martes, 24 de julio de 2018

BARRANCOS COMPARTIDOS


Este pasado sábado descendí el Vero acompañando a un grupo de buenos y queridos amigos.
¿Cuantos llevo?. Nunca lo sabré. 
Pero seguro que paso del centenare de descensos olgadamente. Y los que vendrán.
Es con diferencia la actividad que más me estimula.
La que más privilegiado me ha hecho sentir siempre, y me contenta de una manera difícil de explicar.
Quizás sea por esa amplificación emocionada de naturaleza, o simple fanatismo de un lugareño como yo.
Pero lo cierto es que, para mí, en los cañones y barrancos de Guara habita una serenidad y una felicidad que hallo difícilmente en cualquier otro lugar. 
Entre sus rocas y sus aguas, escuchando, sintiendo su magnitud, consigues llevar tus pensamientos a una abstracción casi total. Te olvidas del mundo.
Recuerdo cuando contemplé por vez primera la parte oculta de una de estas gargantas de la Sierra. Ya entonces me invadió una combinación de fascinación, asombro, espejismo, ilusión, desconfianza, y temor.
Hoy en día, más de treinta y cinco años después, esa sensación todavía me recorre cada vez.
Y casi al instante, apareció esa necesidad de compartirlo, de comunicarlo.
Por ese motivo comencé a guiar grupos de manera explícita allá por el año 1984. Algunos años de manera profesional, y otros de manera lúdica, pero siempre de manera auténtica y fidedigna.
Y es bonito sentirlo, pero igualmente tratar de transmitirlo y hacer partícipes a los demás.
Porque para mí un barranco es un entorno "mágico”.
Aclarar que al igual que ascender una montaña, descender un barranco no debe ser una batalla que hayas que ganar, si no un placer que hay que aprender a disfrutar.
Un placer que puede conducirte a un estado de fuerza tal, que desata tus emociones y todo a tu alrededor se somete a ese estado de ánimo.

Tampoco es ningún misterio que el contacto con la Naturaleza, posiblemente sea una de las mejores escuelas de vida que existe. Desarrolla algunos valores y fortalece, pero a la vez sensibiliza.

Cuando acompaño un grupo, como el pasado sábado, al final del día, cuanto mérito observo en ellos:
Con vértigo o sin él, con miedo o sin él, con torpeza o habilidad, con poca voluntad o con esa ambigüedad que da el desconocimiento, y siempre acorde a las posibilidades de cada uno, la mayoría, por no decir todos, consiguen conectar sus almas con este mundo de contrastes inexplicables, fríos y calores, miedos paralizantes y alegrías perdurables; de vida y de muerte.
Cuando progresas por el corazón de uno de estos barrancos, armonizas contigo mismo y te acreditas.
Accedes receloso, escéptico incluso; pero paso a paso ese temor y escepticismo disminuyen, tu confianza aumenta y te asalta la embriaguez del entusiasmo, el respeto y la admiración.
Yo año tras año vuelvo con mis recientes trastornos o mis viejas tonterías, y todo se destruye al contacto con la primera gélida poza por unas horas.
Y me recorre de nuevo aquel escalofrío de la primera vez. Y emerjo de esas aguas mucho más fuerte.
Por un día, por unos instantes, te manifiestas capaz de operar en una frecuencia más alta de conciencia, voluntad, compañerismo e incluso valor.
Si penetras en un barranco con la humildad de sentir, y no con la presunción de vencer, cobrarás un sinfín de emociones que tenías olvidadas, e incluso algunas nuevas.
Lo siento y lo comparto como una manera privilegiada, de dejar atrás por unas horas este trastornado mundo cargado de complicaciones.
Allí tan sólo eres un individuo impulsado por pulmones, corazón, piernas y brazos, que progresa entre gigantescas paredes y agua.
No eres nada, pero te sientes “TODO”. ¿No es eso maravilloso?
En un barranco, por mí mismo, sigo disfrutando como el primer día. Pero también mucho de transmitir, compartir, y llevar grupos de amigos.
Me satisface sobremanera su satisfacción, pero sobre todo me emociona que sean capaces de captar esa magia que ocultan. Y casi siempre saben hacerlo.
Si desciendes un cañón con humildad y respeto, en él hallaras aquello que buscabas. Que muchas veces era aquello que necesitabas encontrar.
Si por el contrario lo haces con soberbia... como decía Quevedo: “La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió”
Los miedos son muy fáciles de atesorar, incluso de crear. Pero las ilusiones son irrespetuosas con los corazones que las albergan, y brotan solas. Son así...
Ilusión. Esa es la emoción que despierta en mí lo extraordinario. Ese es por suerte el sentimiento que me acompaña desde muy pequeño, cuando para lo bueno y lo malo (que también tiene), me negué a aceptar la realidad y miré el mundo a mi manera.
Sentía entonces y siento ahora, que entre dos cosas que parecen alejadas, hay rendijas por las cuales puedes abrirte camino.
Es pasión de alguien como yo cautivado por su tierra.
Por eso, el domingo, no pude aguantar, hice mi mochila de nuevo, y descendí la Peonera. Esta vez solo.

miércoles, 11 de julio de 2018

TRAIL DE ESTADILLA (TRAIL DE LA AMISTAD)


El sábado participé en la Trail Sierra de la Carrodilla de Estadilla.
Carrera humilde y familiar.
Pero no nos equivoquemos; esa aparente familiaridad y humildad solamente se consigue a través de duro trabajo. Y más en estos tiempos donde las carreras son cada vez más frías, parcas y elitistas.
Una carrera proyectada entre y para amigos.
Concebida en su día por Fernando Latorre, y ahora con el relevo de Pablo Marcuello a la cabeza, y la cooperación y afabilidad de muchos voluntarios de todo el pueblo de Estadilla con su alcaldesa Carmen Sahún al frente, sigue manteniendo esa refracción de cordialidad de la primera edición. ¡Enhorabuena!
Todo esto se siente desde que llegas, mientras corres, y finalmente en la agradable cena en la plaza.
Y yo, que aunque no paro de correr y es una de mis reconocidas pasiones, pero cada vez me apetece menos hacerlo en carreras/competiciones, esta vez encontré un motivo especial para hacerlo. Bueno dos.
Una, por tratarse de esta carrera de amigos; y dos, la razón principal y de peso, acompañar en la distancia de 16 km a dos buenos amigos: Juan y Santi.
Santi ya había corrido una media maratón, pero ninguna trail, y Juan era su primera “carrera” y su mayor distancia hasta la fecha.
El comenzó a correr apenas hace seis meses. Por aquel entonces me pidió ayuda para lograrlo.
Y poco a poco, con paciencia, constancia y determinación, aquí andamos ya.
Para acompañar a estos dos amigos planee la estrategia de carrera y opté por la cordura; decidí afrontarla como si se tratara un entrenamiento más y mentalizarlos de ello.
Proyectaba hacerlos llegar lo más enteros posible a la ermita de la Carrodilla (mitad de recorrido). Si lo conseguíamos, una vez allí y por el tramo más corrible, trotar cómodamente hasta la meta.
Y así lo hicimos. Con estos objetivos previos, e hidratándonos bien, en ningún momento marcharon extenuados, y sobre todo no sufrieron.
Objetivo cumplido, y yo feliz.
Cuando consigues elevar los ánimos y la sonrisa de unos amigos, el sentimiento de deleite y agrado se acrecienta aún más.
Verdaderamente me da igual con qué propósito se lanza a correr la gente, pero, por desgracia me huelo que muchos únicamente para competir.
Ya sea contra sí mismos o contra otros.
Y como propósito inicial no está mal; cualquier pretexto sirve.
Pero si esto se convierte en el único método de lograr correr, al final perderás el interés de hacerlo.
Si únicamente sales a correr para entrenar por esa ansia de competir, para rebajar tiempos, incluso llegar al pódium y/o satisfacer tu ego, no obtendrás el verdadero beneficio que esta actividad puede darte.
Cuando hace seis meses comencé a ayudar a correr a Juan, eso es lo primero que intenté inculcarle: Olvídate de marcas y tiempos. Hay que correr porque te gusta hacerlo, y convertirlo poco a poco en una necesidad; Un recreo.
Autocontrol. Porque el precio de la ambición es el tormento. Incluso si te sale mal la apuesta y solo lo haces con afán competitivo, la frustración.
y si correr no te contenta y anima, abandonarás.
Corre para divertirte. Y si mientras lo haces averiguas que eres un súper atleta, ¡pues adelante! Pero por un tiempo. Vuelve siempre a la órbita de la diversión.
Sea la distancia que sea, si tu carrera no es divertida, descubrirás que lo bueno que hay en correr no aparece. 
Y un corredor inmolado, martirizado, tarde o temprano evidentemente abandona.
Correr es una forma de vida; De vida sana. Y la vida sana tiene que ser jubilosa.


A partir de estas premisas, como había previsto, tres amigos disfrutamos tranquilamente trotando en Estadilla.
Cansados sí, (eran dieciséis kilómetros por el monte), pero satisfechos y con el objetivo cumplido.
Al entrar al pueblo nos aguardaba el mejor premio: El abrazo cómplice. 
Después todo sumó para redondear la jornada: El gran ambiente, la cena, y la contagiosa felicidad de gente modesta, afable, con ganas de vivir un ratete y compartirlo.
Casi todas las formas de amistad, satisfacción o, si se quiere de emoción, necesitan cierta concesión. Cedernos a nosotros mismos. Salirnos de nuestros escrupulosos límites para, en la medida de lo posible, compartir.
Muchas veces me he parado a pensar sobre cuanto importan los amigos.
Unos vienen o aparecen, otros se van, desaparecen, o simplemente los perdemos en el camino de la vida.
Algunos son superficiales (y no es despectivo) con los que compartimos meras aficiones, copas o frívolas conversaciones; que está muy bien.
Pero otros, los menos pero más importantes, son los que están dispuestos a brindarnos consejo, apoyo y afecto bilateralmente. Estos son imprescindibles.
Son los que hay que cuidar e intentar conservar, pues son tan difíciles de obtener, como fáciles de perder; casi siempre por tu propia culpa.
La amistad es y debe ser una relación bilateral.
Necesitamos amigos para correr, ir de excursión, y salir de copas, sí, pero también y más con los años, para reflexionar, hablar, para enfrentarnos al dolor y las frustraciones.
Amigos que nos ayuden a tomar decisiones.
Todas las personas nacemos como algo único, pero la mayoría mueren o moriremos como una copia, por no tener ese buen y verdadero amigo al lado que te remarque tus diferencias.
La amistad comienza donde termina o cuando concluye el interés...

A los que piensan que no pueden correr o participar en carreras más largas de lo que habitualmente corren, les daría un principio muy simple: “Corre dentro de tu respiración, no por delante de ella”.
Entonces, disfrutaras y (entrenando) serás capaz de correr casi incansablemente.
Conviértete en corredor gradual, paciente y relajadamente. Sin prisa.

Gracias Estadilla por esta pequeña gran carrera de ambiente inmejorable.
Gracias Santi y Juan por vuestra amistad, dejarme compartir con vosotros estas experiencias, y por confiar en mí.