Ya
sea por el cañón propiamente dicho, o por el multitudinario senderismo que
mueve en sus inmediaciones en lugares como las pasarelas, o las pinturas
rupestres.
Durante
miles de años el agua ha ido esculpiéndolo, y su fisonomía, sus muros, están
cincelados de tal modo, que conciertan una obra maestra de la naturaleza.
Confinados
en su interior seis kilómetros de plena naturaleza, hilada y estimulada por el río Vero, en un
tramo que va desde fuente Lecina, hasta el puente románico de Fuentebaños a los
pies del monumental pueblo de Alquézar donde el río ya se desempaqueta.
En
medio, extraordinarias escarpas, cuevas, bulliciosos caos de rocas, badinas,
oquedades, fauna, flora, y pinturas rupestres, ajustando un espectáculo de
agua, roca, vegetación y vida, luces y sombras incomparable.
Su
belleza ha hecho, hizo de él, el descenso más afamado de los cañones de la
sierra de Guara y traspasó fronteras.
Y en
él, a principios de los años ochenta, nació el Barranquismo como actividad y
deporte.
Y yo, cada año sin excepción sigo regresando a sus
aguas, y estoy convencido, que existe una profunda influencia o empeño interior
que me lleva a buscar mi energía en este lugar, en una especie de decálogo
íntimo.
Este año lo necesitaba mas
que otros, y no será la última vez que este verano lo recorra para recargar ánimo.
Desde la primera vez cuando
tenia trece o catorce años, lo he descendido todos los años de mi vida.
Y ya son mas de 35 años
fieles a nuestra cita.
En solitario o guiando,
corriendo, lloviendo o con circunstancial tormenta, crecido, desaguado, de día,
por la noche, hacia arriba o hacia abajo...
Desde la primera vez con
amigos cercanos, he guiado por su cauce, a cientos de personas.
Este pasado domingo fue
tremendamente especial; primero realicé un Vero completo con Javier, un nuevo
componente del viaje de este año a Bolivia, para después, volver a adentrarme
en su cauce, en el pequeño caos de la central de Alquézar, para realizar un
mini Vero por vez primera con mi hija.
Ya se había bañado en sus
aguas muchas veces, pero esto ya era barranquismo y no baño: neopreno (mini),
escarpines, casco, las rocas y el río.
Y...La
sonrisa de un niño es fascinante; es un categórico argumento de la vida.
Ya hace unos años practiqué la experiencia con
niños muy pequeños en este breve caos. Mi hija con dos años nos miraba jugando
en la orilla. Hoy ha sido ella la protagonista.
Los niños pequeños, el mayor problema que tienen
en un barranco es el agotamiento por una larga caminata, y lo gélido de sus
aguas, con lo que un pequeño caos como este de fácil aproximación, es perfecto
para iniciarse y sobre todo para divertirse haciéndolo, pues al ser corto
tampoco al frío le da tiempo a hacer mella en ellos (con neopreno claro).
Lo pasamos tan bien, que está pensando en
repetir.
Viéndola disfrutar.... disfrutando con ella, te
das cuenta que es en la sencillez, y no en la complejidad, donde reside la
razón. Que fácil es divertirse y reír.
Creo que el Vero es mi lugar
favorito y siempre lo será.
Ese Vero soñado junto a mi
hija, ya está mas cerca.
En sus aguas, yo siento
respeto, fervor y humildad, pero me descubro tan enérgico y resuelto como
animal salvaje. Y no es amor de padre (que también), pero me pareció vislumbrar
en Nayra esa energía y ese espíritu.
Pensar que hace más de 20.000 años por esta zona,
ya corrían nuestros ancestros y tras ellos Celtas, Romanos, Árabes y
Cristianos, hace que un escalofrío recorra la médula.
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