viernes, 23 de agosto de 2019

ESTAR SIN ESTAR

Voy armonizando poquito a poquito. Como un violín que se creía bien ajustado, y sin embargo
andaba bastante desafinado.
Esta sociedad actual que hemos creado entre todos, se caracteriza por el culto a la celeridad; A la prisa.
Quien va más acelerado presupone que llegará antes y mejor. Competimos por todo.
Estamos estimulados para llevar a cabo actividades de forma compulsiva y tener nuestra agenda completa para sentirnos provechosos.
Y además de hacer muchas cosas, que, si las haces por verdadero deseo no está mal, necesitamos “a la vez”, planificar continuamente proyectos de futuro.
Y entono de nuevo ese mea culpa, porque este es, o pienso decir era, uno de mis mayores defectos. Siempre pensar a futuro y continuamente planificar.
El futuro es una droga a la que somos adictos. Nos hayamos en perpetuo síndrome de abstinencia imaginando que nos reportará nuestra próxima experiencia: relación, viaje, fin de semana, o nuevo año …
Si lo pensamos un poquito, que sin razón; andar en pos de algo que no ha sucedido, y, además, no sabes si sucederá.
Estamos aquí mismo, pero sin estar. Vivimos, pero sin vivir.
¿Cuántas veces estamos mentalmente en otro lugar mientras nuestro cuerpo está, no sé, corriendo, andando, en la ducha, comiendo, descansando, etc, etc?
Incluso, ¿Cuántos viajes, vacaciones, excursiones, carreras, transcurren ideando las siguientes?
Y peor aún; ¿Cuántos momentos que deberían ser placenteros, los vivimos agitados por la ansiedad de cuando se terminen?
Y mientras todo esto ocurre en nuestras cabezas (en ningún lugar más), la vida real, aquella que se desarrolla única y exclusivamente ahora mismo, en el instante presente, pasa por delante de nuestras narices sin reparar en ella.
¡Joder!! Pugnamos continuamente por arbitrar un futuro que aún no ha llegado, y peor aún, no sabes si llegará, y mucho menos si será como como tu imaginas.
¡Ufff!! que derroche pasarnos la vida así, de instante en instante como pollos sin cabeza sin saborear esos momentos.
¡Claro!, así están las consultas de psiquiatras y psicólogos. Llenas de personas que sienten un enorme vacío porque las cosas que suponen no suceden como habían imaginado, mientras imaginando como deberían ser, te olvidas de vivir lo que si son. 
Instantes que, si estuvieras libre de aprensiones para disfrutarlos sin haberlos previamente supuesto, te sorprenderían y fascinarían reiteradamente.
Y en este perpetuo desacuerdo sin sentido entre conciencia y consciencia, entre lo que deseas y lo que es, hemos olvidado, yo al menos lo había hecho, que ese vacío solo se llena viviendo conscientemente.  Y eso de vivir solo está en el instante presente.
Y discrepo de algunas voces que escucho que aseguran que esto es muy sencillo. Vivir el aquí, el ahora, no es nada fácil.
Al menos para los que lo hemos descubierto un poquito perezosamente. 
Porque en este proceso hemos de rechazar hábitos muy muy arraigados.
Eso sí, pienso, que más pronto, o más tarde, nuestro destino es y será vivir y disfrutar de la vida, pero eso solo se consigue cuando accedemos al manejo de nuestro instante presente.
Sí te paras a pensar un poquito, lo que sí es más fácil y un paso enorme, es ser consciente de ese “sin vivir”.
Porque te sientes ansioso o estresado, u observas un vacío interno que además se acrecienta en el tiempo.
Fijate en tus continuas reflexiones, y sé consciente de todo ese artificio de pensamientos que ocupa tu mente. Preocupaciones, resentimientos, perspectivas o miedos.
Date cuenta que casi todo lo que pasa por tu cabeza, son éxodos del futuro al pasado y del pasado al futuro, y no tienen nada que ver con lo que verdaderamente está ocurriendo ahora mismo aquí.
Y cuando te das cuenta de ello, y un pensamiento de ese tipo te visita, lo mandas a paseo, siendo conocedor de que no lo necesitas para nada. Incluso con gratitud.
He de reconocer, que el hecho de hacer deporte, y además en la naturaleza, es una magnifica herramienta para guiarme al momento presente.
Son perfectos los momentos en la naturaleza; bien sea andando, barranqueando, corriendo, o simplemente aposentado en una roca.
El hallarse rodeado de tanta paz, hace que te traslades fácilmente al momento presente.
Personalmente, ahora, cada vez que mi cabeza comienza a angustiarte con preocupaciones, miedos y demás chácharas, dirijo mi atención a aquello que estoy haciendo en ese instante, dibujar, correr, trabajar, o fregar platos; da igual. Si centro mi atención en cada pequeño detalle de ese presente “real”, siento un inmediato alivio.
Porque en mi caso hasta ahora, incluso mientras corría por el campo, me evadía pensando en todo excepto en lo que estaba haciendo.
Ahora, bien sea corriendo, descendiendo un barranco o subiendo una montaña, cedo mi atención al cuerpo, a mis sensaciones, pisadas, olores, colores, etc.
Y de repente nada importa. Ni el tiempo, ni pasado, ni futuro. 
Paladeas, degustas, fotografías, te ensimismas, pero en el presente que estás viviendo.
Además, sabemos que el hecho de hacer ejercicio hace que nuestro cuerpo segregue mayor cantidad de endorfinas (hormonas de la felicidad); que, añadidas a ese disfrutar del instante, te acentúa una sonrisa de oreja a oreja.
Con práctica y un poquito de disciplina, si podemos ser capaces de vivir el ahora, aunque solo sea en determinados instantes. Cada vez más.
Desde que ejercito este dogma, corro (sin prisas), bajo un barranco (sin perturbación), subo una montaña (sin porqué) o disfruto de unas vacaciones o una compañía (sin expectativa), y ello me ha reportado un bienestar (sin ahogo).
Y ello, al menos a mí, consigue llevarme a una dimensión que pinta mi vida de color y alegría sin motivo aparente. No lo necesitas.
Es un credo muy gratificante el aceptar el momento presente tal y como se presente a cada instante. Hace que sientas cualquier lugar y momento como tu sitio, y cualquier compañía la ideal. Sientes que estas donde y con quien tienes que estar.
Y poco a poco, logras que ese pasado que todos tenemos con nuestras propias heridas y cicatrices, no tenga autoridad sobre tu presente, y pensar en futuro se presente como algo amigable, sereno y ameno que no te inquieta.

Fin de este alegato escrito en un momento de mi presente, y que lees asimismo en el tuyo, pero, cuando lo hayas leído, será ya pasado. 
Así que olvídalo y sigue viviendo.



domingo, 4 de agosto de 2019

MIEDO AL MIEDO


Esta semana, mientras practicaba con los ojos cerrados durante una ¿clase? ¿sesión? ¿corro?... de meditación, vino a mi mente entre otras, una imagen intuyo que arrincona en mi subconsciente (llevo poco y no soy ningún erudito): 
Fue una especie de flashback de mi experiencia pasada en el Cho Oyu (Himalaya Tibetano).  
Una imagen de hace dieciocho años, cuando tras descender desde los ocho mil cien metros hasta el campo base de esa montaña,con una hemorragia en el estómago, Fernando Garrido asomó a mi tienda donde me hallaba tumbado con un gotero en el brazo que me había colocado Michel, el médico de una expedición de guardia civil de montaña, y me preguntó: - “¿Tienes miedo?”
Yo lo miré sorprendido, y sonriendo muy seguro de mismo le contesté: - “Yo, nada” ¿A qué? Este fue el flashback.
Y era cierto. No tenía ningún miedo, a lo que entendí que él me preguntaba.   
Y ahora, dieciocho años más tarde, con los ojos cerrados, no sé bien porque ni porque no, recordé ese momento. Y ello me ha llevado a reflexionar sobre los/mis miedos.
Por mi trayectoria, digamos… “aventurera” (entrecomillado), la gente me reputa como un valiente unos, o quizás un descerebrado otros (depende del grado de confianza); De alguna manera me etiquetan.
Incluso habrá algunos que imaginan que no tienes miedo a nada.
Pues no es cierto; todos tenemos miedos.

Y sí. Es cierto que vences o de forma aleccionada algunos miedos fundados, pero siendo siempre consciente, que sentir miedo, o por lo menos respeto, es una muy buena armadura y salvaguarda para ti.
E insisto; Todos tenemos miedos.
Quizás no a algo físico como a lo que me preguntó en aquella ocasión Fernando, y yo valerosa o irracionalmente le refuté, pero si a algo más abstracto e irracional como la soledad, el futuro, la dependencia, las consecuencias, ¡miedo al amor!, o miedo al miedo.

Puesto que, si salimos de nuestra amada y trillada zona de confort, enseguida experimentamos ese nerviosismo, y preocupación que sentimos hacia lo nuevo; O, dicho de otro modo, ese “miedo a lo desconocido”.
Ya que nos educamos en la certidumbre de que aquello que consideramos familiar, próximo a nosotros, análogo, lo que reconocemos como normal, es seguridad y protección.
Lo que se denomina normal o no salirse de la rutina. Despreocupación, por hábito y repetición.
Y ya solo por eso, deberíamos admirar a aquellas personas que no les asusta ser diferentes, y dejar de etiquetarlas o mirarlas como bichos raros.
Por otra parte, además, como suele ser, sin conocerlas.

Sentenciar a simple vista; somos tan vehementes, que solo a partir de eso, nos atrevemos a hacer un esquema de cómo es otra persona; equivocándonos la mayoría de las veces, claro, si no todas.
Incluso en numerosas ocasiones, utilizamos esa primera impresión, o su apariencia, para suponer que no tenemos nada que ver con esa persona.
Lo cual es una pena.
Porque puede que, por basarnos en algo tan superficial, dejemos de conocer a alguien excepcional.
Y esto es un miedo infundado; miedo a lo diferente.
Por el aspecto, pero también en muchas ocasiones, a los que tienen diferente forma de pensar.
Yo no sabía escuchar. No sé si nos pasa a la mayoría.
Ahora intento escuchar. O estoy en proceso de ello.
Saber escuchar lo que nos quieren decir otras personas y además tratar de entenderles, creo que es una característica fundamental para ser una persona feliz.
Y puede que tengan opiniones contrarias respecto a mí, pero eso no significa que no pueda escucharles, y conocer su opinión.
Escuchar me da la sensación que abre la mente, y asimismo te da una visión más global de la realidad. Otro miedo a vencer.
El miedo a escuchar, incluso lo que no quieres escuchar.
Y sigo con los/mis miedos:
¿Qué hay de malo en tener miedo?: Nada.
El miedo nos hace esforzar y ser fuertes para superar aquello que nos asusta.
Si todo nos pareciera factible y posible, nuestro nivel de esfuerzo sería nulo ¿no?.
Así que creo que la clave está en no tener miedo a eso, a tener miedo.
Podemos tener miedo. Y es normal tenerlo.
Si alguien alguna vez me pregunta si me asusta algo, siempre diré sí.
Pero voy camino de superarlo, para descubrir y sentir otros miedos desconocidos.
Miedos casi siempre inconscientes e irracionales que no nos permiten ni brillar, ni ser nosotros mismos.
En resumen: Hemos de aplicar inteligencia en nuestras acciones, y enfrentarnos a esos miedos internos.
Aceptar que no somos perfectos, pero si capaces de aceptar nuestras circunstancias, dudas y miedos. Con ello daremos un gran salto de conciencia que se reflejará de alguna forma en nosotros.
Ahí queda eso… y aquí iría el emoticono ese que grita con las manos en la boca repetidamente.