A veces es como una calmada serenidad, otras un agudo
encanto que te transmite orgullo de vivir; en ocasiones una enorme sorpresa que
te pone la piel de gallina y te deja conmovido e insignificante durante largo
tiempo. Pero siempre, lo que perdura, es un sentimiento de gratitud por haber
sido conquistado por el espíritu de un lugar y de unas determinadas
personas....
Quinto día: Barafu Hut - Uhuru Peak (cima del Kilimanjaro):
(ascenso desde 4.670 a 5.895 metros; descenso a Barafu Hut y después hasta los
3.100 metros. a Mkewa Hut), 25 kilómetros.
Porque sí, en algún momento de nuestras vidas todos nos
detenemos a recordar. Es decir, a tratar de mantenernos en pie y de recobrar
fuerzas recordando. Pero recordar, no significa perdemos el hoy y cerramos las
puertas a todo lo nuevo, no. Significa liberar los recuerdos, navegar por ellos
en momentos extraordinarios, escribiendo diferentes prólogos, que ordenan
particulares y únicos epílogos.
Las luces se apagan ya en el campamento, e igualmente los
murmullos. Me acuesto, y aunque estoy algo inquieto por todo lo ocurrido hoy, y
por la excitación de lo que está por suceder mañana (luego), consigo dormir
bien un par de horas.
A las once de la
noche nos avisan, y agazapados en las tiendas perezosamente nos vestimos, y nos
ponemos en pie. Por lo que escucho, la mayoría no han podido dormir en
absoluto. Pero, esto es lo normal y contaba con que sucedería. Los cánones de
la altura, y los nervios previos a una añorada cima, casi siempre son así de
despiadados.
Nos preparan un
poco de té y unas
galletas, porque sigue siendo fundamental beber algo antes de iniciar el
ascenso. Para la mayoría, apoderados por
alguna que otra migraña, mal estar de estómago, e incluso la incertidumbre
después de un difícil descanso, el desayuno a media noche es poco digerible.
¡¡Menudos caretos!!...
Sobre las doce de
la madrugada ya estamos listos para
salir, y creo que exceptuando a Mª José, Luisa, Carmen, y no sé bien si Juanan,
el resto andan regular afectados o bien por la cabeza, o por el estómago...
Si miras arriba, en
la oscuridad ya se distingue una hilera de lucecitas que serpentea por la
empinada y oscura ladera que conduce hacia Stella
Point (5.730 metros), punto clave de la ascensión.
Me ajusto el frontal y me coloco a cola del rebaño, pero
Agustín y Gregorio me reclaman y me indican que me ponga delante y guíe yo el
paso del grupo.
Eso no es lo que les dije, pero está claro que tras irme a
dormir, tras la reprimenda, ellos hablaron y tomaron la determinación de...
¿escurrir el bulto?. Así lo veo yo. En lugar de reconocer su error, afrontar su
equivocación, y subsanarlo, es más fácil pasarme a mí directamente la
responsabilidad del ataque a la cima, sospecho que tachándome de
arrogante...
Responsable es aquel que responde por sus actos, se hace
cargo de sus consecuencias y además aprende de ellas. Acaban de demostrarme, al
menos Agustín, que no es nada responsable, y por lo mismo no quiere hacerse
cargo de las consecuencias.
En un primer momento, al cambiarme el guión preestablecido,
me quedo en blanco, algo bloqueado, como si estuviera congelado, e incluso me
pongo algo nervioso. Pero reacciono rápido. Le indico a Agustín que se ponga
delante y me señale el camino, y a Carmen, que es la que camina mas despacio,
que se ponga justo detrás de mí.
¡¡Que coño!!, Dé hecho, cierta dosis de inquietud y de
presión, por lo menos a mí siempre me ayuda a mantener la concentración, la
motivación y el rendimiento.
Reluce un cielo estrellado, la luna es creciente, y la noche
fría pero hermosa. Así que adelante. La
suerte está echada.
Les insto a todos, y manifiesto de nuevo lo que ya explique
ayer a algunos: -“Ahora se trata de aguantar hasta que amanezca”, les subrayo
buscarse recursos, evadirse, y no pensar, o pensar en cosas que les recreen y
espoleen hasta la cumbre. Hay que sufrir un poquito. Porque quien algo quiere,
algo le cuesta.
Ascendemos lentamente por una extensa arista de rocas que parece dividir dos quebradas, y algún
soplo de helada brisa crepita a través de las rocas marchitas de sombra, dando
al escenario una viva sensación.
Agustín, en cuanto se descuida se aleja, pero yo no pienso
seguirle. Imprimo mi paso vigilando de reojo a Carmen que es quien me sucede, y
tras ella el resto del grupo.
Me ajusto, me concentro, detrás un silencio roto únicamente
por los dóciles pasos, la viveza del recio eco de los bastones, y las
entrecortadas inspiraciones.
En este primer tramo de roca, Agustín no marca ni una sola
diagonal, pero tras él, aunque me mire de forma incomoda y suspicaz, procuro
improvisarlas.
Llevamos ya una
hora de ascensión por interminables
zigzags, y nos rebasan por detrás algunos pequeños grupos. Me da igual. Pienso
seguir marcando este dormitado paso para tener posibilidades de llegar todos
arriba. Aunque nos cueste diez horas, a las diez de la mañana pisaremos la
cumbre.
A trozos intervalos de senda, otros de interminable pedrera. La noche es fría. No son los -22ºC que había leído que podía
hacer en la cumbre, pero sí lo suficiente como para que el agua de la botella
se me hiele parcialmente. Debe hacer –5ºC, que a la altura bien abrigados
no es mucho, pero el destemple y el desarreglo hacen figurar estar a menos.
Cuando Carmen me pide parar un poquito, rebusco con la luz
de mi frontal, algún rincón lo mas resguardado posible, y paramos. Eso sí, les
prevengo que las paradas serán muy muy breves, para no enfriarnos mas de la
cuenta. En estas paradas, aprovecho para observar sus caras y sus hechuras.
Después seguimos “pole, pole, piano, piano”.
Una hora más. Miro el suelo, contemplo el cielo,
y tan solo anhelo que las horas pasen rápidamente y despunte el alba.
Por más que
subimos, nunca aparece el final o alguna prudente travesía que té de un
respiro. Cuando pierdes de vista sobre tu cabeza las luces que te preceden, y
la supuesta configuración del oscuro horizonte profanado por el cielo
estrellado, al poco, viras o finalizas un collado, y de nuevo asoman ante ti
las lámparas aún mas lejanas, aún mas altas, determinándote lo mucho que queda
por ascender, y minándote el ánimo....
Marisa me
reclama. Bajo unos pasos hasta ella y me indica: -“No puedo seguir más”; -“Ya
he conseguido llegar mas lejos de lo que pensaba”... Miro su cara, y al verla
le contradigo: -“Te estás retirando tú”, “poder, si tú quieres, puedes más”.
Inclina su
cabeza, y me dice:- “Vale, sigo”.
Nuestro cuerpo está sometido a sentimientos, y todos ellos
en sí mismos son siempre únicos en tiempo y espacio. Marisa está aquí en su
particular Kilimanjaro, resucitando tras su accidente, y está experimentando
sentimientos únicos que los demás no podemos ni adivinar, regalándose orgullo,
capacidad de sufrimiento y humildad.
Sé que en estas
horas, prácticamente a todos les habrá pasado por la cabeza en algún instante
abandonar, darse la vuelta. ¿Por qué sufrir?, ¿Para que penar un paso mas?. Eso
forma parte del juego. Intuyo que en el momento que uno o dos renuncien, será
el pretexto para que sean tres, cuatro, o cinco, y rezo porque amanezca cuanto
antes para que esto no suceda.
Miro atrás, y la
mayoría me siguen como si formaran parte de una columna de zombis ebrios, y los
que no, parecen hipnotizados por la baja temperatura y la somnolencia,
marchando con pasos tan vacilantes, que incluso les llevan a perder el
equilibrio en muchos de ellos. Está es la verdad; aquí está la pelea y la
valía. ¡Aguantar unas pocas horas más!. ¿Qué son unas pocas horas en meses de
deseo y voluntad? ...
Me llaman de nuevo atrás. Es Eduardo. Bajo corriendo hasta
él a grandes zancadas por la umbría pedrera. Eduardo me mira, y me dice: - “Me
bajo, porque no puedo dar un paso más; –“estoy agotado, y para darme la vuelta
media hora más arriba, lo hago ya”.
Su cara está abatida, su mirada y su voz, rendidas y
melancólicas... he visto ese semblante en muchas ocasiones, e incluso alguna
vez quizás fui yo el que lo padecía... Por tanto, por instinto, por corazonada,
por experiencia, no sé; inmediatamente percibo que ningún argumento ni razón,
hará cambiar ni su juicio ni su decisión, así que le digo: -“ ¡vale!... –“Se
bajará contigo alguno de los guiás locales para acompañarte”.
Se lo comunico a Gregorio, y él avisa a Maliki (otro de lo
guías) para que baje con Edu, y sin perder ni un segundo, y aunque me quedo sin
aliento, vuelvo rápidamente casi corriendo a la cabeza del grupo, y me pongo a
tirar de nuevo hacia la cumbre. No quiero que esto sea un castillo de naipes, y
renuncie mas gente; Valiéndome de que Eduardo está en la cola, y los primeros
quizás ni se han enterado de su abandono, no les quiero dar tiempo ni a pensar,
ni a reaccionar. De hecho, al poco Carmen
me pregunta por Edu, y cuando le confieso que se ha bajado, me dice: - “Si lo
sé, me bajo con él”...
Retirarse de algo es una gran pena, si, pero si es con la
aceptación de haber dado lo mejor de ti, automáticamente se convierte en un
acto de valor y de autoestima colosal.... y ciertamente me gusta más la
valiente humildad de un hombre honesto, que la arrogante cobardía de un
prepotente.
Por un buen rato, mis pensamientos permanecen con Edu.
Él comienza un nuevo camino de descenso mucho más duro. Un
camino primero frente a la capitulación, y más tarde, quizás mañana, o pasado
mañana, o la próxima semana, frente a ese embustero sentimiento de fracaso o
desmoralización, donde precisas alejar esa sórdida sensación de tener que
demostrar o justificar nada ante nadie.
Entiendo muy bien el coraje que hace falta para abandonar
algo que ha sido tu ideal e ilusión durante tanto tiempo.
Al poco, cogida
del brazo de un guía, y con un caminar encogido y asustado, baja una chica de
otro grupo que también se retira. Al mirarla, por dentro imploro: ¡Sol sal!.
Todos llevábamos
nuestras linternas frontales, y nuestro mundo durante seis horas ha
quedado reducido a unos pocos metros cuadrados de nitidez y claridad. Más allá,
plena oscuridad apenas clarificada por la luz de un abismo de estrellas
refulgentes, cuyo parco resplandor sólo sirve para separar la montaña del
cielo. El viento es mas frío y mordiente. Falta apenas media hora para que
amanezca, y quiere resplandecer ya el horizonte...¡Venga! ¡Vamos! .
Cada metro que
subimos falta más el aire, y sientes la necesidad de dar muchas y hondas
bocanadas. Tienes la sensación de que el
esfuerzo es más y más duro. Trepamos en silencio. De vez en cuando parece que
falta poco, porque se muestra asequible alguna repisa o farallón; Otras te
introduces en agudas pendientes y terreno suelto, que te obligan a disminuir la
marcha, en busca de algún paso entre
desnudos bastiones rocosos.
¡Por fin!.
Empieza a amanecer. Me adelanto corriendo unos metros para grabar y hacer
fotos, pero mi velada intención es observar al grupo, reanimarlos, y
vivificarlos con la ayuda de este precioso fenómeno, y lo poco que queda para
llegar a Stella Point. Es un amanecer precioso de color
naranja, que muy abajo exhibe un acentuado piélago de nubes rojas. El sol
colorea el Mawenzi (5.145m), que es una
de las tres cumbres que forman el macizo del Kilimanjaro, y lo vemos a nuestra
espalda ya por debajo de nosotros.
Ahora me percato, que aprovechando alguna de las breves
paradas, Carmen se ha quedado rezagada del grupo, pero marcha tranquila y bien
acompañada por Gregorio, así que no quiero apremiarla, no digo nada, y dejo que
suba a su paso con él. Ya queda muy poco para el cráter. Nos cruzamos con
alguna persona mas, que por lo que
evidencia su semblante y su lamentable disposición, se han retirado
afectado por el mal de altura.
Pero, por fin, siete horas después de salir, alcanzamos
Stella Point (5.730 m), el primer punto donde tienes una visión perfecta de las dos paredes
verticales que acabábamos de ascender y del enorme cráter.
Al coronar, levantas la vista como un majestuoso travelín
cinematográfico, y ante tus ojos emerge una panorámica indescriptible de lo que
se esconde al otro lado, que por indescriptible, te ahoga en una emoción casi
eufórica. La árida, desierta y enorme boca del cráter que un lejano día dio
origen a este enorme monte está justo
frente a nosotros.
Nos abrazamos entusiasmados, y nos fotografiamos en el
cartel alusivo que señala este punto, pero sin dar apenas descanso, ni lugar a
deliberar, les digo: -“ ¡Venga!, Hasta aquí llegan los turistas, nosotros somos
montañeros, así que vamos para la cima”. Es cierto, un altísimo porcentaje de
los que ascienden, dan por bueno llegar hasta este punto desechando la
verdadera cima.
Pero nosotros continuamos ya en pequeños y contiguos
grupitos hacia la cumbre que se divisa al otro lado del cráter en un pequeño y
lejano vértice.
Quedan dos puntillosas rampas, y una estirada travesía
circunvalando el cráter, que nos llevará una hora franquear. Cada uno a su
paso.
Pienso que esta travesía, este instante, hay que percibirlo,
o sentirlo de manera íntima, como anacoretas. En este momento por primera vez
concibo que todos pisaran la cumbre, y me emociono. Es inevitable sentir con
tanta intensidad esto... me estremece... porque es emocionante estar en el
momento justo y con los sentimientos dispuestos a agitarse hasta con un solo e
imperceptible roce del escaso viento... Una vez más, ¡ Bendita Naturaleza!.
En la plana cumbre del Kibo, mientras camino observo el
cráter del volcán, que es casi totalmente redondo y tiene un diámetro de 2,5
kilómetros. Dentro del cráter, en el mismo corazón de la montaña, y aunque
desde aquí no lo vemos, hay un enorme hoyo de cenizas que mide más de 300
metros de ancho y se adentra más de 120 metros en la garganta de este gigante
dormido.
Me siento como un pequeño monigote dentro de una
desconocida y comulgada viñeta... y eso
lo hace más especial.
El terreno es un poco guijarroso pero se avanza bien. Queda
poco y el Kilimanjaro, después de tantos meses para muchos de desvelos y
preparación casi ya se termina. No tengo ninguna sensación de ansiedad por
llegar. Ando por estas gravas de sarros
volcánicos, y de nuevo sueño con todas las personas que me están acompañando,
con todo lo vivido estos días...
Siento una combinación de fuerza, adrenalina y euforia. Me
acomodo, respiro y me descubro sobrado y confortable, mientras diagonalmente superando
unos promontorios yermos, junto a Rosana y Miguel, perfilo la inmensa y plana
recta que encauza al letrero de la cumbre. A nuestra izquierda, aparecen los enormes y preciosos seracs del
glaciar de Decken.
Son las ocho y
cuarto del nueve de septiembre de del 2013, y alcanzamos la cima del Uhuru Peak que rubrica el gran letrero que nos da la bienvenida, y nos informa que
estamos a 5.895 metros de altitud, en el lugar más alto de África.
Me abrazo
fuertemente con Rosana, y comienzo a gimotear de alegría
conmoviéndome... Otro sueño cumplido, que no es otros que compartir juntos esta
cima. Solo es el primero de muchos sentidos e inevitables abrazos y furtivas lagrimas,
con Miguel, con Carmen, Luisa, Mª José, Javier, Juanan, Pepe (que alegría haber
podido ayudarle), y algo después con Marisa y Miki, que han cometido y
compartido su calvario particular para llegar hasta este punto con su paso casi
traspuesto. ¡Que feliz estoy de verlos a todos aquí!. Me falta Edu. Antes de
que se me olvide, cojo una piedra del suelo de la cumbre, y la guardo para él.
Incluso ante mi desconcierto, Agustín sale a mi paso, me da
la mano enérgicamente, me abraza y me dice al oído: -“¡Congratulations!, ¡Good
job!” (Enhorabuena, buen trabajo). No me lo esperaba, y desde luego ha sido un
gesto que le honrá. Ahora tengo claro que esta madrugada decretó de manera
presuntuosa ponernos a prueba, y la hemos superado. Solo deseo, que le hallamos
enseñado algo, y que él lo haya aprendido. Porque un auténtico líder o guía,
es aquel que se siente subordinado, porque un líder que se hace reconocer y
admirar, no es líder, es un estúpido que quiere hacer notar…
Mas fotos, risas,
aspavientos y abrazos, aunque los justos, porque la gente aunque feliz, está
muy muy cansada.
Los miro pensativo. Estas personas, me han dado mucho más de
lo que imaginé…
Posamos en grupo bajo la pancarta. Quien hubiera imaginado
el primer día estar aquí arriba prácticamente todos juntos. Fotos en grupo, en
familia o solos...
Ahora, no hemos terminado...
“Solo” queda bajar unos tres mil metros de desnivel, para exorcizar
cuanto antes la posibilidad de sufrir el mal de altura, o remediar sus efectos
en algunos que ya los sufren”.
Sin haber dormido nada o
casi nada, casi sin comer, con el cansancio acumulado tras nueve horas ya de
caminata, el descenso hasta Barafu Hut se convierte para muchos en la parte más dura.
Pero ya da igual: todos han cumplido su sueño, y aunque ahora estén aturdidos
por el desgaste, y les pueda parecer que no ha merecido la pena, sé que mañana,
y el resto de sus vidas este instante será para ellos un imborrable recuerdo.
Mientras todos
comienzan el descenso, yo me quedo atrás disfrutando, complaciéndome del
momento, y contemplando esta atmósfera por otra parte tan respirable. Alcanzo a Juanan que esta haciendo lo mismo,
signo indiscutible de que se encuentra bien y está recreándose.
¡Que
impresionante ladera volcánica!. Está formada por lavas, canchales, robustas
manchas de nieve y desnuda de toda cubierta vegetal.
Mas abajo, ya
descendiendo, frente a mi, se yergue orgulloso el Mawenzi (5121 m), totalmente
agreste y elevado sobre un inhóspito plateau, cuyo resalte es un precipicio que
se asoma a una canal oscura muy suelta y polvorienta, por donde desciendo
clavando los talones y alcanzando en poco tiempo al resto del grupo. No hay
camino evidente, pero la superficie aparece tan turbada por miles de pisadas,
que resulta un deleite bajar si aún tienes fuerzas, claro.
Dos horas, varias
paradas, y algunos vomitos más tarde, marchando por un camino bien marcado que
atraviesa zonas increíblemente áridas, dotadas de una inexplicable belleza
pétrea y brillante bajo el sol,
descendemos por unas escurridizas gradas hasta el campamento Barafu.
Allí reposo, comida y una hora de siesta y merecido descanso, que son totalmente ineludibles para poder continuar y reponerse un poco. Edu nos está esperando, y le entrego la piedra que he cogido en la cima. Se encuentra ya bien.
Allí reposo, comida y una hora de siesta y merecido descanso, que son totalmente ineludibles para poder continuar y reponerse un poco. Edu nos está esperando, y le entrego la piedra que he cogido en la cima. Se encuentra ya bien.
A partir de
Barafu el camino, es de poca pendiente, y recorre unos interminables cerros
relativamente llanos que se alzan entre dos barrancos. Más abajo se encaja en
un suelo horadado por el deterioro, y que serpentea entre brezos de corteza
roja. Continuamente nos cruzamos con porteadores que suben y bajan. Comienzan a
aparecer las queridas lobelias y los senecios entre los brezos, y muy pronto
aparecen algunos árboles de selva.
Son casi las
17,30 horas (17,30 horas desde que partimos para la cumbre de madrugada),
cuando entre colinas verdes evidenciadas por unas leves columnas de humo y
pequeñas construcciones aparece Mweka Huts.
Las tiendas están
dispersas y separadas por bastidores de árboles sobre un suelo vegetal de turba
y mucho polvo. Todos cansados. Todos bien. Todos felices. Yo por fin, relajado,
aliviado.
La
pasión ahuyenta el miedo, pero recíprocamente, también el miedo ahuyenta la
pasión. Y no sólo ahuyenta a la pasión, también a la razón, al sacrificio, y todo juicio de agrado y realidad, dejándote
sólo muda desilusión. Este grupo de personas que me ha seguido, apostaron por
su pasión, y ahuyentaron sus miedos. Y admiro a la
gente valiente... No a la que se cree todopoderoso, ni a la que lucha por
demostrarlo... a la gente valiente.
Aquí, durante una semana, he
observado, he cooperado, y he aprendido de once valientes, que desde el
principio entendieron que los empeños que merecen la pena no se han de comprender, ni
explicar, sino vivir. Aprendieron que la voluntad, si es verdadera, está muy
por encima de la capacidad, y que si caminas con humildad, querrás lo que fue,
y olvidaras lo que no pudo ser.
Gracias
Rosana, Miguel, Carmen, Marisa, Pepe, Juanan, Javier, Edu, Miki, Luisa, Mª
José; y gracias David y Carlos de viajes Barceló de Barbastro.
FIN
(A Nayra)
BRAVOOOOOOO !!!
ResponderEliminarFelicidades a los doce !!! Siempre os quedara el KILIMANJARO.
Gracias Paco!!! Un fuerte abrazo
EliminarMe he esperado al final para comentar esta nueva aventura. Sin palabras. Me has vuelto a hacer participe de ella mientras la leía. He vuelto a gozar, sufrir, pasar frío y hasta me faltaba el aire. Que suerte. Enhorabuena a los once magnificos y mucha más a ti Javier. Hace unos años te escribí, no cambies, está claro que sí lo haces, pero si cabe a mejor.
ResponderEliminarJoeee. Gracias muchas Yuma. me alegro que te guste
EliminarImpresionante. Enhorabuena a todos
ResponderEliminarGracias Inés
Eliminar