He tardado en
darme cuenta.
Amo el
deporte, la aventura, lo físico y todo lo que ello le reporta a mi vida.
Pero, ¿y lo
mental?
En lo mental,
mi cabeza es un torrente creativo y pasional sin control, que no para ni cuando
duerme. Siempre lo ha sido.
Pero… nada,
ni nadie se sucede por casualidad en tu vida.
El pasado
sábado, me invitaron a una clase de meditación en el centro Tierra Padmáyati
(Entre Monzón y Binaced).
Así que tras “meditarlo”,
allí que fui.
Y lógicamente
no llegué a meditar como imagino debe de ser una meditación auténtica, pero si
llegue a un estado de relajación mental tal, que me removió por dentro, y me ha
hecho pensar mucho desde entonces. Mi cabeza paró. Descansó.
Y sentí una
paz como no había sentido desde hacía mucho tiempo. Me llegó.
De hecho,
desde aquel día, mi cabeza sigue relajada.…
Descansa y ya
no piensa en el futuro. Estoy sorprendido.
Incluso me he
atrevido a ponerme alguna sesión en casa, y he alcanzado de nuevo ese estado de
bienestar.
Más vale
tarde que nunca.
Ahora me doy
cuenta, que vivir con sobredosis de pensamientos y afán de controlar las
circunstancias, o incluso los afectos, trae un resultado agotador y frustrante.
Porque, la vida se vuelve una lucha perpetua de expectativas y análisis de todo
lo que ocurre a tu alrededor.
Transitas por
ella tratando de entender el significado de lo que las otras personas hacen o
dicen.
Incluso es
más, te afecta lo que hagan o digan.
Todo ello
sumado a una enorme ambición de inmiscuirte en ella, en tu vida, para que se
produzcan los resultados que deseas.
Y si, quizás
esto puede funcionar con tus metas personales o deportivas, donde la
disciplina, el esfuerzo, y la dedicación, son muy importantes, no lo voy a
negar, y doy fe de ello, pero ¿qué pasa en el mundo del afecto?
Que el uso o
abuso de esta lógica apaga o incluso mata la magia de los milagros, o de las
sorpresas que personifica la vida; vivir.
Y el ego,
nuestro ego, nos aleja de ese sobrecogernos. De ese conmovernos.
Porque este,
nuestro ego, quiere rivalizar, controlar, y forzar todas las situaciones para
que sean lo que nosotros concebimos que sean. Y no. Debemos soltar. Sin importarnos
el tiempo.
Porque
precisamente es el tiempo, uno de los factores que puede acobardarnos y
obstaculizar este soltar.
Tenemos miedo
o aún más, terror, a que no se dé lo que queremos, e intentamos inmiscuirnos,
tanto tanto, que sin querer deterioramos el flujo normal de cualquier
acontecimiento que sucede alrededor de nuestra vida.
Esa noche, la
del sábado, dormí como hacía tiempo no lo hacía.
Y al
despertar, mi cabeza no era un hervidero de planes impacientes y ansiedad como solía
ser. Me pareció un milagro. ¿Cómo una simple sesión de meditación de iniciación
causó esto?.

Desayuné, y
decidí subirme solo al Tozal de Guara y recapacitar sobre ello mientras lo
hacía. Sobre esa especie de reflejo o chispa que suscito en mí la experiencia
de intentar meditar. Y así lo hice.
Hice lo que
me pidió el cuerpo y recapacité mientras lo hacía. Como tantas veces en mi
vida. Pero esta vez fue diferente. No pensaba en proyectos, planes o futuras aventuras.
A veces no
pensaba en nada, otras recapacitaba. Y tras mucho recapacitar, llegue a la
conclusión, que el tiempo es y no es. Que el tiempo es irreal.
Y digo irreal
porque nadie tenemos la certeza de su duración. Solo sabemos realmente del
momento en que vivimos. Del aquí y el ahora.
Así que,
¿para qué forzar y seguramente perjudicar las circunstancias pensando en cosas
que nunca han sucedido y no sabes si lo harán? Lo que tiene que ser será. Y lo
que tenga que suceder sucederá. Y competir continuamente, prever, solo produce
dolor y frustración.
Y no; no me
malinterpreto a mí mismo. Esto no tiene nada que ver con ir sin rumbo en tu
vida. Hay que hacer cosas; cada cual las que nos gustan (que en mi caso las
tengo claras); Pero por y para, y desde nosotros mismos.
Y para ello
hay que MANIOBRAR, pero luego, dejarnos llevar, y esperar a ver qué pasa. ¿Qué
vienen dudas o miedos a tu cabeza? (a mí me pasa mucho), pues como escuché en
esa clase de meditación, e intento poner ahora en práctica, salúdalos y déjalos
ir.
Esas
desconfianzas no te suman, te restan. Y mucho. También doy fe.
He decidido
entregarme a mis acciones, esperando el mejor resultado claro, pero aceptando
que después pueden diferir, y ser distintas a lo que yo espero.
Pero sí sé
que serán exactamente las que necesito en cada momento de mi vida, y, por
tanto, siempre serán buenas.
A rendirme a
la paciencia. Algo que poseo en algunos aspectos de mi vida, pero en otros nada
de nada.
Porque suele
suceder que muchas veces te cansas de esperar algo que nunca llega, y pierdes
la fe. Y en esa espera pierdes otras muchas cosas importantes y vas generando
vacíos.…
Y, si soy
sincero conmigo mismo, si miro atrás, y soy consciente de lo vivido hasta
ahora, es desde la casualidad, desde el imprevisto y no desde la seguridad ni
el proyectar, desde donde los milagros de la vida ocurren y tienen mayor
impacto.
A mí me ha
pasado siempre pero no era consciente.
Siempre aparecen
circunstancias, sueños, y personas, justo cuando lo necesitas.
Y esos
milagros creo que siempre están destinados a aquellos que pase lo que pase,
nunca pierden la fe.
Así que he
decidido, sabiendo que me va a costar mucho, pensar menos, disfrutar más,
imaginar, y recrearme en la expectativa de todo lo bueno que llegue, que será porque lo deseo y lo merezco.
imaginar, y recrearme en la expectativa de todo lo bueno que llegue, que será porque lo deseo y lo merezco.
He comenzado
a vislumbrar a base de reincidencias, que no errores, que la vida es aprender a
disfrutar del momento que se te regala desde el agradecimiento y el
entendimiento de que ese momento no se repetirá.
Es entender
que todo va progresando, que todo llega, y si, también que todo pasa.
Eso sí,
también tengo la certeza de que se recoge lo que se siembra de modo que si de
algo debes ocuparte es de sembrar bonito, y desde el cariño.
Y repito,
soltar para dejar que la vida te sorprenda. Y si eso es así, siempre te
sorprende; señal clara de que vamos evolucionando.
Es normal
sentir miedo, recelo o desconfianza. Pero si lo piensas bien, tan solo es un eco
de nuestras propias carencias. Hay que ser valientes y vencerlos, sin importar
lo que piensen de uno. Querernos a nosotros mismos. Creo que esa es la clave.
Ahora mismo,
tras escribir esta filosofada, siento miedo a compartir estas reflexiones tan
íntimas en el blog. ¿Qué pensaran de mí?
Pero si soy
fiel a lo que acabo de escribir, y lo soy, he de vencer ese miedo y compartirlo.“
Creo que todo
fluye; que todo está en movimiento. Y un ejemplo muy gráfico para mí, es que,
puedo descender muchas veces un mismo río, pero cada vez, ni el río ni yo somos
los mismos.