sábado, 27 de abril de 2019

Para este viaje no hacían falta alforjas.

"Para este viaje no hacían falta alforjas"
Cuanto de verdad encierra esta frase en tan pocas palabras.

Hace dos años, tras cinco consecutivos ideando y dirigiendo unos viajes digamos de aventura, terminé cansado y decidí hacer una pausa.
Unos viajes cuya filosofía era elevar siempre al grupo, determinando la convivencia, los sentimientos y la superación personal, por encima de la meta prevista.
Viajes en los que, aunque si se fijaba esa meta, normalmente de altura, la dicha no era alcanzarla, si no disfrutar de cada paso mientras lo intentábamos.
Y curiosamente, este dogma de nunca creerse mejores ni mayores que esa meta fijada, esa simulada reverencia, siempre nos llevó a alcanzarla.  
Ahora, pasados dos años, y algunas circunstancias personales en mí vida, decidí planear un nuevo viaje. Es más, necesitaba hacerlo.
El mismo procedimiento, la misma fórmula, pero mucho más accesible en fechas y condiciones. Seis días, de los cuales cinco eran festivos.
Porque en esta ocasión, mi propósito era junto con algunos veteranos de viajes anteriores, seducir a amigos con los que siempre había soñado compartir una experiencia así, pero necesitaban no tener ninguna excusa para hacerlo.
Y aunque algunos por circunstancias no pudieron, otros si respondieron y confiaron en la propuesta y en mí. Y en algún caso ciegamente.  

Los que me conocen, saben que soy una persona optimista, que suele ver el lado bueno de las cosas, y sacar experiencias positivas de todo aquello a lo que me pueda enfrentar. A todo este programa, era muy fácil verle el lado bueno.
Y para relatar las sensaciones de este recién concluido viaje a Marruecos, me voy a poner un poco exotérico.
Porque a lo largo de los años, tras vivencias buenas y malas en mí vida (como en la de todos), tras hablar o escuchar a unos y otros, tras distancias o casualidades, he llegado a la conclusión que, aunque no lo pueda comprender ni explicar, hay una razón por la cual cada persona, cada circunstancia llega a tu vida.
Y esto lo puedes ver como una bendición o como una lección, pero todo y todos llegan por una razón o con un propósito.
Sincronicidad dicen: Un concepto que habla de las significativas coincidencias en la vida, y que explica estas “casualidades” como el universo mandándonos señales y personas que nos ayuden a alcanzar a nuestro propósito en la vida.
¡¡Ahí queda eso!!
En definitiva, creo que nadie llega a la vida de nadie por casualidad, y nada sucede por accidente.
Cada situación, cada persona, cada dificultad, incluso cada acontecimiento o experiencia te lleva exactamente a estar donde tienes que estar.
Y es aquí, ahora, en este punto de nuestras vidas, donde nos juntamos unos por sugerencia, otros por casualidad, otros por fortuna, veintiuna personas de diferentes edades, condiciones o físicos.
Pero concluyentemente, pienso que todos debíamos estar allí. Y a toro pasado, no solo lo pienso, si no que lo certifico.
Cada uno para tomar algo, pero también para tributar algo a los demás.

Porque un viaje de estas características, no solo es un medio para conocer lugares, culturas y personas, sino también para conocer y dar la mejor versión de uno mismo.
Puesto que en un viaje especial, con personas especiales, siempre dejas algo de ti, pero a cambio te llevas algo de él.
Traspasa tus certezas, y cambia el sentido de conceptos como “normalidad” y “lógica”.
Y así ha sido de nuevo esta vez en Marruecos.
Y yo no sé qué se han llevado los demás, ni que he aportado yo a ello; pero sí sé lo que a mí me ha significado volver a sentirme libre en la falda de una montaña, acompañando a gente que quiero para en algunos casos descubrirse a sí mismos.
Cuando uno piensa en Marruecos, normalmente las imágenes que vienen a nuestras cabezas son las de las bulliciosas ciudades con sus zocos y mercados, los desiertos y camellos, y nunca pensamos en montañas, nieve y temperaturas bajo cero. Pero ese Marruecos también existe.
Es más, Marruecos cuenta con cuatro cordilleras: el Rif, el Atlas Medio, el Gran Atlas y el Antiatlas.
Y su montaña más alta es el Tubkal, Toubkal, o Ebe Toubkal, que alcanza los 4.167 metros, fue ese hipotético objetivo planteado para esta ocasión.
Un cuatro mil asequible. Partiendo de la base, que todo es fácil o difícil proporcionalmente a la experiencia de quien lo afronta, su físico, o las circunstancias.
La lucha interna, la satisfacción personal, la emoción, o la aventura, que uno ha de hallar escalando el Everest, otro puede hallarla ascendiendo una montaña cercana. Y es así. Y desde mi humilde punto de vista, por sí mismos, y sin comparar la hazaña manifiesta, tienen el mismo mérito, y sienten parecidas emociones.
Así que, con esta premisa, los veintiuno llegamos a Marrakech tras un viaje en el que no dormimos casi nada.
En el rostro de algunos se podía adivinar ese nerviosismo que surge ante lo desconocido.
Allí primer contacto con la bulliciosa plaza Djemaa el Fna o el Zoco. Desembarcar en un país desconocido (Esta vez Marruecos) es un poco como renacer.
Incluso en ese momento de desorientación que te inunda en el primer momento en la cola de inmigración del aeropuerto.
Porque ese shock inicial te lleva a agudizar los sentidos.
Y una vez que vuelves en ti mismo, ellos, tus sentidos, se lanzan a la conquista de este nuevo ambiente; y, como por arte de magia, cada cosa tiene el sabor de la primera vez.

Había decidido, creo que, con acierto, cambiar el hotel de cuatro estrellas inicial, por dormir en unos Riads en pleno centro junto a la plaza.
Riad, que en árabe significa jardín, se define por un patio interior, alrededor del cual se distribuyen las habitaciones y zonas comunes.
Es precisamente este patio interior el que suele caracterizar el alojamiento, y suele estar decorado con mosaicos, plantas o alguna fuente.
De esta manera, la inmersión cultural era más plena que aislándonos en un hotel a las afueras.
Allí en el Riad conocimos a Hassan, el que sería nuestro contacto y guía durante estos días.

Al día siguiente, traslado hasta Imlil en dos furgonetas,  y a partir de ahí nuestras piernas con la ayuda de dos guías locales Hassan I y Hassan II, nuestros simpatiquísimo cocinero Ibrahim, mulas y muleros, para hacer más fácil la subida hasta el refugio.
Mi objetivo, que nadie dudara poder continuar al día siguiente. Durante los últimos meses, había escuchado a alguno decir que con llegar al refugio se daba por satisfecho….

Y aquí, mientras ascendíamos marcando yo la cadencia de paso y relegando a los guías locales como soportes, empecé a darme cuenta, a pensar en los beneficios de viajar con la familia que tú has elegido.
Viajar con amigos supone compartir experiencias y situaciones que, de otra manera, igual no se hubiesen vivido conjuntamente, por lo que con ello logramos consolidar esa amistad que ya existía, y tenemos la posibilidad de conocernos aún mejor. 
Compartir experiencias, vivir situaciones únicas y diferentes y afianzas lazos. Crear un vínculo único y para siempre, que por mucho tiempo que pase siempre existirá. Siempre habrá una anécdota para reír o emocionarse.

Las claves, humildad, paciencia y humor. Hay que recordar en todo momento, que somos amigos, y estamos a punto de vivir juntos una gran aventura.

Así que, pasito a pasito en las faldas de Atlas, cerrando una puerta a nuestras espaldas nos preparamos para cruzar la sutil frontera entre lo que conocemos y lo que queremos conocer.
Y lo hacemos físicamente, pero estamos obligados a hacerlo también dentro de nosotros mismos, para que esa partida sea real.
Conseguir dar ese primer paso es lo más difícil.

Y de nuevo se obró el milagro. De nuevo hemos parido palpitaciones, aventura y sobre todo gratitud.

Tras hollar al día siguiente todos juntos la cima del Toubkal, anhelos, deseos, sueños, realidades, miedos, y superación personal.
Y quedan en nuestra memoria esas lágrimas de satisfacción, esos profundos abrazos llenos de emotivos latidos, esas emociones, los apoyos recíprocos cuando alguien flaqueaba, y las visibles sonrisas y risas exaltadas.
Mientras descendía de esta cima en silencio, aún medio emocionado, recapacitaba. Hace muchos años, cuando comencé a escalar montañas por mí mismo o en expediciones coordinadas, jamás me emocionaba al pisar una cima.
Sin embargo, desde que esta experiencia la he compartido con amigos, o con personas cuya humildad y propósito está muy por encima de la intención, me he emocionado cada vez.
Esta vez, cuando ya veía a lo lejos el trípode de la cima sintiendo tras de mi a todos mis compañeros, cada uno con su historia y su lucha, me emocioné y lloré. Y después con cada abrazo.

Que más decir. Que al terminar un viaje así, averiguas que ha sido un éxito, no mirando la foto de la cima, si no cuando al llegar a casa, cuando al despedirnos a los pies del autobús, sientes como si te fraccionaran un poquito tu corazón al despedirte con sentidos abrazos engalanados de ternura; Esos sí que nunca mienten.

Ya jamás olvidaremos los extraordinarios instantes donde todos juntos formamos parte de un sueño colectivo.
Nunca olvidaremos Marrakech su plaza y su zoco, Imlil, Aremd, el curso del río Ait Mizane hasta el refugio Neltner, o el ascenso desde allá hasta la cumbre del Toubkal.
Otro elevado escenario que siempre formará parte de nuestra memoria.

Yo junto con el destino los uní, pero entre todos, hemos avivado la motivación, la capacidad de sufrimiento, y sobre todo la humildad y el compañerismo.

Y ese ha sido el auténtico éxito de esta función.
El grupo, y el respeto, y ese nunca pensarse superior al objetivo que pretendíamos.
Respeto al medio, a tus compañeros y a ti mismo.

Una prueba más de que el montañismo te da, te aporta muchas cosas, y en muchos aspectos: Salud, voluntad, satisfacciones, cultura, experiencias, conocimiento de ti mismo, y la mejor de todas, “amistades”.
Amistades que nos aportan esparcimiento y risas, pluralidad, objetividad, y esa importantísima posibilidad de compartir.
Y lo más importante, es que creo que todos y cada uno, han entendido, que el intentar hacer algo fuera de lo común, no te convierte en extraordinario.
Que hay que saber distinguir el deseo de ser y de vivir, por encima del de conquistar o sobresalir. Y que son esas pequeñas cosas las que alimentan a las grandes.

Has alcanzado aquello por lo que te has estado esforzando tanto. Aquello que te quitó el sueño y que, de forma contradictoria, fue lo que mejor te hizo dormir después.
Los momentos así, corroboran esa máxima que dice, que la vida no se mide por las veces que respiras, si no por los instantes que te quitan el aliento.
Estos días, al menos en mi caso, ha habido muchos de estos momentos:
Despegues, ronquidos, ayudas, bailes, baños arabes, cervezas de estraperlo, padres e hijos, superaciones físicas y mentales, y sobre todo personas; amigos.
Ha sido extraordinario. Gracias a todos.
Firmado: Lomo plateado. 
PD: Mención especial a Ana, que con su diabetes, nos ha demostrado a todos eso de que en la vida no se trata de poder hacer, se trata de querer hacer. 



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