Vivir constantemente angustiados, normalmente es producto
de una embarazosa pedantería o una obstinada soberbia, ya que toda angustia
finaliza donde comienza la modestia y la humildad.
He dormido muy bien. Incluso bromeo con Rosana, que en
otra vida debí ser Sherpa. Contra mas asciendo, sorprendentemente mejor duermo
y más hambre tengo; y por no ser escatológico, no me explayo explicando lo bien
que operan igualmente todas mis funciones digestivas e intestinales...
De siempre he aclimatado muy bien, pero hasta que no
estás aquí, en altura, existe la duda de sí será de nuevo mismo. Al mismo
tiempo, al actuar de responsable del grupo, es algo que anhelas, y por suerte,
si me favorece, y es un plus, para que en un momento dado pueda ayudar a quien
lo necesite, o estar dispuesto al cien por cien ante cualquier eventualidad que
pudiera surgir. Aunque, nunca hay que lanzar las campanas al vuelo, e ir
siempre con la reserva por si acaso.
Todos los campamentos, y este también, están equipados
con letrinas. Son casetas de obra con dos o tres compartimientos separados y
con puertas de madera; alguno de estos espacios tiene un escueto agujero en el
suelo con dos pequeños relieves en forma de huella a sus lados, para poner los
pies, agacharte y dirigir el escopetazo..., y otros con un retrete no del todo
higiénico, sin cubierta ni tapa, y que parece fabricado a mano con yeso. Eso
si, los agujeros deben llegar hasta la mismísima cámara de magma de este enorme
y adormecido volcán, porque parecen no tener fondo; No quiero ni imaginar lo
que saldrá si el Kilimanjaro entra en erupción...
Nuevamente, hay que pasar revista, para saber cómo se
encuentran mis compañeros. Carmen ayer no se encontró del todo bien. Tuvo
problemas con el estómago. Llegamos a la conclusión que podría deberse mas que
a la aclimatación, a la medicación (malarone) que está tomando como prevención
contra la malaria. Este medicamento tiene muchas contraindicaciones digestivas,
y por otra parte, no esta indicado para el ejercicio físico intenso. Lo ha
dejado de tomar, y esperemos que durante el día de hoy se restablezca.
Me agrada Carmen. Es la veterana del grupo, y bajo un
primer manto de entereza y aplomo que evidencia una mujer hecha a sí misma,
inmediatamente aparece su gran afabilidad y desparpajo, que hace que le tomes
rápidamente cariño y te apetezca abrazarla (yo de vez en cuando lo hago). Tiene
un gran sentido del humor que refuerza renegando como un arriero. Hoy estoy
deseando volverla a escuchar renegar, porque será la mejor señal de su
recuperación.
Pepe también se encuentra afectado con un poco de dolor
de cabeza, y el estomago de Edu está igualmente un poco perturbado...
Llevamos muchas horas ya por encima de 3800 m; Hoy, como
pronostiqué, para algunos comienza el auténtico gravamen de la altura, y
la gesta comenzará a adquirir un valor mas severo y comprometido, que por lo
mismo dará el trascendencia que merece a su aventura.
Pepe y Edu, son el segundo y tercero más veteranos del
grupo. Los dos están acostumbrados a mil batallas deportivas: (montaña,
carreras, bicicleta, travesía y natación). Pepe con cabeza y talante distraído
por naturaleza, observas que ante un deseado fin, se inunda de ímpetu y
robustez para no doblegarse; Y Edu, seguro de sí mismo, analista y combativo,
es muy vigilante con sus percepciones y sentidos, y se le siente resignado ante
estas sacudidas que desconoce, pero muy desconfiado de no poder manejarlas.
A partir de ahora, la determinación va a ser
imprescindible para lograr su meta. Espero que con unos paracetamoles, y tras
el ascenso estratégico hasta 4700m, y el descenso a dormir a menor
altura, puedan recuperarse todos. Hoy partimos de Shira Hut hasta
Barranco Hut (13 kilómetros; de 3.850 a 3.950 metros), a través de Lava Tower,
a 4.700 metros.
Al poco de desayunar y prepararnos, reanudamos la marcha
y de nuevo se forman los dos grupos; el comandado por Agustín con los mas
“enteros”, y el segundo conmigo en cabeza, con las leales Carmen, Luisa y Mª
José como escuderas, y algunos acólitos que van y vienen cuando nos reagrupamos
y hacemos descansos. Cuando caminamos acompasadamente, levanto la vista, miro
adelante, atrás, y después miro al suelo de nuevo marcando un paso
proporcionado.
Conocer el Kilimanjaro en persona, está siendo una experiencia
sensacional, que induce a la contemplación y a la abstracción, pero el ir
determinando el paso, me permite lo primero, pero no lo segundo .
Marchamos por una llevadera ladera poco a poco, dejando
atrás los desiguales y viejos árboles retorcidos por la crudeza del viento y la
edad, que abrigados por largas barbas grises de liquen que se mecen al viento,
les dan un aspecto fantasmagórico.
Desde aquí ya se extiende a nuestra izquierda la erguida
ladera de la montaña con sus glaciares pendiendo, y a nuestros pies, a los
lados de la senda, florece brezo blanco junto a grandes matas de hierba
descolorida salpicadas de corros de flores de tonos brillantes, que engalanan
la acuarela del terreno.
Llevamos poco más de una hora y media marchando.
Atravesados por la senda, se presentan largos páramos por donde transitamos
todos como hileras de penitentes alpinistas y porteadores.
Al rato, a los longevos árboles, los suceden plantas de
aspecto fantástico denominadas senecios gigantes, que alcanzan hasta los
4 metros de altura, y las lobelias, que son pequeños arbustos que parecen
repollos, y que según me explica Gregorio, por la noche se cierran, y con el
sol se abren. Es increíble como se desarrollan estas espectaculares plantas
endémicas alrededor de los cantos rodados y afloramientos rocosos dándole
un toque de color, a un paisaje más bien sombreado y melancólico.
Al coronar el primer desnivel, paramos y nos reagrupamos
para descansar, comer algo y beber agua. Abajo, a nuestros pies, se observa un
asombroso océano de nubes que cubre la planicie, que al admirarlo te sacude
provechosamente el entusiasmo.
Continuamos un rato agrupados entonando el “Song del
Kilimanjaro”, que durante estos tres días nos han descubierto Gregorio y Abdul;
Es una canción típica para dar la bienvenida a los visitantes, que tiene un
largo y complejo estribillo que Marisa se aprendió la primera, y ha hecho
lo imposible por enseñárnoslo a los demás, y dice así: “jambo- jambo bwana-habarigani-
mzurisana- wageni-mwakaribishwa-kilimanjaro- hakuna matata”....
A continuación, un solista “tanzano”, corea una serie de
enunciados en lengua swahili, a los que todos cantando a coro como un plegaria
respondemos: -“ hakuna matata”.
Dentro de este momento tan divertido, me arranco con
nuestro querido y patrio “hola don Pepito”, improvisando una fusión
Hispano/Tanzana que hace que nuestros guías locales se partan de risa.
Con la tontería, nos reímos todos y pasamos un rato muy
agradable.
Poco más arriba, ya se vislumbra nuestro primen objetivo,
Lava Tower, a 4.700 metros, donde nos dispondrán la comida. En este
tramo, se ve estupendamente, como los páramos dejan su lugar a la zona más
alpina e inhóspita. El terreno ya se halla teñido de colores apagados, con
tonos marrones oscuros y grises típicamente volcánicos, y son pocas las plantas
que crecen en este ambiente tan seco y pobre. Un desierto seco y rocoso a gran
altitud, pero por otra parte muy hermosos y cautivador.
Incluso el color azul opaco del cielo, parece
intensificar la blancura y limpieza de los grandes glaciares que cuelgan
prendidos a las paredes, y contrastan fastuosamente con este fosco terreno de
la montaña. El aire ya es poco denso y se nota.
¿Cómo debió ser todo esto hace no muchos años?...
Antaño, los pueblos que vivían al amparo del Kilimanjaro
creían que en sus laderas vivían espíritus malvados que causarían daño a todo
el que intentara aproximarse a su cumbre helada. Esta superstición impidió que
la gente de la zona tratara de alcanzar la cima, hasta que en 1889 dos
exploradores alemanes la escalaron, y conquistaron el punto más alto de África.
Ya en 1848, unos misioneros alemanes enviados al
continente, aseguraron ver una montaña tan alta que la nieve cubría de blanco
su cumbre. Tal historia se recibió con incredulidad e incluso burlas en Europa.
Sin embargo, despertó la curiosidad de exploradores y geógrafos, quienes
finalmente confirmaron que efectivamente existía una montaña volcánica coronada
de nieve en el África oriental, llamada Kilimanjaro.
También se la llamó, “La montaña de las caravanas”, pues
con sus enormes campos de hielo y glaciares, actuaba como un deslumbrante
y blanco faro que podían verse a cientos de kilómetros en cualquier dirección,
guiando a las caravanas que salían del remoto interior de África cargadas de
marfil, oro y esclavos.
Ahora, pocos años después, hay preocupación ante la
pérdida de nieve y merma de los glaciares que sufre esta montaña a causa del
calentamiento global, y es que, me afirma Gregorio, que en tan sólo dos décadas
más, podría evaporarse todo, y con ello uno de los paisajes más hermosos del
mundo...
Llegamos a lava Tower, a 4.700 metros, donde ya tenemos
instalada la tienda cocina, y la de comedor; menudo lujo asiático, pero en
África.
Tras comer y permanecer allí, entre comida y animada
sobremesa, mas o menos una hora y media, alguno comenzó a notar las
intransigencias de la altura en su cráneo, así que comenzamos el descenso por
unos pronunciados declives de expeditas piedras hacia Barranco Hut (3.950m).
Es curioso como por la tarde, tan pronto se desenvuelve
el sol, como a los pocos minutos el viento arroja franjas de brumas
fantasmales, que se dispersan atravesándonos por las vertientes hacia la cumbre
y nos obligan a taparnos.
El gigantesco tamaño del Kilimanjaro le permiten
establecer su propio clima. Un viento húmedo que sopla tierra adentro desde el
océano Índico a través de las tierras bajas semiáridas, de repente tropieza con
la montaña, y se desvía hacia arriba, donde se condensa y produce lluvias.
Gracias a este milagro, las laderas inferiores de la
montaña son muy fértiles, y cobijan plantaciones de café, plátanos y muchos
otros cultivos.
Continuamos bajando. El grupo se divide de nuevo en dos,
marchando por delante los mas, fuert...rápidos.
Me siento bien, muy bien, y continuamente bromeo con
Gregorio. Estoy donde me gusta estar y lo siento por dentro, y al mismo
tiempo, con dos de las personas que más quiero. Son momentos en mi vida, en los
que no me importa ni hacia dónde voy, sólo sé que voy hacia delante.
El grupo también me gusta. Algunas personas me
impresionan más, otras menos, pero me gustan. Sigo caminando acompasado
percibiendo los pasos a mi espalda, y tengo una sensación de bienestar tan
placentera, que en algunos instantes en cabeza de grupo, cierro los ojos y
sonrío en silencio mientras lo hago. Disfruto de este instante. Siento que
voy..., que sigo aprendiendo.
Poco a poco, como indicador de que estamos descendiendo
de altura, asoman de nuevo numerosos y espectaculares senecios gigantes,
circundando un pequeño barranco por el que discurre agua de deshielo (supongo
que será barranco Hut), dándole al paisaje un aspecto casi de fábula. En un
paisaje así, solo me figuro a Ulises siendo atacado por un feroz
escorpión gigante, mientras intenta liberar yo que sé a quien, que le
ofrece llegar a su amada Ítaka. Es un paisaje, que parece sacado de la
mitología.
Sobre las cinco y media, por poco topándonos de bruces con
la cabaña de madera del guarda, los últimos llegamos al campamento. Allí nos
aguardaban el resto apostados en el soportal en forma de abrigado porche de la
misma. Es un campamento mas enclaustrado, pues el otro lado del barranco
lo abriga una enorme pared, en la que se distingue labrada la escarpada senda
de mañana.
Todos observamos a un joven inglés que esta llegando, y
que sobrepasamos en el descenso. Para ayudarle a caminar, lo llevan cogido por
el brazo. Marcha con unos andares totalmente desmembrados, y con mirada
totalmente ida.
Uff!!, Hoy la altura ya está pasando recibos. Solo deseo
que en el grupo nadie alcance estas penosas condiciones... Y hoy, salvo
cansancios, y alguna por otra parte lógica leve patología de la altitud, todos
están en condiciones de continuar mañana. ¡Bien!
Pepe, Edu y Carmen, se han ido recuperando un poco;
Marisa, va acumulando cansancio, pero sobre todo por la falta de un buen
descanso, ya que para ella descansar en el suelo, es un severo trastorno,
debido a una grave lesión en las cervicales que sufrió por un accidente; pero,
es obstinada, sufrida y siempre resiste con una sonrisa en su cara... ; Miki,
también anda algo debilitado, pero nada preocupante si consigue descansar hoy
medianamente.
A todos les insisto para que coman y beban bien y mucho.
Cualquier pequeña fisura en estos aspectos es acumulable, y el cuerpo tiene
retentiva de ello, y por el contrario, si cuidamos esto, y acumulamos reservas,
podremos soportarlo si al final tenemos un mal día.
Voy observando al resto con discreción: Miguel, Javier,
Juanan, Rosana, Mª José y Luisa, aparentemente se encuentran perfectamente, y
están adaptándose considero que bien.
En concreto, Luisa y Mª José, están haciendo un ascenso
muy inteligente. Aun encontrándose bien, en ningún momento han realizado nada
que les impida aclimatarse perfectamente llevadas por la euforia. Comen, beben,
descansan, y caminan acompasadas y con cordura cada día... A las dos se les nota
autosugestión y actitud. Son reservadas y sobrias, pero a la vez tremendamente
generosas con todos los demás, y como en el caso de Rosana, por su entereza y
equidad, aportan y contagian, una gran seguridad al resto del grupo.
Hoy deseo que todos descansen bien. Los próximos dos día
serán los más duros, y los que hay que echar el resto para alcanzar la cumbre.
Siempre me ha parecido curioso, como dos personas de una
misma expedición, que progresan a la misma velocidad, y hacen la misma
adaptación, pueden sufrir de forma muy diferente la altitud independientemente
de su nivel técnico, físico o de entrenamiento.
Creo que el ambiente hipóxico de la alta montaña,
representa por añadidura una situación estresante, y a esta situación
estresante, no todos reaccionamos del mismo modo.
Una persona que antes o durante la ascensión, tiene una
excesiva preocupación por los efectos y consecuencias de esta hipoxia,
difícilmente se adapta bien, fundamentalmente por el stress que se está auto
generando.
No hay duda que las sacudidas que produce la hipoxia por
altitud no son agradables (cefaleas, malestar estomacal, vómitos, etc...), pero
una mayor conformidad con esta situación “normal”, estoy convencido que permite
si no evitar, por lo menos disminuir los efectos.
Me sorprende la poca atención que se le presta al aspecto
psicológico del mal de altura. Pienso que las variables psicológicas pueden
suavizar los efectos producidos por la altura, y por el contrario, la ansiedad
acerca de estos y sus consecuencias, te pueden generar ese stress que posibilita
aún mas que se produzca. Por este motivo, desde hace meses he procurado
mentalizar al grupo de que estos malogros, sus consecuencias, y las eufóricas
alzas y desanimadas bajas que iban a padecer, eran normales.
El carácter es el empuje silencioso y la constante
de nuestra voluntad, y siempre hay que escuchar a la cabeza, si, pero dejar que
hable el corazón.
Cenamos bien como todos los días, reforzando el menú con
algún sobre de jamón, y nos confinamos en las tiendas para descansar la última
noche completa. Mañana comienza el principio del fin.
Hakuna patata... me falta el oxigeno.
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