sábado, 26 de enero de 2019

La ciencia aparece, la sabiduría permanece.

Son recuerdos del Manaslu. Este año hará veinte años…
Habíamos aterrizado con un vetusto helicóptero ruso, en las afueras de Sama Gaon.
Estábamos listos para comenzar la expedición al Manaslu (8.163 m).
Sama Gaon era, y supongo que seguirá siendo, una diminuta aldea compuesta por humildes casas de tallos y adobe, aledaña a un velado monasterio budista.
Es una aldea está situada en la frontera entre Nepal y Tibet; a siete días andando, lo que viene a ser una semana, de la carretera más próxima.
Un punto estratégico de paso entre Nepal y Tibet para pastores con sus manadas de Yacs u ovejas, mercaderes y contrabandistas.
En las afueras de la aldea, en un prado raso, verde y sin árboles, establecimos el campamento para pasar un par de días aclimatando (estamos a algo más de tres mil metros), y además oportunamente, convenir y contratar a porteadores locales para acarrear todo nuestro material y víveres hasta el campo base mil metros montaña arriba.
Al poco, el primero en acercarse a curiosear y visitarnos, es un sonriente aldeano de desaliñada indumentaria, que por su fisonomía sufre algún tipo de enanismo. Braceando y por medio de gestos, nos hace entender sus enormes ganas de volar en helicóptero como nosotros acabábamos de hacer.
Al rato se presentó con su característica vestidura color rojo y curry un joven lama. Era el lama que regentaba el pequeño monasterio de SamaGaon y hablaba perfectamente inglés.
Así que con él pudimos conversar y pactar que hiciera de intermediario, para comunicar a los lugareños nuestro propósito de emplear braceros para ayudarnos a cargar y transportar el material hasta el campo base.
La verdad es que están acostumbrados, y expediciones como esta significa para ellos una de las mejores formas de sacar un buen dinero extra por familia para pasar el año.
No tardaron mucho en informar en la aldea de nuestra llegada, de nuestro propósito, y también que nuestra expedición contaba con médico; Jesús Torres (Tatin). En un lugar como este, que llegue un médico caído del cielo “literalmente” es una bendición.
A la mañana siguiente, nuestro campamento se convirtió ocasionalmente en un ambulatorio.
Los lugareños guardaban cola, y con la ayuda del joven Lama que hacía de interprete, uno a uno, intentaban exponer sus dolencias y sintomatología para que Tatin pudiera diagnosticarlos.
La gran mayoría era con cualquier pretexto trivial o insignificante, y como a si les acabaran de regalar un caramelo, se iban tan contentos con su paracetamol. A caballo regalado...
Otros verdaderamente tenían alguna enfermedad, y hubo algunos casos sorprendentes, como el de una anciana a la que fuimos a visitar hasta el poblado al no poder moverse.
Se hallaba en una centenaria cabaña, ennegrecida de humo, tendida sobre unas alfombras y tapada con mantas.
Por su extrema delgadez, parecía un esqueleto tapizado de piel, que inquietaba verlo mover lastimosamente. No sabría indicar la edad que aparentaba. Si hubiera estado inmóvil, habría dicho que más de dos mil, por su semejanza con las momias que había visto en el museo del Cairo.
Jesús, tras oscultarla solo pudo determinar que padecía un tumor muy avanzado; terminal.
Decidió administrarle morfina para que lo soportara, con la promesa de bajar desde el campo base días más tarde a visitarla y si era necesario repetir esa inyección de morfina.
Días más tarde cumplió su promesa, pero esta ya había fallecido.
Me sobrecogió y admiró la tranquilidad y sosiego de su familia asumiendo el final, la venidera muerte de la anciana matriarca.
Tan solo querían que no sufriera en su lecho de muerte, rodeada de sus seres queridos.
Asimismo, al día siguiente, se acercó a nuestro campamento un hombre que por el curtido de piel aparentaba seguramente más edad de la que realmente tenia. Tenía un ojo visiblemente muy hinchado. Tatin lo examino, y tras varias conversaciones a tres bandas con traducción simultaneas de inglés a Nepali, le dio unos simples calmantes.
Yo, sorprendido le pregunté, y Tatin me explico:
Golpeando unas piedras, le había saltado un pedacito de una al ojo, y lo lleva alojado en su interior.
Le había explicado que debería ir a una clínica a Khatmandu para podérselo extraer, o perdería el ojo. Con los medios que yo dispongo aquí, le recalcó, yo no puedo extraérsela, y sin embargo en una clínica es un procedimiento muy sencillo.
- ¿Y qué te ha dicho? Le pregunté inquieto.
- Me ha contestado que el ojo le da igual, que tiene otro. Lo único que desea es que le dé algo para calmar el dolor...
No voy a hacer ninguna reflexión a estas anécdotas. Que cada cual haga la suyas, y si quiere la comparta.
Yo jamás he olvidado a aquella familia y su civilizada y disciplinada aceptación de la muerte como algo tan “natural”, ni a aquel hombre de aspecto viejuno al que no le importaba perder un ojo, porque le quedaba otro. Humildes lecciones de vida.
La vida en sitios como Nepal o Tibet es muy dura. Las zonas rurales son realmente pobres y en continua lucha contra una precoz mortalidad.
En el valle de Katmandú sólo hay tres médicos para cada 100.000 habitantes, y solamente uno por cada cien mil fuera del valle. Uno de cada cinco niños muere durante sus primeras semanas de vida, y 35 de cada 1.000 entre los primeros cuatro años.
Por todo eso, por la extrema dureza de sus vidas, los nepalíes son muy solidarios, disfrutan de lo poco que tienen y no dudan en compartirlo.
Y tras haber viajado allí cuatro veces, doy fe que tratan al forastero con mucho respeto y cortesía. Te sonríen continuamente mientras sus ojos sosegados figuran acopio de esa sabiduría que algunos llaman ignorancia o incultura.

sábado, 5 de enero de 2019

AÑO NUEVO





Año nuevo.
Por triste o alegre que sea tu momento, es una fecha que siempre se presta a reflexionar, soñar, apalear a ilusiones nuevas, o renovar las pasadas; pero sobre todo para hacer propósitos de mejorar lo que no salió bien durante el año anterior.
Unas fechas en las que nos ponemos nostálgicos y comenzamos a desmigajar las cosas que hicimos bien o mal el año que termina, para tratar de cambiar la forma de acometerlas este nuevo año.
En la mayoría de los casos, un momento propicio para reunir fuerzas e ilusión y comenzar “una vez más” lo que será "el mejor año de tu vida".
Porque iniciar un año como un año más, sería una enorme equivocación.
Es un regalo demasiado superlativo para echarlo a perder como si se tratara de algo rutinario.
Y eso que el
fin de un año tiene un significado diferente dependiendo de la edad en la que uno se encuentre.
Cuando ya peinas canas, y llevas bastantes vividos, ya no le das demasiada importancia a cambiar de año.
Si. La Tierra ha completado una nueva órbita alrededor del sol. Pero si lo piensas bien, también la completó ayer respecto a ese día, y así cada día del año.
Nuestro cumpleaños no deja de ser eso mismo. Desde el día que nacimos, el planeta va dando tantas vueltas al sol como años vamos cumpliendo.
Así que es algo arbitrario establecer el inicio del año el uno de enero; podría ser si quisiéramos el uno de cualquier mes. O precisamente la significativa fecha de nuestro cumpleaños.
Pero en fin… como somos seres sociales, y socialmente el año empieza el día uno de enero para la mayoría, que así sea.
Y centrémonos como siempre, en los abundantes buenos deseos. Eso no hace mal a nadie.
Yo pienso que debería utilizarse ese último día del año para analizar nuestra vida, o nuestro recorrido durante ese último año.
Porque, probablemente aún recordemos los deseos o propósitos que consideramos el último día del año anterior. ¿Los cumpliste?
Si así es, ¡Enhorabuena!
Si no, ¿qué pasó?, piénsalo bien.
Es un ejercicio necesario, porque cada año de más, es un año de vida menos que te queda, y si queremos hacer algo, hay que hacerlo AHORA.
Porque seguramente cuando seas más viejo, habrá muchas cosas que ya no te importen, como ese “qué dirán” que tanto daño hace.
Cuando seas viejo no te importará nada de eso. Estarás a vuelta de eso, y te arrepentirás de no haberlo estado antes.
Se dice que los ancianos son sabios, y que a fuerza de haber vivido saben más y mejor… así que hazte caso a ti mismo antes de que sea demasiado tarde, dejando de lado las penas, la vergüenza, el miedo a fracasar o a hacer el ridículo, porque nada de eso te importará más adelante.
Sólo importará que un día lo intentaste. Y si fallas o triunfas será al menos parte de tu crónica vital, de tu historia, y quizás hasta divertido de contar; pero si no lo intentas estarás fallando ya.
Este año debe ser el último que te detienes por miedos; este año estará en tu historia como el “antes” porque el nuevo año será el “ahora” que marcará la diferencia.
Sé realista, y proponte nuevas metas que incluyan un deseado cambio en ti.
Comienza el año haciendo algo para ti grandioso: piensa en algo que deseas, que te de miedo hacer y hazlo.
Verás que eres capaz de eso y querrás hacer más.
Y si dejaste algo pendiente, soluciónalo.
Disfruta mucho, y sobre todo abraza fuertemente a quienes quieres.
Feliz 2019