
¿Cuantos llevo?. Nunca lo sabré.
Pero seguro que paso del centenare de descensos olgadamente. Y los que vendrán.
Es con diferencia la actividad que más me estimula.
La
que más privilegiado me ha hecho sentir siempre, y me contenta de una manera difícil
de explicar.
Quizás
sea por esa amplificación emocionada de naturaleza, o simple fanatismo de un
lugareño como yo.
Pero
lo cierto es que, para mí, en los cañones y barrancos de Guara habita una serenidad
y una felicidad que hallo difícilmente en cualquier otro lugar.
Entre sus rocas y sus aguas, escuchando, sintiendo su magnitud, consigues llevar tus pensamientos a una abstracción casi total. Te olvidas del mundo.
Entre sus rocas y sus aguas, escuchando, sintiendo su magnitud, consigues llevar tus pensamientos a una abstracción casi total. Te olvidas del mundo.
Recuerdo
cuando contemplé por vez primera la parte oculta de una de estas gargantas de
la Sierra. Ya entonces me invadió una combinación de fascinación, asombro,
espejismo, ilusión, desconfianza, y temor.
Hoy
en día, más de treinta y cinco años después, esa sensación todavía me recorre
cada vez.
Y
casi al instante, apareció esa necesidad de compartirlo, de comunicarlo.
Por
ese motivo comencé a guiar grupos de manera explícita allá por el año 1984.
Algunos años de manera profesional, y otros de manera lúdica, pero siempre de manera auténtica
y fidedigna.
Y
es bonito sentirlo, pero igualmente tratar de transmitirlo y hacer partícipes a
los demás.
Porque
para mí un barranco es un entorno "mágico”.

Un
placer que puede conducirte a un estado de fuerza tal, que desata tus emociones
y todo a tu alrededor se somete a ese estado de ánimo.
Tampoco
es ningún misterio que el contacto con la Naturaleza, posiblemente sea una de
las mejores escuelas de vida que existe. Desarrolla algunos valores y
fortalece, pero a la vez sensibiliza.
Cuando
acompaño un grupo, como el pasado sábado, al final del día, cuanto mérito observo
en ellos:
Con
vértigo o sin él, con miedo o sin él, con torpeza o habilidad, con poca
voluntad o con esa ambigüedad que da el desconocimiento, y siempre acorde a las
posibilidades de cada uno, la mayoría, por no decir todos, consiguen conectar
sus almas con este mundo de contrastes inexplicables, fríos y calores, miedos
paralizantes y alegrías perdurables; de vida y de muerte.
Cuando
progresas por el corazón de uno de estos barrancos, armonizas contigo mismo y te
acreditas.
Accedes
receloso, escéptico incluso; pero paso a paso ese temor y escepticismo
disminuyen, tu confianza aumenta y te asalta la embriaguez del entusiasmo, el
respeto y la admiración.

Y
me recorre de nuevo aquel escalofrío de la primera vez. Y emerjo de esas aguas mucho
más fuerte.
Por
un día, por unos instantes, te manifiestas capaz de operar en una frecuencia
más alta de conciencia, voluntad, compañerismo e incluso valor.
Si
penetras en un barranco con la humildad de sentir, y no con la presunción de vencer,
cobrarás un sinfín de emociones que tenías olvidadas, e incluso algunas nuevas.
Lo
siento y lo comparto como una manera privilegiada, de dejar atrás por unas
horas este trastornado mundo cargado de complicaciones.
Allí
tan sólo eres un individuo impulsado por pulmones, corazón, piernas y brazos,
que progresa entre gigantescas paredes y agua.
No
eres nada, pero te sientes “TODO”. ¿No es eso maravilloso?
En un barranco, por
mí mismo, sigo disfrutando como el primer día. Pero también mucho de transmitir,
compartir, y llevar grupos de amigos.
Me satisface
sobremanera su satisfacción, pero sobre todo me emociona que sean capaces de
captar esa magia que ocultan. Y casi siempre saben hacerlo.
Si desciendes un cañón
con humildad y respeto, en él hallaras aquello que buscabas. Que muchas veces era
aquello que necesitabas encontrar.
Si por el contrario
lo haces con soberbia... como decía Quevedo: “La soberbia nunca baja de donde
sube, pero siempre cae de donde subió”
Los
miedos son muy fáciles de atesorar, incluso de crear. Pero las ilusiones son irrespetuosas
con los corazones que las albergan, y brotan solas. Son así...

Sentía
entonces y siento ahora, que entre dos cosas que parecen alejadas, hay rendijas
por las cuales puedes abrirte camino.
Es
pasión de alguien como yo cautivado por su tierra.