jueves, 19 de septiembre de 2019

MEDITACIÓN


Hace unos pocos meses, comencé a practicar meditación.
Llevo más de treinta años entrenando la rutina del cuerpo, y creo que ya era hora de comenzar de alguna forma, a tomar conciencia y establecer una rutina para entrenar igualmente la mente.

¿Y qué es la meditación?
Pues es la práctica de un estado de concentración; o ¿ensimismamiento?; o ¿abstracción?; o ¿recogimiento?

No sé bien, pero pese a mis prejuicios, o lo que yo previamente consideraba, durante su práctica, tu atención se puede centrar en multitud de cosas: en tus pensamientos, tu energía interna, tu conciencia, el acto mismo de la concentración, o incluso en componentes externos como la respiración.

Durante estos años, llevado por mis aficiones, había viajado a Nepal, Tibet e India, y aun así, yo era el primero que hermanaba la meditación con ciertas religiones de oriente.
Y si, es cierto que en occidente la meditación germina de la mano de tradiciones espirituales de estas otras culturas, pero, por encima de todo, por encima de disciplinas religiosas, es un adiestramiento de la mente que resulta una medida tremendamente eficaz de protección y entrenamiento del cerebro.

Y especialmente aquí, en esta sociedad occidental donde el ritmo de vida tiene un exceso de estimulación y está tremendamente acelerado.
Por ello nuestra mente pierde sus más valoradas capacidades: atención, concentración, comprensión, memoria, falta de escucha, etc.

Nuestro elevado nivel de estrés favorece este digamos derramamiento de mente, propicia la ansiedad, y termina afectando nuestro rendimiento e incluso nuestra salud.
Por ello para mi meditar ha supuesto un gran descubrimiento que consiste en entrenar la mente para fortalecer estas capacidades innatas, y reconquistar la posibilidad de ordenar mi vida en base a mis propios valores.

Reconozco abiertamente que es a priori algo difícil de hacer, porque en nuestra sociedad, constantemente nos vemos obligados a reaccionar sin tiempo para reflexionar nuestras decisiones y sus consecuencias.

¿Cómo se medita?
Como escéptico o más bien ignorante, yo creía que para meditar había que dejar la mente en blanco.
Ahora sé que eso es imposible.

Muy por el contrario, se trata de intentar focalizar sus envites acomodando nuestra atención sobre un punto, y que esta permanezca allí durante el mayor tiempo posible.
Y si entra un pensamiento en nuestra cabeza, que lo hace, simplemente no oponer resistencia.
Acogerlo, mirarlo, y dejarlo ir volviendo a ese nuestro punto de atención, que en mi caso es la respiración, y esa penumbra que emerge justo delante de mis ojos cerrados, que tiene un nombre que Javier nos repite durante las sesiones guiadas, pero ahora no recuerdo….

Meditar simplemente es dejar de lado tu cuerpo y también de alguna forma tu mente y dejarte fluir.
Soltar por unos instantes las manos del volante de tu conciencia y tú ego en una inmensa y desconocida llanura, y abandonando tu mente a su suerte, dedicarte a observar y descubrir.
Dejar la mente libre, emancipada, sin delimitar sus pensamientos, para que estos entrando y saliendo fluyan por si solos.

¿Y para que me sirve a mí la meditación?
En mi profana opinión, el uso o manejo de estas técnicas de meditación me ayudan a mejorar mi calidad de vida. Me sosiega; me serena.
Se trata de conseguir una mente más calmada, y que de esa forma se incentive una mayor consciencia de todo.
Asimismo, según he leído, también impulsa y refuerza zonas cerebrales atribuidas a la felicidad. Vamos, que puedes terminar la meditación descojonándote de ti mismo.
Acomodarse en la postura elegida, cerrar los ojos, y dejar fluir imágenes mentales, así como sensaciones, emociones, impulsos y energías sin actuar sobre ellas.
Todo a priori mucho más sencillo de lo que pueda parecer cuando alguien te dice que hace meditación.
O al menos esa es mi humilde percepción.
Igual mis ingenuas palabras, basadas únicamente en mi corta y particular experiencia, perturban a algún docto de la meditación, pero sospecho, que, si realmente es un erudito, no se perturba con nada.
Porque como nos explica cada vez Javier, que es con quien hacemos la meditación guiada, las expectativas a la hora de meditar deben ser nulas. Cero expectativas. Por tanto, no existen grados o cinturones de meditación. Cada cual halla su grado.
La meditación no es un abandono, sino una búsqueda para encontrarse consigo mismo.
Es sentir el cuerpo, el aquí y ahora con todas sus consecuencias. Ser conscientes de nuestra fisicidad y de que respiramos.

En mi caso, y reitero lo de mi corta experiencia, cada vez he experimentado una placentera y agradable sensación de paz.
He de confesar que siento bienestar después de cada sesión, y aunque esto es solo el principio, cada vez lo disfruto más.

Pero también siento que es un camino de largo recorrido que exige constante práctica.
Un camino como el de nuestras vidas. Donde hay cosas que nos gustan y a las que nos apegamos: el placer, las alabanzas, la fama, la riqueza, o conseguir lo que deseamos, y cosas que no nos gustan y tratamos de evitar a toda costa: el dolor, las críticas, la culpa, la vergüenza, o perder lo que tenemos.


Y como muchas de las oscilaciones de nuestro temperamento, meditando surgen interpretaciones directamente relacionadas con nuestra forma de desentrañar en este caso no lo que sucede a nuestro alrededor, si no en nuestro interior.

Tengo claro que meditar ayuda a vivir el ahora, y por tanto nos regala una actitud de disponibilidad que evita los impedimentos que antes poníamos para disfrutar de las cosas y de las situaciones.
Sencillamente vives. Y vivir, es nacer a cada momento. 

Nuestra vida no es más que eso; una sucesión de momentos. Momentos que pasaron y residen en nuestra memoria, y momentos que están por llegar y llamamos nuestro futuro.

Así que pregunto: ¿qué mal puede hacer algo que te proporciona calma, sosiego y felicidad?, Y respondo: Ninguno
Yo noto sus beneficios en mi día a día. En mis relaciones con los demás, pero sobre todo en la relación conmigo mismo. Al correr, al escalar. En cualquier escenario.
La meditación llegó a mi vida, y creo que para quedarse.

A Buda le preguntaron, ¿Qué has ganado con la meditación?
Y él respondió:
Nada. No he ganado nada. He perdido la ira, la ansiedad, la depresión, la inseguridad y el miedo a la vejez y a la muerte.


¡No tengo nada más que añadir señoría!
Me voy a meditar un ratito.