miércoles, 30 de octubre de 2013

SAÑA



Hace un par de semanas, Josef Ajram  se retiraba en su segundo intento de completar el reto “7Islands” (siete Iron Man seguidos en las siete islas canarias), y eso desencadenaba un terrible ensañamiento en las redes sociales, una oleada de rechazos, burlas y decepciones sin precedentes. También cómo no, hay alguna comprensiva adhesión.
Conocí a  Josef en el maratón de Sables 2008, y he de decir que de tú a tú, me pareció un buen tío. El día de la etapa larga, en la que compartimos salida entre los cincuenta primeros, mientras aguardábamos a las doce del medio día para salir, y sin yo pedírselo, me regaló un sobre de pollo al curry liofilizado para que me lo comiera antes; y el día del cumpleaños de mi madre, que casualmente coincidia con el suyo,  y que se sucedió en carrera, se enteró y me dejó afectuosamente su móvil para que la llamara para felicitarla...
Desde entonces, he de reconocer que no he seguido a Josef con asiduidad, porque quizás no armonizo con la letra gorda de su erudición, ni su forma (que respeto), pero aún sin seguirlo, siempre he sabido de él por su abundante presencia en las redes sociales y medios de comunicación promocionado sus “prácticas deportivas”, y “publicitando” el sabido lema de, “¿Where is the limit?”, cosa que he de reconocer me hacia cierta gracia.
A groso modo, no lo voy ni a atacarle ni a defenderle. Simplemente me parece (y es mi opinión), que ha sido una ingenua víctima de sí mismo, y de la utopía (o monstruo) que él mismo había creado (y se veía venir...). 
Ha sido descalabrado por su autoestima y su ego de super hombre, para luego comprobar que es más humano de lo que él mismo creía. En lo físico, y en lo filosófico. La forma más fácil de engañarse a si mismo, es creerte más o mejor que los demás.
Por lo que he podido leer con este reiterado fracaso, ha desencantado o decepcionado a un gran número de seguidores, a los que había generado pienso que “ingenuas” expectativas... ¿de? ¿por? ¿Les ha vendido una moto?. Para que alguien te venda una moto, eres tú quien tiene que comprarla...
Quizás Josef si ha equivocado sus enormes ganas de comunicarse, de divulgarse, con el exceso de protagonismo y los artificios. Y a algunos, los disfraces no solo no los ocultan, sino que por el contrario los desnudan.
Experimentar un ansia persistente de destacar, ganar, ser el "el mejor", no es sano, y los que practican deporte amateur, con este pesado auto condicionante, no creo que sean felices. ¿Como ser feliz sintiéndote continuamente forzado y condicionado por los éxitos o fracasos que tu mismo te generas?. Es vivir en crónica competencia contra ti mismo y el mundo que te rodea, y eso bueno no puede ser . Al final todo esto condiciona tu personalidad, tu vida y por ende, tu felicidad.
No me centro mas en Josef, y a colación de lo que le ha pasado, tan solo pongo un enlace a un post que ya escribí y que creo que le viene al pelo:
Me centro ahora no en quien lo critica o enjuicia de una manera civilizada, que para eso Josef se muetra de una manera publica y se expone a ello, si no en quien se ensaña.
Siempre hemos creído que la competitividad es el detonante que hace que una persona se supere. Venga o no venga al caso (el que me ocupa), conocer a otros mejores que tú en cualquier cosa, debería despertar tu deseo de progresar y no tu rencor. 
¿Porque en el mundo deportivo hay personas más preocupadas en desear fatalidades o criticar a otros, que en hacerse bien a sí mismos?.
La competitividad “mal entendida” provoca envidias, malos modos, críticas rastreras, e incluso intrigas. Si destacas en algo, aunque sea en auto promocionarte serás cruelmente reprochado y juzgado.
Pienso que la superación, debe realizarse en relación con nosotros mismos, nuestras propias capacidades y nuestras destrezas, sin compararnos con nadie, pues cada uno poseemos nuestras propias cualidades y circunstancias, y no son para nada comparables con las de ningún otro.
La superación personal puede ensalzarse, si, pero combinándola con una gran proporción de generosidad y sobre todo de humildad. Naturalidad y franqueza. La única y verdadera manera de evolucionar en el deporte amateur, es cuando lo practicamos por verdadero placer.
Por desgracia, la envidia es una manifestación psicológica demasiado común en todos los medios, pero también en la práctica deportiva.
¿Quizás se trata de un sentimiento de frustración ante algún beneficio, superioridad o éxito de otro? ¿Por qué?... ¿Te repercute en algo, o simplemente eres un resentido o un frustrado?.
Quiero imaginar que quien actúa ensañándose con otro sin oficio ni beneficio, el que siente un rencor inconsciente e irracional contra otras personas que igual ni conoce, es porque esta posee algo que él también ambiciona...
En resumen: cada día es mas la gente que se aficiona  a todo tipo de deporte y retos, y por tanto en el deporte hay un altísimo porcentaje de gente afable, llana, humilde, cómplice y colega (todos conocemos), pero también, por desgracia, como en todos los terrenos, existen personajes insatisfechos, recelosos e intrigantes (también todos conocemos alguno) que o bien se frustran y fustigan, o bien se alegran de los fracasos ajenos. ¿Por qué?¿Para qué? Para y por nada.
Deporte, ego, envidia, saña, rencor, y una competitividad mal entendida, no deberían marchar de la mano, y mucho menos en el deporte amateur.

miércoles, 23 de octubre de 2013

KILIMANJARO V (Fin)


A veces es como una calmada serenidad, otras un agudo encanto que te transmite orgullo de vivir; en ocasiones una enorme sorpresa que te pone la piel de gallina y te deja conmovido e insignificante durante largo tiempo. Pero siempre, lo que perdura, es un sentimiento de gratitud por haber sido conquistado por el espíritu de un lugar y de unas determinadas personas....
Quinto día: Barafu Hut - Uhuru Peak (cima del Kilimanjaro): (ascenso desde 4.670 a 5.895 metros; descenso a Barafu Hut y después hasta los 3.100 metros. a Mkewa Hut), 25 kilómetros.
Porque sí, en algún momento de nuestras vidas todos nos detenemos a recordar. Es decir, a tratar de mantenernos en pie y de recobrar fuerzas recordando. Pero recordar, no significa perdemos el hoy y cerramos las puertas a todo lo nuevo, no. Significa liberar los recuerdos, navegar por ellos en momentos extraordinarios, escribiendo diferentes prólogos, que ordenan particulares y únicos epílogos.
Las luces se apagan ya en el campamento, e igualmente los murmullos. Me acuesto, y aunque estoy algo inquieto por todo lo ocurrido hoy, y por la excitación de lo que está por suceder mañana (luego), consigo dormir bien un par de horas.
A las once de  la noche nos avisan, y agazapados en las tiendas perezosamente nos vestimos, y nos ponemos en pie. Por lo que escucho, la mayoría no han podido dormir en absoluto. Pero, esto es lo normal y contaba con que sucedería. Los cánones de la altura, y los nervios previos a una añorada cima, casi siempre son así de despiadados.
Nos  preparan  un  poco  de té  y unas  galletas, porque sigue siendo fundamental beber algo antes de iniciar el ascenso. Para la mayoría, apoderados  por alguna que otra migraña, mal estar de estómago, e incluso la incertidumbre después de un difícil descanso, el desayuno a media noche es poco digerible. ¡¡Menudos caretos!!...
Sobre  las doce de la  madrugada ya estamos listos para salir, y creo que exceptuando a Mª José, Luisa, Carmen, y no sé bien si Juanan, el resto andan regular afectados o bien por la cabeza, o por el estómago...
Si miras arriba,  en la oscuridad ya se distingue una hilera de lucecitas que serpentea por la empinada y oscura ladera que conduce hacia Stella Point (5.730 metros), punto clave de la ascensión.
Me ajusto el frontal y me coloco a cola del rebaño, pero Agustín y Gregorio me reclaman y me indican que me ponga delante y guíe yo el paso del grupo.
Eso no es lo que les dije, pero está claro que tras irme a dormir, tras la reprimenda, ellos hablaron y tomaron la determinación de... ¿escurrir el bulto?. Así lo veo yo. En lugar de reconocer su error, afrontar su equivocación, y subsanarlo, es más fácil pasarme a mí directamente la responsabilidad del ataque a la cima, sospecho que tachándome de arrogante... 
Responsable es aquel que responde por sus actos, se hace cargo de sus consecuencias y además aprende de ellas. Acaban de demostrarme, al menos Agustín, que no es nada responsable, y por lo mismo no quiere hacerse cargo de las consecuencias.
En un primer momento, al cambiarme el guión preestablecido, me quedo en blanco, algo bloqueado, como si estuviera congelado, e incluso me pongo algo nervioso. Pero reacciono rápido. Le indico a Agustín que se ponga delante y me señale el camino, y a Carmen, que es la que camina mas despacio, que se ponga justo detrás de mí.
¡¡Que coño!!, Dé hecho, cierta dosis de inquietud y de presión, por lo menos a mí siempre me ayuda a mantener la concentración, la motivación y el rendimiento.
Reluce un cielo estrellado, la luna es creciente, y la noche fría pero hermosa.  Así que adelante. La suerte está echada.
Les insto a todos, y manifiesto de nuevo lo que ya explique ayer a algunos: -“Ahora se trata de aguantar hasta que amanezca”, les subrayo buscarse recursos, evadirse, y no pensar, o pensar en cosas que les recreen y espoleen hasta la cumbre. Hay que sufrir un poquito. Porque quien algo quiere, algo le cuesta.
Ascendemos lentamente por una extensa arista de rocas  que parece dividir dos quebradas, y algún soplo de helada brisa crepita a través de las rocas marchitas de sombra, dando al escenario una viva sensación.
Agustín, en cuanto se descuida se aleja, pero yo no pienso seguirle. Imprimo mi paso vigilando de reojo a Carmen que es quien me sucede, y tras ella el resto del grupo.
Me ajusto, me concentro, detrás un silencio roto únicamente por los dóciles pasos, la viveza del recio eco de los bastones, y las entrecortadas inspiraciones.
En este primer tramo de roca, Agustín no marca ni una sola diagonal, pero tras él, aunque me mire de forma incomoda y suspicaz, procuro improvisarlas.
Llevamos ya una hora  de ascensión por interminables zigzags, y nos rebasan por detrás algunos pequeños grupos. Me da igual. Pienso seguir marcando este dormitado paso para tener posibilidades de llegar todos arriba. Aunque nos cueste diez horas, a las diez de la mañana pisaremos la cumbre.
A trozos intervalos de senda, otros de  interminable pedrera. La noche es fría. No son los -22ºC que había leído que podía hacer en la cumbre, pero sí lo suficiente como para que el agua de la botella se me hiele parcialmente. Debe hacer –5ºC, que a la altura bien abrigados no es mucho, pero el destemple y el desarreglo hacen figurar estar a menos.
Cuando Carmen me pide parar un poquito, rebusco con la luz de mi frontal, algún rincón lo mas resguardado posible, y paramos. Eso sí, les prevengo que las paradas serán muy muy breves, para no enfriarnos mas de la cuenta. En estas paradas, aprovecho para observar sus caras y sus hechuras. Después seguimos “pole, pole,  piano, piano”. 
Una  hora más. Miro el suelo, contemplo el cielo, y tan solo anhelo que las horas pasen rápidamente y despunte el alba.
Por más que subimos, nunca aparece el final o alguna prudente travesía que té de un respiro. Cuando pierdes de vista sobre tu cabeza las luces que te preceden, y la supuesta configuración del oscuro horizonte profanado por el cielo estrellado, al poco, viras o finalizas un collado, y de nuevo asoman ante ti las lámparas aún mas lejanas, aún mas altas, determinándote lo mucho que queda por ascender, y minándote el ánimo....
Marisa me reclama. Bajo unos pasos hasta ella y me indica: -“No puedo seguir más”; -“Ya he conseguido llegar mas lejos de lo que pensaba”... Miro su cara, y al verla le contradigo: -“Te estás retirando tú”, “poder, si tú quieres, puedes más”.
Inclina su cabeza, y me dice:- “Vale, sigo”.
Nuestro cuerpo está sometido a sentimientos, y todos ellos en sí mismos son siempre únicos en tiempo y espacio. Marisa está aquí en su particular Kilimanjaro, resucitando tras su accidente, y está experimentando sentimientos únicos que los demás no podemos ni adivinar, regalándose orgullo, capacidad de sufrimiento y humildad.
Sé que en estas horas, prácticamente a todos les habrá pasado por la cabeza en algún instante abandonar, darse la vuelta. ¿Por qué sufrir?, ¿Para que penar un paso mas?. Eso forma parte del juego. Intuyo que en el momento que uno o dos renuncien, será el pretexto para que sean tres, cuatro, o cinco, y rezo porque amanezca cuanto antes para que esto no suceda.
Miro atrás, y la mayoría me siguen como si formaran parte de una columna de zombis ebrios, y los que no, parecen hipnotizados por la baja temperatura y la somnolencia, marchando con pasos tan vacilantes, que incluso les llevan a perder el equilibrio en muchos de ellos. Está es la verdad; aquí está la pelea y la valía. ¡Aguantar unas pocas horas más!. ¿Qué son unas pocas horas en meses de deseo y voluntad? ...
Me llaman de nuevo atrás. Es Eduardo. Bajo corriendo hasta él a grandes zancadas por la umbría pedrera. Eduardo me mira, y me dice: - “Me bajo, porque no puedo dar un paso más; –“estoy agotado, y para darme la vuelta media hora más arriba, lo hago ya”.
Su cara está abatida, su mirada y su voz, rendidas y melancólicas... he visto ese semblante en muchas ocasiones, e incluso alguna vez quizás fui yo el que lo padecía... Por tanto, por instinto, por corazonada, por experiencia, no sé; inmediatamente percibo que ningún argumento ni razón, hará cambiar ni su juicio ni su decisión, así que le digo: -“ ¡vale!... –“Se bajará contigo alguno de los guiás locales para acompañarte”.
Se lo comunico a Gregorio, y él avisa a Maliki (otro de lo guías) para que baje con Edu, y sin perder ni un segundo, y aunque me quedo sin aliento, vuelvo rápidamente casi corriendo a la cabeza del grupo, y me pongo a tirar de nuevo hacia la cumbre. No quiero que esto sea un castillo de naipes, y renuncie mas gente; Valiéndome de que Eduardo está en la cola, y los primeros quizás ni se han enterado de su abandono, no les quiero dar tiempo ni a pensar, ni a reaccionar.  De hecho, al poco Carmen me pregunta por Edu, y cuando le confieso que se ha bajado, me dice: - “Si lo sé, me bajo con él”...
Retirarse de algo es una gran pena, si, pero si es con la aceptación de haber dado lo mejor de ti, automáticamente se convierte en un acto de valor y de autoestima colosal.... y ciertamente me gusta más la valiente humildad de un hombre honesto, que la arrogante cobardía de un prepotente.
Por un buen rato, mis pensamientos permanecen con Edu.
Él comienza un nuevo camino de descenso mucho más duro. Un camino primero frente a la capitulación, y más tarde, quizás mañana, o pasado mañana, o la próxima semana, frente a ese embustero sentimiento de fracaso o desmoralización, donde precisas alejar esa sórdida sensación de tener que demostrar o justificar nada ante nadie.
Entiendo muy bien el coraje que hace falta para abandonar algo que ha sido tu ideal e ilusión durante tanto tiempo.
Al poco, cogida del brazo de un guía, y con un caminar encogido y asustado, baja una chica de otro grupo que también se retira. Al mirarla, por dentro imploro: ¡Sol sal!.
Todos llevábamos nuestras linternas  frontales, y nuestro mundo durante seis horas ha quedado reducido a unos pocos metros cuadrados de nitidez y claridad. Más allá, plena oscuridad apenas clarificada por la luz de un abismo de estrellas refulgentes, cuyo parco resplandor sólo sirve para separar la montaña del cielo. El viento es mas frío y mordiente. Falta apenas media hora para que amanezca, y quiere resplandecer ya el horizonte...¡Venga! ¡Vamos! .
Cada metro que subimos falta más el aire, y sientes la necesidad de dar muchas y hondas bocanadas.  Tienes la sensación de que el esfuerzo es más y más duro. Trepamos en silencio. De vez en cuando parece que falta poco, porque se muestra asequible alguna repisa o farallón; Otras te introduces en agudas pendientes y terreno suelto, que te obligan a disminuir la marcha, en busca de  algún paso entre desnudos bastiones rocosos.
¡Por fin!. Empieza a amanecer. Me adelanto corriendo unos metros para grabar y hacer fotos, pero mi velada intención es observar al grupo, reanimarlos, y vivificarlos con la ayuda de este precioso fenómeno, y lo poco que queda para llegar a Stella Point. Es un amanecer precioso de color naranja, que muy abajo exhibe un acentuado piélago de nubes rojas. El sol colorea el Mawenzi (5.145m), que  es una de las tres cumbres que forman el macizo del Kilimanjaro, y lo vemos a nuestra espalda ya por debajo de nosotros. 

Ahora me percato, que aprovechando alguna de las breves paradas, Carmen se ha quedado rezagada del grupo, pero marcha tranquila y bien acompañada por Gregorio, así que no quiero apremiarla, no digo nada, y dejo que suba a su paso con él. Ya queda muy poco para el cráter. Nos cruzamos con alguna persona mas, que por lo que  evidencia su semblante y su lamentable disposición, se han retirado afectado por el mal de altura.
Pero, por fin, siete horas después de salir, alcanzamos Stella Point (5.730 m), el primer punto donde tienes  una visión perfecta de las dos paredes verticales que acabábamos de ascender y del enorme cráter.
Al coronar, levantas la vista como un majestuoso travelín cinematográfico, y ante tus ojos emerge una panorámica indescriptible de lo que se esconde al otro lado, que por indescriptible, te ahoga en una emoción casi eufórica. La árida, desierta y enorme boca del cráter que un lejano día dio origen a este enorme monte está  justo frente a nosotros.
Nos abrazamos entusiasmados, y nos fotografiamos en el cartel alusivo que señala este punto, pero sin dar apenas descanso, ni lugar a deliberar, les digo: -“ ¡Venga!, Hasta aquí llegan los turistas, nosotros somos montañeros, así que vamos para la cima”. Es cierto, un altísimo porcentaje de los que ascienden, dan por bueno llegar hasta este punto desechando la verdadera cima.
Pero nosotros continuamos ya en pequeños y contiguos grupitos hacia la cumbre que se divisa al otro lado del cráter en un pequeño y lejano vértice.
Quedan dos puntillosas rampas, y una estirada travesía circunvalando el cráter, que nos llevará una hora franquear. Cada uno a su paso. 
Pienso que esta travesía, este instante, hay que percibirlo, o sentirlo de manera íntima, como anacoretas. En este momento por primera vez concibo que todos pisaran la cumbre, y me emociono. Es inevitable sentir con tanta intensidad esto... me estremece... porque es emocionante estar en el momento justo y con los sentimientos dispuestos a agitarse hasta con un solo e imperceptible roce del escaso viento... Una vez más, ¡ Bendita Naturaleza!.
En la plana cumbre del Kibo, mientras camino observo el cráter del volcán, que es casi totalmente redondo y tiene un diámetro de 2,5 kilómetros. Dentro del cráter, en el mismo corazón de la montaña, y aunque desde aquí no lo vemos, hay un enorme hoyo de cenizas que mide más de 300 metros de ancho y se adentra más de 120 metros en la garganta de este gigante dormido.
Me siento como un pequeño monigote dentro de una desconocida  y comulgada viñeta... y eso lo hace más especial.
El terreno es un poco guijarroso pero se avanza bien. Queda poco y el Kilimanjaro, después de tantos meses para muchos de desvelos y preparación casi ya se termina. No tengo ninguna sensación de ansiedad por llegar. Ando por estas gravas de  sarros volcánicos, y de nuevo sueño con todas las personas que me están acompañando, con todo lo vivido estos días...
Siento una combinación de fuerza, adrenalina y euforia. Me acomodo, respiro y me descubro sobrado y confortable, mientras diagonalmente superando unos promontorios yermos, junto a Rosana y Miguel, perfilo la inmensa y plana recta que encauza al letrero de la cumbre.  A  nuestra izquierda,  aparecen los enormes y preciosos seracs del glaciar de Decken. 
Son las ocho y cuarto del nueve de septiembre de del 2013, y alcanzamos  la cima del Uhuru Peak que rubrica el gran letrero que nos da la bienvenida, y nos  informa que  estamos a 5.895 metros de altitud, en el lugar más alto de África.
Me abrazo fuertemente con Rosana, y comienzo a gimotear de alegría conmoviéndome... Otro sueño cumplido, que no es otros que compartir juntos esta cima. Solo es el primero de muchos sentidos e inevitables abrazos y furtivas lagrimas, con Miguel, con Carmen, Luisa, Mª José, Javier, Juanan, Pepe (que alegría haber podido ayudarle), y algo después con Marisa y Miki, que han cometido y compartido su calvario particular para llegar hasta este punto con su paso casi traspuesto. ¡Que feliz estoy de verlos a todos aquí!. Me falta Edu. Antes de que se me olvide, cojo una piedra del suelo de la cumbre, y la guardo para él.
Incluso ante mi desconcierto, Agustín sale a mi paso, me da la mano enérgicamente, me abraza y me dice al oído: -“¡Congratulations!, ¡Good job!” (Enhorabuena, buen trabajo). No me lo esperaba, y desde luego ha sido un gesto que le honrá. Ahora tengo claro que esta madrugada decretó de manera presuntuosa ponernos a prueba, y la hemos superado. Solo deseo, que le hallamos enseñado algo, y que él lo haya aprendido. Porque un auténtico líder o guía, es aquel que se siente subordinado, porque un líder que se hace reconocer y admirar, no es líder, es un estúpido que quiere hacer notar…
Mas fotos, risas, aspavientos y abrazos, aunque los justos, porque la gente aunque feliz, está muy muy cansada. 
Los miro pensativo. Estas personas, me han dado mucho más de lo que imaginé…
Posamos en grupo bajo la pancarta. Quien hubiera imaginado el primer día estar aquí arriba prácticamente todos juntos. Fotos en grupo, en familia o solos... 
Ahora, no hemos terminado...  “Solo” queda bajar unos tres mil metros de desnivel, para exorcizar cuanto antes la posibilidad de sufrir el mal de altura, o remediar sus efectos en algunos que ya los sufren”.
Sin haber dormido nada o casi nada, casi sin comer, con el cansancio acumulado tras nueve horas ya de caminata, el descenso hasta Barafu Hut se convierte para muchos en la parte más dura. Pero ya da igual: todos han cumplido su sueño, y aunque ahora estén aturdidos por el desgaste, y les pueda parecer que no ha merecido la pena, sé que mañana, y el resto de sus vidas este instante será para ellos un imborrable recuerdo.
Mientras todos comienzan el descenso, yo me quedo atrás disfrutando, complaciéndome del momento, y contemplando esta atmósfera por otra parte tan respirable.  Alcanzo a Juanan que esta haciendo lo mismo, signo indiscutible de que se encuentra bien y está recreándose. 
¡Que impresionante ladera volcánica!. Está formada por lavas, canchales, robustas manchas de nieve y desnuda de toda cubierta vegetal.
Mas abajo, ya descendiendo, frente a mi, se yergue orgulloso el Mawenzi (5121 m), totalmente agreste y elevado sobre un inhóspito plateau, cuyo resalte es un precipicio que se asoma a una canal oscura muy suelta y polvorienta, por donde desciendo clavando los talones y alcanzando en poco tiempo al resto del grupo. No hay camino evidente, pero la superficie aparece tan turbada por miles de pisadas, que resulta un deleite bajar si aún tienes fuerzas, claro.
Dos horas, varias paradas, y algunos vomitos más tarde, marchando por un camino bien marcado que atraviesa zonas increíblemente áridas, dotadas de una inexplicable belleza pétrea y brillante bajo el sol,  descendemos por unas escurridizas gradas hasta el campamento Barafu. 
 Allí reposo, comida y una hora de siesta y merecido descanso, que son totalmente ineludibles para poder continuar y reponerse un poco. Edu nos está esperando, y le entrego la piedra que he cogido en la cima. Se encuentra ya bien. 
A partir de Barafu el camino, es de poca pendiente, y recorre unos interminables cerros relativamente llanos que se alzan entre dos barrancos. Más abajo se encaja en un suelo horadado por el deterioro, y que serpentea entre brezos de corteza roja. Continuamente nos cruzamos con porteadores que suben y bajan. Comienzan a aparecer las queridas lobelias y los senecios entre los brezos, y muy pronto aparecen algunos árboles de selva.
Son casi las 17,30 horas (17,30 horas desde que partimos para la cumbre de madrugada), cuando entre colinas verdes evidenciadas por unas leves columnas de humo y pequeñas construcciones aparece Mweka Huts.
Las tiendas están dispersas y separadas por bastidores de árboles sobre un suelo vegetal de turba y mucho polvo. Todos cansados. Todos bien. Todos felices. Yo por fin, relajado, aliviado. 
La pasión ahuyenta el miedo, pero recíprocamente, también el miedo ahuyenta la pasión. Y no sólo ahuyenta a la pasión, también a la razón, al sacrificio,  y todo juicio de agrado y realidad, dejándote sólo muda desilusión. Este grupo de personas que me ha seguido, apostaron por su pasión, y ahuyentaron sus miedos. Y admiro a la gente valiente... No a la que se cree todopoderoso, ni a la que lucha por demostrarlo... a la gente valiente.
Aquí, durante una semana, he observado, he cooperado, y he aprendido de once valientes, que desde el principio entendieron que los empeños que merecen la pena no se han de comprender, ni explicar, sino vivir. Aprendieron que la voluntad, si es verdadera, está muy por encima de la capacidad, y que si caminas con humildad, querrás lo que fue, y olvidaras lo que no pudo ser.
Gracias Rosana, Miguel, Carmen, Marisa, Pepe, Juanan, Javier, Edu, Miki, Luisa, Mª José; y gracias David y Carlos de viajes Barceló de Barbastro.

FIN
(A Nayra)