido por su rechazo, que incendió el bosque
para que esta no pudiera ocultarse.
Un
águila, testigo de todo lo que había sucedido, avisó a Hércules.
Este acudió veloz para rescatar a su amada, pero cuando llegó, Pyrene estaba a
punto de exhalar su último aliento.
Hércules,
tomando a su amada entre sus brazos, momentos antes de que ella falleciese, le
declaró amor eterno.
Desgarrado
de dolor, enterró a su amor encajando voluminosas piedras alrededor del cuerpo
de Pyrene.
Y lo hizo con tanta pasión, y durante tantos días, que elevó enormes montañas para ocultar el cuerpo de su bella amada.
Y lo hizo con tanta pasión, y durante tantos días, que elevó enormes montañas para ocultar el cuerpo de su bella amada.
Y
así, a imagen de la hermosura de la joven princesa y de su amor con Hércules, brotaron los
Pirineos. La cordillera más bella de la Península Ibérica.
Hasta
aquí, una leyenda bien conocida.
Pero
lo que la gente no sabe, es que hace cientos de años, cerca, en un lugar cuyo horizonte estaba engalanado
con el mausoleo de Pyrene, es donde cuentan que ocurrió esta otra historia.
Una historia que a pesar del tiempo trascurrido,
su recuerdo sin saberlo regresa a la memoria velada.
Cuentan que en las llanuras de lo que ahora se
conoce como Somontano de Barbastro, un joven y apuesto caballero estaba
enamorado de una mujer de una belleza comparable a la pureza de la blanquísima
nieve que cubría cada invierno aquellas montañas del horizonte.
Se llamaba Ánchela. Una joven de tez lozana,
ojos azules, rasgos finos y suaves, y cabello de claro, casi
enlucido.
Un dia, cuando ella se encontraba recogiendo agua
de la fuente, él tímidamente se acercó, la cogió de la mano, y
titubeando, pero de la manera más espontánea y sincera de la que fue capaz,
logró decirle:
- “Quería confesarte todo lo que siento por tí. Cada día me
angustio de dolor por dentro, pues es tan grande el amor que siento, que ni
toda esa nieve de las montañas que vemos a lo lejos, serian capaces de
ahogar el ardor que hace latir mi corazón al verte cada día; “Te amo con toda mi alma”.
Sorprendida y
halagada, lo miró silenciosamente y sonrió. Y con
ruborizado semblante, le dijo:
- “Me abruma tanta distinción. Y recojo tus
palabras con la misma palpitación con la que tú las pregonas. Pero, ¿no os
parece que toda declaración de amor verdadero, debería estar
acompañada de alguna gran gesta?”.
El joven caballero dispuesto respondió:
- “Aquí donde me veis os interpelo a ello.
¿Qué es lo que queréis que haga para merecer vuestro amor?. Porque os garantizo que conseguiré
aquello que me propongáis, si así consigo demostraros lo que
siento”. Recalcó.
Su delicada boca se iluminó, y dijo:
- “¡ Mi galante enamorado!. Os tomo la palabra y
manifiesto, que si no son verdad vuestras palabras, este es el momento de
que abandonéis vuestro propósito, porque el reto que voy a proponer no
esta al alcance de timoratos ni fanfarrones”.
Él, la miró con los ojos bien bien abiertos,
dando a entender que solícitamente quería oír esa proposición.
Y ante esta evidencia, ella prosiguió:

Hizo una pausa y dijo:
- Si es verdad que por mí mueres de amor, esa cueva encontrarás, la flor hallarás y me la traerás.
El rostro del joven se oscureció un instante, pero después apretó los dientes y sus puños, se volvió a iluminar y juró:
-“¡ Por tu amor, te traeré esa flor!”. Y marcho con paso erguido y vigoroso.
- Si es verdad que por mí mueres de amor, esa cueva encontrarás, la flor hallarás y me la traerás.
El rostro del joven se oscureció un instante, pero después apretó los dientes y sus puños, se volvió a iluminar y juró:
-“¡ Por tu amor, te traeré esa flor!”. Y marcho con paso erguido y vigoroso.
Pasaron días, meses, e incluso años, y el joven no regresaba.
Ella, arrepentida pues fue suficiente prueba de
amor su determinación y coraje para subyugar su corazón, todas las noches
cuando nadie la veía, lloraba e imploraba su regreso.
Y tanto se abatió, que por la pena acabó perdiendo el juicio. Y esa pesadumbre expiró una de aquellas largas noches con su muerte.
Y tanto se abatió, que por la pena acabó perdiendo el juicio. Y esa pesadumbre expiró una de aquellas largas noches con su muerte.
Después, según cuentan sus descendientes,
una fría noche de otoño, entre la
niebla, él regresó.
Y al saber de su muerte, quebrado de pena fue a
visitar el lugar donde la habían sepultado bajo un gran árbol en medio del
campo.
Y arrodillado sobre su tumba, entre sollozos,
depositó la flor más bella que nadie
había visto jamás.
Al dia siguiente, al amanecer, nadie daba
crédito.
El terreno uniforme y regular donde se hallaba la
tumba había desaparecido, y se había transformado en una montaña que imperaba
sobre el entorno y podía divisarse a kilómetros de distancia. Se dice que la resulta de aquella flor
tomada, corazón de Pyrene, con ese acto de verdadero amor, obró un sortilegio
que sin explicación, hizo que allí en medio de la nada brotara un trocito del
Pirineo.
Aunque otros afirman muy categóricos, que durante
aquella noche, él desolado se desplomó sobre la tumba de su amada, y que el
mismísimo Hércules emergió para retornar la flor de Pyrene a las entrañas del
Pirineo.
Y este, al descubrir inertes a los dos amantes,
recordó su amor con Pyrene y decidió
desgajar un pedazo de Pirineo, panteón de su amada, e inhumarlos juntos componiendo esa pequeña montaña sobre
ellos.
Pasó el tiempo y un invierno tras otro la nieve
arropó las cumbres de las prominentes montañas del horizonte. E incluso alguna
vez, como si fuera un reverencial recuerdo de su origen, nevaba en aquel pedazo arrancado al Pirineo
en el Somontano.
Y desde allí arriba, cualquier abrigo era
acariciado por un etéreo manto helado.
Y el frío que exhalaban todas estas montañas
altas y bajas, visitaba los valles que se habían formado a su protección,
coagulando lagos y ríos.
Y como canto de sirena, convidaba a hombres
impetuosos y valientes a recorrerlas. Y al recorrerlas, sin disquisición surgía
pasión, delirio y emoción; y sin justificación alguna se sentían atraídos por
ellas. Como enamorados.
Por
eso “señalan”, que las montañas son como el amor: Exploración, aventura, y
conquista; y representan pasión, riesgo, aventura, y lo desconocido,
devolviéndonos a lo que realmente somos.
Aunque
tal vez es la conjurada consecuencia del
hechizo resultante de esas poderosas historias de amor que cobijan sus
entrañas.
¿De
que otra manera podría suceder ese encanto?
Esta es la leyenda o “explicación”, del porque
esa querencia por las montañas de Pirineo, y también por ese trocito perdido en
el Somontano, donde años mas tarde se erigió el Monasterio de la virgen del
Pueyo.
Pero esa es otra historia...
Precioso el relato Javi. ¿Para cuando el libro?
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