Llevo más de treinta años entrenando la rutina del
cuerpo, y creo que ya era hora de comenzar de alguna forma, a tomar conciencia
y establecer una rutina para entrenar igualmente la mente.
¿Y qué es la meditación?
Pues es la
práctica de un estado de concentración; o ¿ensimismamiento?; o ¿abstracción?; o
¿recogimiento?
No sé bien, pero pese a mis prejuicios, o lo que yo previamente
consideraba, durante su práctica, tu atención se puede centrar en multitud de
cosas: en tus pensamientos, tu energía interna, tu conciencia, el acto
mismo de la concentración, o incluso en componentes externos como la
respiración.
Durante estos años, llevado por mis aficiones, había
viajado a Nepal, Tibet e India, y aun así, yo era el primero que hermanaba la
meditación con ciertas religiones de oriente.
Y
si, es cierto que en occidente la meditación germina de la mano de tradiciones
espirituales de estas otras culturas, pero, por encima de todo, por encima de
disciplinas religiosas, es un adiestramiento de la mente que resulta una medida
tremendamente eficaz de protección y entrenamiento del cerebro.
Y especialmente
aquí, en esta sociedad occidental donde el ritmo de vida tiene un exceso de
estimulación y está tremendamente acelerado.
Por ello nuestra
mente pierde sus más valoradas capacidades: atención, concentración,
comprensión, memoria, falta de escucha, etc.
Nuestro
elevado nivel de estrés favorece este digamos derramamiento de mente, propicia
la ansiedad, y termina afectando nuestro rendimiento e incluso nuestra salud.
Por ello
para mi meditar ha supuesto un gran descubrimiento que consiste en entrenar la
mente para fortalecer estas capacidades innatas, y reconquistar la posibilidad
de ordenar mi vida en base a mis propios valores.
Reconozco
abiertamente que es a priori algo difícil de hacer, porque en nuestra sociedad,
constantemente nos vemos obligados a reaccionar sin tiempo para reflexionar
nuestras decisiones y sus consecuencias.
¿Cómo se medita?
Como escéptico o más bien ignorante, yo creía que para
meditar había que dejar la mente en blanco.
Ahora sé que eso es imposible.
Muy por el contrario, se trata de intentar focalizar sus envites acomodando
nuestra atención sobre un punto, y que esta permanezca allí durante el mayor
tiempo posible.
Y si entra un pensamiento en nuestra cabeza, que lo
hace, simplemente no oponer resistencia.
Acogerlo, mirarlo, y dejarlo ir volviendo a ese
nuestro punto de atención, que en mi caso es la respiración, y esa penumbra que
emerge justo delante de mis ojos cerrados, que tiene un nombre que Javier nos
repite durante las sesiones guiadas, pero ahora no recuerdo….
Meditar simplemente es dejar
de lado tu cuerpo y también de alguna forma tu mente y dejarte fluir.
Soltar por unos instantes las manos del volante de tu
conciencia y tú ego en una inmensa y desconocida llanura, y abandonando tu
mente a su suerte, dedicarte a observar y descubrir.
Dejar la mente libre, emancipada, sin delimitar sus
pensamientos, para que estos entrando y saliendo fluyan por si solos.
¿Y para que
me sirve a mí la meditación?
En mi
profana opinión, el uso o manejo de estas técnicas de meditación me ayudan a
mejorar mi calidad de vida. Me sosiega; me serena.
Se trata de
conseguir una mente más calmada, y que de esa forma se incentive una mayor
consciencia de todo.
Asimismo,
según he leído, también impulsa y refuerza zonas cerebrales atribuidas a la
felicidad. Vamos, que puedes terminar la meditación descojonándote de ti mismo.
Acomodarse
en la postura elegida, cerrar los ojos, y dejar fluir imágenes mentales, así
como sensaciones, emociones, impulsos y energías sin actuar sobre ellas.
Todo a
priori mucho más sencillo de lo que pueda parecer cuando alguien te dice que
hace meditación.
O al menos
esa es mi humilde percepción.
Igual mis
ingenuas palabras, basadas únicamente en mi corta y particular experiencia,
perturban a algún docto de la meditación, pero sospecho, que, si realmente es
un erudito, no se perturba con nada.
Porque como
nos explica cada vez Javier, que es con quien hacemos la meditación guiada, las
expectativas a la hora de meditar deben ser nulas. Cero expectativas. Por tanto, no existen grados o cinturones de meditación. Cada cual halla
su grado.
La meditación no es un abandono, sino una búsqueda
para encontrarse consigo mismo.
Es sentir el cuerpo, el aquí
y ahora con todas sus consecuencias. Ser conscientes de nuestra fisicidad y de
que respiramos.
En mi caso, y reitero lo de mi corta experiencia, cada
vez he experimentado una placentera y
agradable sensación de paz.
He de confesar que siento bienestar después de cada sesión, y aunque esto es solo el
principio, cada vez lo disfruto más.
Pero también siento que es un camino de largo recorrido que exige constante práctica.
Un camino
como el de nuestras vidas. Donde hay cosas que nos gustan y a las que nos
apegamos: el placer, las alabanzas, la fama, la riqueza, o conseguir lo que
deseamos, y cosas que no nos gustan y tratamos de evitar a toda costa: el
dolor, las críticas, la culpa, la vergüenza, o perder lo que tenemos.
Y
como muchas de las oscilaciones de nuestro temperamento, meditando surgen
interpretaciones directamente relacionadas con nuestra forma de desentrañar en
este caso no lo que sucede a nuestro alrededor, si no en nuestro interior.
Tengo claro
que meditar ayuda a vivir el ahora, y por tanto nos regala una actitud de disponibilidad que evita
los impedimentos que antes poníamos para disfrutar de las cosas y de las
situaciones.
Sencillamente
vives. Y vivir, es nacer a cada momento.
Nuestra
vida no es más que eso; una sucesión de momentos. Momentos que pasaron y
residen en nuestra memoria, y momentos que están por llegar y llamamos nuestro
futuro.
Así que
pregunto: ¿qué mal puede hacer algo que te proporciona calma, sosiego y
felicidad?, Y respondo: Ninguno
Yo noto sus
beneficios en mi día a día. En mis relaciones con los demás, pero sobre todo en
la relación conmigo mismo. Al correr, al escalar. En cualquier escenario.
La meditación llegó a mi vida, y creo que para quedarse.
A Buda le preguntaron, ¿Qué has ganado con la
meditación?
Y él respondió:
Nada. No he ganado nada. He perdido la ira, la
ansiedad, la depresión, la inseguridad y el miedo a la vejez y a la muerte.
¡No tengo nada más que añadir señoría!
Me voy a meditar un ratito.