
¿No pueden convivir juntos?.
Hacerse adulto no implica necesariamente
olvidar ese niño que todos llevamos dentro.
Porque aunque cada etapa de la vida es única
e”irrepetible”, la etapa de la “infancia” es determinante y no debiéramos
olvidarla nunca.
Para lo bueno y para lo malo, tú infancia es
tu auténtica patria.
Y lo habitual aquí, en una familia corriente,
(y por suerte), es que sea una etapa generalmente de felicidad, en la que no se
tiene conciencia de la existencia de problemas, ya que otros, nuestros
padres, maestros, etc. los solucionan por nosotros.
Son aquellos maravillosos años en los que no
nos complicábamos la vida, y disfrutábamos de cada instante.
Años, en lo que todo, por enrevesado que
fuera, lo convertíamos en juego, y todo parecía colosal y a la vez tan
sencillo.
No salíamos únicamente a jugar, salíamos de
correrías y aventuras.
Y cuando necesitábamos ver la magnitud desde
lo alto, trepábamos a un gran árbol y la contemplábamos.
Ahora de adultos, quizás esos juegos o
acciones infantiles de corre corre que té pillo, o ese barnizar nuestra
bicicleta de imaginación para convertirla en un caballo, o una moto; esas
colosales escaladas a algún abrupto árbol o por alguna pequeña ladera, se han
adaptado junto con nosotros a modo adulto, en forma de footing, natación, senderismo,
esquí o ciclismo. Sin más.
La apariencia ha cambiado, quizás nuestro
gesto, pero la raíz, el corazón, es el mismo. Es aquella simiente que
enterramos cuando niños.
Por entonces, nuestras fantasías hacían
acrobacias en torno a los personajes que participaban de nuestra imaginación.
Ahora no solo los emulamos, somos nosotros, corriendo mas lejos, escalando mas
alto, llevando aquellas ficciones a nuestro escenario real.
Lo normal cuando crecemos, es que se produzca un cambio de mentalidad tomando
conciencia de las responsabilidades. Y que cada cuál empieza a orientar su vida
en una determinada dirección, equivocándose una y otra vez hasta madurar. Esa
la realidad.
Ya de "adultos", las cosas sencillas
las enrevesamos, nos angustiamos por cualquier cosa, y todo tiene que tener un
“porque” o un “porque no”.
Asumimos esos roles a los que nos gustaba
jugar de niños: mamas, papas, médicos, veterinarios, educadores, o
aventureros...
Pero aunque somos adultos, no deberíamos dejar
de jugar con aquel niño interior.
Si observamos bien, en el fondo todavía somos
esos niños deseosos de salir a jugar, ahora en forma de aventura real, quedando
a correr, marchando al campo de excursión, escalando, realizando una
expedición, o jugando con un río mientras desciendes su barranco.
La vida está llena de magia, pero solo para la
persona que se deja envolver por ella.
No dejemos morir a ese niño por muy mayores
que seamos.
El deporte, la naturaleza, “en general”, son
formas de mantenernos en contacto directo, en roce continuo con esa etapa de
felicidad y juego.
No nos olvidemos: “El niño que no juega no es
niño, pero el hombre que no juega, perdió para siempre el niño que vivía en
él”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario