miércoles, 2 de diciembre de 2009

NUEVO MÓVIL, VIEJAS HISTORIAS

He cambiado de móvil (el viejo se ha muerto), y siempre en el fondo de pantalla de mis móviles, desde hace años pongo la misma fotografía. Una de mis fotos preferidas. Una foto que tomé durante la expedición al Manaslu el año 99. He pensado en la historia de esa foto, y me he acordado que hace casi un año, escribí en este blog esa historia, la he buscado, y la verdad que me apetece volverla a editar, así que aquí está de nuevo:
Aquella mañana partimos desde Katmandú en un vetusto helicóptero ruso MI-17. Tras una hora de vuelo, aterrizamos en un claro a 3000 metros, a las afueras de Sama Gaon, un pequeño poblado de cuatro casas, justo en la frontera entre Nepal y Tibet; a siete días andando de la carretera más próxima.
Después de levantar las tiendas y establecer un campamento para pasar un par de días aclimatando, y así durante ese tiempo contratar los Sherpas para acarrear el material al campo base mil metros más arriba, por la tarde, con mi cámara de fotos, decidí salir a pasear por un sendero para sumirme en la cordialidad de este extraordinario escenario cercado de bosques y sitiado por lenguas glaciares que surgían soberbias desde lo alto de las montañas disfrazadas de nubes.
No había caminado mucho, cuando en una revuelta de una senda confusa de vegetación, escuche que alguien se acercaba de frente hacia mí. Eran dos encarnados y desaliñados niños cargando una enorme canasta de mimbre llena de palos.
Nos ojeamos mutuamente un poco desconcertados. Inmediatamente me di cuenta que para ellos yo era un extraño, mis facciones y acciones no se correspondían a las de ellos. Sus ojos se abrieron gigantes al verme y se quedaron estáticos observándome de arriba a abajo.
Les sonreí y les dije –“hola”, “Namaste”- ellos me respondieron a dúo – Namaste- y se quedaron visiblemente afables al ver que era “normal” o cosa por el estilo. Claro, en un principio no me di cuenta, yo como ellos, como todos, también fui un niño, pero luego, por desgracia fui creciendo...Por eso, nunca se debe subestimar la impresión de un niño, son demasiado despiertos y son capaces de impresionarse con muchas,... o con pocas cosas. Se fijan en cada detalle, por mínimo que este sea. Les hice un gesto llevándome la cámara a la cara como indicación de que les invitaba a hacerles una foto, y ellos lo interpretaron perfecta y positivamente. Descansaron su cesto en la vertiente del camino aliviando su peso, y posaron para mí. Me gusta la simpleza de los niños, al fin y al cabo son solo eso, niños, y saben vivir descubriendo que todas las personas somos distintas, sin importarles lo más mínimo. Una vez les hice la foto, se dispusieron de nuevo la cesta de leños y continuaron su camino hacia la aldea sonriéndome y cuchicheando algo entre ellos mientras reían. Como siempre digo, los grandes momentos son definitivamente los insospechados; y en aquella expedición, aquella tarde, aquel casual y fugaz encuentro, fue un gran, sencillo y espontáneo instante que de ningún modo olvidaré. Una observación de la sencillez y la vida en un solo guiño, en dos pequeños rostros y un fardo de leña.Muchas veces en la vida, una situación que crees monumental, pasa al olvido de tu memoria, y sin embargo un instante aparentemente superficial, un guiño, a tu recuerdo para siempre. Siempre.

4 comentarios:

  1. Descubrí tu blog mas tarde, y no había leído este entrañable relato que, aparte de darme mucha envidia… no por la escalada..., si no el entorno jajaja. Como Edgar, también es uno de mis sueños viajar por estos países. Solo felicitarte por tu manera singular y auténtica de relatar las cosas, me parece excelente, como describes las pequeñas cosa, que como tu bien dices algunas veces son las grandes y no nos damos ni cuenta.

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  2. Una gran foto, para un bonito recuerdo

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  3. Si. Quien pudiera estar por alli para tomar fotos claro. Precioso el instante

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