miércoles, 22 de abril de 2009

MI YAU (Capitulo-4)

17-Febrero-2009 “Dove Grave Lake” Territorio Yukón (Canadá):
Habíamos llegado al control de Dove Grave Lake sobre las siete y media de la tarde, y ya eran las nueve y media. Lo normal habría sido proseguir un poco mas, pero, en mi caso, y tras la noche anterior sin descansar, era incapaz de dar un paso. Dentro de mi saco Trango, bajo este enorme abeto del que ignoro la altura incrustada en la oscuridad del firmamento, hoy si me siento, aunque agotado y dolorido, resguardado y bien. Esto también es una reseña de buena adaptación, por lo menos mental, y de que... “tan solo hace veinte bajo cero”, no los cuarenta y tantos de la noche anterior. Cuando en una gran montaña te sientes a gusto dentro de una frágil tienda de campaña, tanto como para figurarte guarecido dentro de una inexpugnable fortaleza, esta claro que tu cabeza está bien y fuerte. Porque si lo piensas fríamente, ¿de que puede protegerte mas allá del viento y algo del frio, la delgada membrana de una minúscula tienda de campaña? Posiblemente de ti mismo. Pues con el saco de dormir pasa lo mismo. Protege del frío, si, pero también ejerce de placebo. Dentro del saco, en su oscuridad, me sucede como a esas caballerías de percherones que al cubrirles los ojos se les borra el miedo a salvar un sendero arrimado a un barranco, o atravesar una ceñida pasarela de maderos sobre un gran río, y puedo ausentarme espiritualmente donde quiera, tener presentes a los seres queridos y dibujar una sonrisa. Al fondo del saco, “mi venda”, he puesto las cantimploras con agua bien caliente, y noto el agradable calor que emanan mientras juego con ellas entre mis pies; ropa limpia, algo de comida para mañana, las zapatillas en una bolsa de tela, y junto a mi cuerpo un sobre de toallitas húmedas para asearme un poco cuando se descongelen. Al localizar las toallitas en la pulka me acuerdo de mi amigo Zanoni, pues el año pasado en Sables, al olvidármelas en la maleta el primer día, compartió las suyas... limpias, conmigo durante la carrera. Esta vez no las he olvidado Carlos. Es importante, dentro de lo posible, pensar bien todo lo que haces, como conservar seco el interior del saco. Si la ropa está húmeda, intentar secarla en alguna fogata o cambiarme, de lo contrario no conseguiré entrar en calor por las noches. También me parece buena idea llenar de cosas el fondo del saco y que no sea un espacio vacío, así elimino bolsas de aire superfluas que desperdician el calor de mi cuerpo. En alguna ocasión cuando el saco es excesivamente largo, Pepe Chaverri me reveló el truco de estrangular con un cordino o cinta americana el trozo remanente, ciñendo el saco a la altura deseada, y eliminando con ello ese espacio inútil de aire frío al fondo de tus pies. En esta ocasión, debo poner tanto material a mis pies, que no es necesario estrangular la base del saco. Este olor en la oscuridad. El olor dentro del saco me reconstruye y evoca muchos viejos recuerdos. Ese olor a plumas apretadas, combinado con crema solar y protector labial, cauchos, goma, isotónicos, y que se yo... mas cosas. Mi amiga Begoña, enóloga, cuando clasifica un vino suele decir cosas como "afrutado" o "madera" pero, ¿a que huele este saco de expedición que tantos recuerdos me despierta? La hierba recién cortada huele a hierba recién cortada. Los libros viejos, a libros viejos. La inmensa mayoría de los olores no tienen forma de ser descritos ni nombre propio, sino con la referencia de la cosa que los genera. Imagino que la falta de nombres de olores es porque la primera percepción o identificación de este es su olor en nuestra mente, y recuerdos específicos en alguna etapa de nuestras vidas. Este es pues, olor a “saco de expedición”.... bueno, si Begoña me preguntara, le diría olor “a perro mojado”.Teorizando con este olor tan familiar, extenuado de agotamiento y sin darme ni cuenta, me duermo. Abro los ojos y en la oscuridad del saco ilumino la esfera del reloj. Son las cuatro menos cuarto de la mañana. Tenemos que ponernos en marcha. Me coloco mi gorro de lana y sobre él la lámpara frontal, y asomo la cabeza fuera. Salva, casi como un resorte que estaba esperando algún movimiento, se incorpora a mi lado. Por lo que me dice también ha dormido bien. Cojo mi equipo y me dispongo a salir del saco con todo bajo el brazo y correr hasta tienda de control. Ahora estará vacía, tiene sillas y estufa. ¿Qué mejor sitio para organizarse plácidamente, equiparse y desayunar? Al incorporarme verifico mis dolores de gemelos, y sorprendentemente parecen encontrarse bien, pero, al intentar caminar, mi confusión es enorme al detectar que no puedo alzar de ninguna de las maneras mi pierna izquierda por la curvatura de la cadera. Esta totalmente bloqueada. Es como si se hubiera puesto en huelga e ignorara la orden de elevarse que desde mi cerebro intento darle. De la forma que puedo, con la pierna inmóvil como un tablón, me llego hasta la tienda y me siento en una de sus sillas de camping plegables. No quiero alarmarme. Estará entumecida, hechizada por tanto descanso y poco a poco con el calor de la estufa, el desayuno y un anti inflamatorio que me tomaré, se restaurará. Mientras nos equipamos y vamos desayunando, aparece la enfermera-doctora del control para atendernos y apuntar nuestra hora de partida. No sé como se llama, pero con su rostro lacio y su mirada compasiva, me recuerda a una de esas monjas maduras de los años setenta, que con sencillez, y en un ejercicio de reforma y trasgresión se quitaban el habito luciendo su cana y trenzada cabellera por primera vez. ¡Que moral! Estar toda la noche en una tienda contigua, y ante cualquier atisbo de movimiento, a cualquier hora del día o de la noche, velar por los participantes de la carrera. Desayuno copiosamente e incremento calorías para la jornada con mucho chocolate, frutos secos, e incluso un sobre de Nescuit que me proporciona el bueno de Salva. ¡Vamos allá!... La pierna no me responde. Sigue con voluntad propia. Con ninguna voluntad. Con la obstinación de no moverse. Ahora si me asusto y se lo explico a Salva. Él me anima y me dice que camine y entre en calor; que seguro que pasará. Intento andar por los alrededores del gran árbol, de mi pulka, adelante, atrás, pero nada. En el suelo, junto a las pulkas, hay una pequeña rama cruzada de tan solo diez centímetros de altura, y no consigo elevar la pierna ni esos diez centímetros para sortearla. Con este angustioso suceso, le defino a Salva lo que me está sucediendo. - ¿Ves? No puedo levantar la pierna. - Quiero levantarla para esquivar este leño, y me es imposible. En breves instantes, la preocupación se torna en angustia, la angustia ansiedad, la ansiedad, en desazón e ineludible resignación, humedeciendo mis ojos.- No puedo continuar; - No puedo andar Salva, continua tu solo, yo me quedo. – Tu puedes. Por supuesto que mi tristeza y desánimo es grande, y la impotencia de no poder continuar más por mi mismo, me lleva a una desesperación inimaginable, pero… No puedo. Me resigo y me despido de Salva con un abrazo deseándole suerte y se aleja y se pierde engullido por la oscuridad del bosque. Regreso a la tienda de campaña y le expongo a la asistente, medio en ingles, medio con gestos, que me retino - ¡Finish!, y con una mueca de dolor le indico mi cojera, señalándole que no puedo caminar. Muy afectuosa, me hace sentar, me examina y manosea el punto donde tengo paralizada la cadera y me da otro anti inflamatorio, o por lo menos eso entiendo yo que es esta pastilla. He tomado uno en el desayuno, pero como aparentemente no me ha hecho nada, me tomo también este que ella me a dado. Como puede, me explica que durante el día, quizás por la tarde o mañana por la mañana, vendrá una moto de nieve para evacuarme hasta Braeburn; que por la mañana llegará una , pero primero evacuará al integrante del equipo inglés que se ha retirado... - Ya me pareció extraño ayer encontrar aquí durmiendo solo a uno de ese equipo. Con aire melancólico, me aprieto con la mano la cadera. Sentado en silencio junto a la estufa, intento hacer un ejercicio de tolerancia a la frustración: Creo que no soy engreído, ni caprichoso, ni estoy acostumbrados a recibir sin merecerlo, y siempre me hago responsable de mis acciones, no busco excusas para las derrotas y las asumo. Asumo con agrado las victorias y derrotas. Incluso sé que de las derrotas es de lo que más se aprende, y jamás las percibo como tales, sino como circunstancias que me permiten darme cuenta de los puntos a reforzar o trabajar con más fuerza, maneras de aprender y avanzar, una oportunidad para crecer. No recuerdo bien que deportista de elite, cuando perdía decía: "Me faltó tiempo para aprender." . Esa era mi sensación ahora. “Me ha faltado tiempo para aprender algo ante esta capitulación”. Pregunto a la enfermera cuanto tiempo hay caminando hasta el siguiente punto de control en Braeburn, y me responden que unas “twenty. ¿20 horas?. Si tan solo pudiera caminar un poco, me aventuraría a intentarlo. En Braeburn está la meta de las cien millas, ciento sesenta kilómetros de carrera; sería por lo menos un final mas determinado y legítimo, y tendría un día mas para cultivar y saborear esta carrera. - Asumible... Esta idea fija en la cabeza, y que si dejo que sucedan las horas, y mi dolor finalmente remite ya no estaré en condición de remontar el tiempo perdido. Así que me alzo, y como el difunto Lázaro en la Biblia cuando Jesús le dijo -“Levantate y anda”, salgo a caminar anhelando que mi pierna me rebele alguna sensación de mejoría y me permita caminar. Esperar un día entero una moto que retorna desde el control al que yo me dirijo no está en mi dietario. ¿Que mas me da esperar aquí, que intentar continuar y si noto que no puedo, me tiro a un lado de la pista dentro del saco y que me recojan en cualquier punto?. Llevamos una orla o cinta de color naranja de un metro, para si decidimos retirarnos en cualquier punto alejado de un control, la apostemos visible en un palo o atada a un bastón clavado en la nieve mientras nos encontramos dentro del saco protegidos a la espera, y de este modo si pasa una moto de la organización y la ve le señale el hecho de tu retirada al distinguir la cinta junto a ti. Así que si es necesario y no puedo llegar, me acomodaré un vivac junto a la pista, clavaré la cinta y esperaré allí. Mi pierna parece que poco a poco reacciona y me permite, aunque cojeando, caminar. No lo demoro mas, estoy resuelto a continuar. Son las cinco de la mañana, tan solo hace poco mas de media hora que partió Salva, y si según me dicen hay veinte horas hasta Braeburn, llegaría a la meta de las cien millas la próxima madrugada. ¿Por qué no intentarlo?. Transmito mi decisión de proseguir al control de la organización, a mi caritativa enfermera. Me abrigo bien el cuerpo, y me cubro la cara con el tupido buf y las gafas de ventisca pues hace mucho frío. Me engancho de nuevo a la pesada pulka, y arranco con paso anómalo, punzante y patológico, amparándome en los bastones. Los primeros metros miro la cinta de la virgen del pilar que llevo atada en la hombrera izquierda del arnés, que adelantándose en la intención a mi buen amigo José Mari, esta vez me ha regalado mi madre, y como siempre nos acordamos de santa Bárbara cuando truena, tímida y discrecionalmente le mendigo que me ampare para poder andar un día mas, por lo menos hasta llegar a la meta de las cien millas. De esta manera, en un instante, este paisaje de auténtica soledad y nevada oscuridad entre bosques, se ve perturbado ligeramente por este asimétrico lisiado arrastrando su gravada carga. Una silueta con rumbo fijo guiada por una enorme motivación . Solo ha sido una amorfa distorsión en un juego de batalla, en el que cada cual es su propio peón, y en el que se escuchan las cuerdas del pasado que quedó grabado, y ahora olvidado. Despedidas y canciones guardadas en un lugar llamado olvido. Intento abstraerme y recurrir a muchos de mis remedios secretos estas primeras horas: Pensar en Rosana, en mi madre; Un paso por cada persona: Mis amigos: Miguel, José, Isabel, Jesús, Patricia, Olga, Javier, Marian, Paco, Ángel, Fernando, Pedro, Marcel, Juanma, Toño, Merche; Mis Hermanos, Jesús y Jorge; Ester, ... Todo con tal de evadirme y no pensar en el dolor. Quiero que sea un fuego extinto, que arrasa con todo a mi paso. Poco a poco, pasan las horas y de repente me doy cuenta que no siento el ardor, ya no quema, ya no duele tanto. La llama de mi cadera se ha extinguido momentáneamente. Quizás la sobredosis de anti inflamatorios y el que la articulación haya entrado en calor haya hecho algún efecto. El viento se ha llevado mi dolor en un arranque tempestuoso y con un soplido, lo ha quitado de mi camino. No sé cuanto durará esta tregua, así que voy a acelerar el paso todo lo que pueda. No es por amor propio, sino por fuerza, por libertad, porque hoy es este mi destino, porque soy entusiasmo y sueños. El alma se agita cuando las cosas no salen como tu quieres, pero hay que intentar serenarse viendo qué soluciones puedes encontrar y buscar nuevos objetivos y nuevas ilusiones que te motiven. Son las seis y media y comienza a amanecer, mi objetivo, completar las cien millas. Comienzo escrupulosamente a disfrutar del indescriptible paisaje nevado. El valle serpentea entre sucesiones de elevaciones blancas hasta un horizonte cubierto casi en su totalidad por abetos. Un paisaje nevado de estelas blanquecinas cuya belleza es indescriptible. Un poco más al fondo, y en la lejanía se pueden distinguir difusas hileras de pequeñas montañas que parecen la corona del horizonte. Da la sensación de que cada uno de estos árboles que nos arrullan a los lados de la pista han sido tallados por ángeles. No se me ocurre otra manera de describir tanta belleza. Incluso los árboles desnudos y moribundos, cubiertos de una escarcha que ensombrece los corazones, parecen alegres y llenos de vida. Silencio. No hay ni aves sobrevolando los montes, ni almas con las que conversar. Aun así, la pureza de este valle que en el mapa se presenta como Klusha Creek, permanece inalterable pese al frío y la nieve. Debo hoy, ahora consolidar una buena autoestima, sino, si mi dolor regresa, la derrota será vivida y sentida como algo doloroso que atente contra el ego, lo que genera rabia, enojo, y frustración. Al final de un tenue descenso, donde el camino se torna horizontal, distingo a lo lejos parada y mirando en mi dirección la silueta de Salva. Me está mirando como si advirtiera mi llegada, o eso creo. Que sorpresa se va a llevar. Cuando me reconoce me grita: - ¡Javi!. Elevo los brazos y le hago señales agitando los bastones en alto, a la vez que aligero mi paso. Nos abrazamos como si nunca nos hubiéramos visto y le explico que gracias a sus ánimos he decidido salir y por gentileza de la enfermera y una inusitada pastilla, parece que la tensión en mi cadera ha disminuido y casi desaparecido, mientras dure su efecto. Me cuenta que se ha extraviado en algún punto del camino. Menos mal que ha regresado a la traza buena, sino no hubiéramos coincidido en todo el día. Me coloco tras él y continuamos la solidaria marcha hasta las once de la mañana. Ha comenzado a nevar tímidamente y estamos en lo alto de una pequeña y boscosa colina. Decidimos parar a comer algo. Unos cacahuetes, bebida, embutidos y algo de chocolate para restablecer la configuración de nuestro sistema operativo. Mientras estamos comiendo y charlando animadamente, aparece sobre sus esquís, ajustada en su traje negro y con su mascara de neopreno, con un carámbano de hielo pendiendo del orificio de la nariz, nuestra Lara Croft particular, Cyd Fraser. Cyd es una mujer alta y fibrosa. Se notaba que practicaba mucho deporte. Ayer, la observe mientras cenábamos y su rostro encierra cierto atractivo animal, y mostraba una cadencia oculta entre la sensación de cansancio y determinación. Sin la mascara, los labios delgados, apenas visibles, pero bien dibujados, ojos claros, el pelo corto a lo garzón, rubio, y dentro de su alargada cara, lo que más la afeaba era su gesto nada sociable y poco clemente. Parecía muy irritable y competitiva. Apenas cruzaba una palabra con nosotros ni con su hermano. Así, lo percibí. Se detiene a nuestro lado y mecánicamente nos interroga sobre cuanto suponemos que falta para Braeburn . Le señalamos que por lo menos treinta y cinco o cuarenta y cinco kilómetros. Ella supone lo mismo. Y como un “Deja vu” se produce la misma escena de ayer. – Cuando pase mi hermano Scott, decirle que ya he pasado por aquí-, nos indica. La convidamos a comida, pero la declina, y sale patinando como alma que lleva el diablo dejándonos atrás. ¿Por qué no pregunta que tal estamos?¿Qué tal hemos dormido?¿Sonríe bajo la mascara de neopreno?. Parece que lo único que le interese es saber cuanto le queda, finalizar, y llevar a su desamparado hermano a remolque. Nos ponemos de nuevo en marcha y esta vez tomo yo la cabeza. Me encuentro bien y estoy dispuesto a recrearme e intentar llegar a las cien millas. Ha dejado de nevar y quiere salir lánguidamente el sol. El bosque, en plenitud, parece mucho más gigantesco. Los fascinantes árboles parecen venir corriendo hacia nosotros, las ramas se precipitan aparatosamente a los lados, primitivos troncos desnudos y cubiertos de nieve discurren, alternando con esbeltos arbustos.. Mi cabeza no deja de calcular y ajustar kilómetros y horarios: ¿Y si puedo pasar de las cien millas? Me encuentro bien, mi cadera aguanta, y mientras no me detenga quizá lo siga haciendo. Especulo tácitamente las horas que me costaría llegar al control si acelero el paso… Suponiendo que nos queden treinta o treinta y cinco kilómetros, si lográramos una media de seis kilómetros a la hora, podríamos intentar llegar entre las cinco o las seis de la tarde a Braeburn. Detenernos lo justo para avituallarnos e hidratarnos y continuar dos o tres horas más hacia el control cuatro. Es una apuesta arriesgada, pues estoy sosteniendo sumar siete horas de buena marcha a las ocho que ya llevamos, mas si la marcha es perezosa, para cubrir sesenta y cinco o setenta kilómetros hoy, y mañana recorrer otros tantos para llegar al control cuatro y de nuevo estar en tiempos de carrera. Siendo objetivos y honestos, si hoy no pasamos del control tres para mañana llegar al cuatro, y según el reglamento de la organización estaremos excluidos por fuera de control y sería imposible finalizar la carrera. Las cuentas están claras. A una media de sesenta kilómetros diarios que debemos cubrir durante los ocho días de carrera, hoy, tercer día de la misma, deberíamos haber recorrido ciento ochenta kilómetros al finalizar la jornada. Si conseguimos llegar a Braeburn, meta de las cien millas, serán solo ciento sesenta, y nos restarán veinte mas para entrar en la media de control de carrera, así que habría que continuar todo lo posible, para mañana haber reconquistado y remontado todo el terreno perdido llegando sobrados al control cuatro en “Ken Lake” (240 Km. desde la salida en Whitehorse). Todos estos cálculos disgustados y pesimistas, término señalándoselos a Salva. - Si no aceleramos, estamos ya fuera de control..., pero no dice nada. Imagino que la procesión va por dentro. Delibero, decido y resuelvo. Como diría una persona muy querida y cercana a mí, ¡A la mierda! ¡Voy a intentarlo! Concibo que las posibilidades de quedarme tirado por el bloqueo en la cadera de esta mañana sean muchas, pero estoy dispuesto a quemar este cartucho. También ayer me dolían muchísimo los gemelos y esta mañana no había ni rastro de ese dolor. ¿Porque no se puede obrar ese milagro por segunda vez? Me contoneo sobre los alargados apéndices de la pulka girando el cuello y le comunico a Salva:- Voy a acelerar, tú sigue a tu ritmo. Salva asiente a mi manifestación, y subo avivadamente el ritmo, sintiéndome absurdo y algo borrico por haberle enunciado así mi decisión.¿Que pensará?. Ha sido como decirle “no me vas a poder seguir”. Además de que quizás si pueda hacerlo, en cualquier momento podría quedarme tirado y someterme a su huella y asistencia para llegar a las cien millas con el rabo entre las piernas. Conociendo a este juez de paz, sé que no se lo habrá tomado a mal y entenderá mi decisión de acelerar... Tras ganar unos kilómetros, decido ser cuidadoso, avispado y diligente. Si quiero llegar en facultad de continuar a Braeburn, deberé hacer las cosas bien. Paro, me separo la pulka y me preparo muy a mano, dentro de mi ropa, comida y líquido. Una botella bien llena de líquido embutida bajo el forro polar junto a mi tripa, para poder acceder a ella cómodamente sin detenerme e hidratarme con un sorbo cada quince minutos (cuando la termine, pararé un instante y la rellenaré con el termo que llevo en la pulka y que no se congelará); los bolsillos bien aprovisionados de geles y barritas para ir desplazándolos de los más exteriores y fríos, a los más calientes junto a mi cuerpo conforme los valla consumiendo cada quince o veinte minutos. En la riñonera frontal frutos secos para masticar un puñado de vez en cuando alternativamente a los geles, e incluso unos choricitos buenísimos de la carnicería Bernad de Barbastro. Aplicaré, lo que cursé y aprendí de muchas personas y grandes maestros como Manolo “El hielo” (Aquí si que le iría bien su apodo) durante la maratón de Sables. Hallaré un ritmo regular pero sensato, y me alimentaré e hidrataré bien y mecánicamente. Solo así podré conseguirlo. Una vez bien equipado y acomodado, incluso quitándome algo de ropa, continuo con un frenético ritmo apoyado por los bastones dinámica y técnicamente como si estuviera haciendo esquí de travesía. No hay nada más seguro para incrementar la confianza que las victorias, y por eso, debo trazarme pequeñas metas para tener pequeños triunfos. Mi próxima meta, las cien millas. Que espectáculo se replica una y otra vez ante mis ojos. Hasta el sol se ha conciliado con nosotros disipando las nuves. No puedo evitar detenerme y grabar con mi cámara continuamente. Hasta me emociono haciéndolo. Soy un sencillo Barbastrense y estoy en el Yukón, un territorio enclavado dentro del Círculo Polar Ártico; una inhóspita región que se conserva como uno de los últimos reductos más salvajes del mundo. Los bosques cubren gran parte de su suelo, bosques subárticos que van dando paso a la tundra, o vegetación de turba, musgos y líquenes. Paisajes variados y asombrosos. Una gran extensión cubierta por suelos permanentemente helados que congelan la piel pero incendian el alma. No puedo dejar de sentir escalofríos recurrentemente que salen desde mis vísceras, y cada vez que a mi mente acude una persona querida, me estremezco y mis ojos se emocionan, conmoviéndome una y otra vez y ruborizándome al descubrirme así. Imágenes del pasado y sueños de futuro, trozos de mi vida, sosiegos, llorar. Si existe la felicidad, debe ser algo parecido a esto... ¿Me estoy volviendo un moñas? Mi madre, Rosana y los que me quieren sufriendo por mi, y yo aquí feliz...¡Ojalá pudieran percibir y comprender lo que siento! En una escarpa junto a la pista, sobrepaso una pequeña cabaña de madera en la que imagino sobreviviendo en ella al trampero Jeremías Johnson, pendiendo de su techo las alimañas cazadas en sus trampas antes de despellejarlas. Seguro que uno de esos oscuros pináculos que parecen troncos secos a lo lejos en el horizonte, es la silueta del viejo trampero con su rifle y el grueso abrigo de pieles que me observa pasar. Ja ja ja... De nuevo me asalta mi imaginativa satisfacción con tintes cinematográficos... Este viaje, como me figuré, tiene mucho de iniciático... Naturaleza, soledad y la búsqueda de uno mismo. Aquí, el paisaje se convierte en un personaje en si mismo, lleno de espíritu de principio a fin. Imágenes desbordantes de poesía en medio de la nada, y en realidad en medio de todo, donde te fundes con la naturaleza y el mundo salvaje, para dar todo de ti mismo y aprender a escucharte en el silencio. Absorto en mis pensamientos y sin detenerme ni retroceder el ritmo, como, bebo, como, y de nuevo bebo, y poco mas adelante diviso una señal garabateada en la escarpa que se labra junto a la traza en la nieve, como una gran nevada cicatriz: - “LET´S GO 14.30”. Es un mensaje de Cyd para su hermano. Descubro mi reloj y no lo puedo creer. Son las tres. ¿Tan solo hace media hora que ha pasado por aquí?. Además, ni rastro de su hermano, que progresando con esquís, ya debería haberme dado alcance. Este ocasional letrero me anima y me ratifica que llevo buen ritmo y que este parece no recaer. Un lago helado surge a la izquierda de la pista, mientras una liviana ardilla cruza ante mis ojos dando brinquitos por la nieve como si quisiera desafiar mi mirada.¡Que pasada!. Me figuraba ver alces, caribús, lobos, zorros blancos..., pero no, todo mi parque zoológico silvestre, de momento se ha rebelado en una salerosa ardillita, y los indestructibles y perpetuos cuervos que he visto incluso en las grandes cordilleras a alturas de casi siete mil metros. Eso si, una infinidad de huellas de grandes patas o cascos de dos pezuñas, que a buen seguro pertenecen a alces, ciervos o caribús, e incluso algunas que alcanzarían a ser de lobo, rompen intermitentemente la senda rubricando su presencia y hábitat en este tupido bosque. Me río pensando en la ardilla....si tuviera que alimentarme y elaborarme un abrigo con ella, estaría listo. Jajaja. Cojo el mapa en color que me imprimió mi gran amigo Miguel, que llevo bien a mano en la riñonera frontal. Seguro que localizo esta silueta del lago a la izquierda de mi recorrido, para así orientarme y ubicarme dentro de la ruta. En efecto, me ubico fácilmente en el mapa. El lago de mi izquierda no tiene nombre en el mapa, pero si una colina que reconozco a mi derecha “Hull mountain”. Un poco mas adelante debo encontrar otro pequeño lago sin nombre a la derecha de la ruta, y estas reseñas me dirigirán evidentemente a una pista junto al “Braeburn Lake”, un lago, que una vez lo supere me llevará a Braeburn, mi emplazado objetivo. Me pone la piel de gallina pensar que desde casa me tienen situado gracias al emisor vía satélite, y seguro que hoy están emocionados vigilándome progresar con tanto furor. Acelero mi paso y poco a poco se cumple la pronosticada orografía. Ya estoy próximo de “Braeburn Lake” marchando por un impenetrable bosque cincelado en hielo y dividido en dos por la ahora laxa pista. No noto ni la baja temperatura que debe rondar los quince bajo cero. A mi espalda surge un sonido familiar a.... moto de nieve. ¡Que sorpresa!. Es el bueno de Santa Claus con sus turistas. Se detiene amigablemente junto a mi, me sonríe y saluda mientras levanta sus gafas de ventisca sobre su compacto gorro de piel. Sin siquiera preguntarle, mira su reloj y el cuenta kilómetros de su moto, y me dice. - ¡Eight kilometres to Braeburn !. (ocho kilómetros). ¡Que alegría! Si acelero suficiente, podría estar allí en poco mas de una hora u hora y media, y tan solo son las cuatro y cuarto de la tarde. Sino desfallezco, es tiempo suficiente para comer, descansar un poco, y continuar antes de la ocho de la tarde. Me parece increíble. Le agradezco inmensamente a mi Santa Claus particular que está haciendo que olvide a los Reyes magos, el milagroso gesto de animarme y aparecer cuando lo necesito, y lo despido agitando la mano. Como ayer, tras él van los dos turistas con los trineos de perros...¿o serán sus duendecillos?... Una media hora mas adelante, me rebasa la moto de la organización que repatría al inglés retirado del equipo “Team Helmut”, me ratifica la distancia que me resta para llegar, aunque de nuevo me dice “ocho kilómetros”, como si no hubiera avanzado nada. Como los contadores de sus motos miden en millas, no concuerdan a la hora de trasladar mentalmente la distancia a kilómetros… Aunque valla bien, no me puedo descuidar, porque el cansancio se empieza a notar, y no en vano llevo casi doce horas de marcha casi sin parar. Por fin, en una súbita sinuosidad hacia la derecha, cuando ya comienza a hacérseme algo larga esta pista amparada dentro de colosales abetos, una violenta rampa, donde tengo que tener firmeza en mis pisadas y tiento en mi equilibrio para no ser vencido y arrollado por el peso de mi propia pulka, me enclava en la orilla del lago “Braeburn Lake”. Ensartado en el suelo, en la nieve, un cartel que indica: “5 km”. Esto significa casi una hora de marcha. Son las cinco, si acelero lo suficiente podría llegar antes de las seis de la tarde. Me siento ya debilitado, pero muy feliz. Lo estoy consiguiendo, después de que esta pasada madrugada me di por sentenciado y abatido, y esto hace que la mis sensaciones morales sean más sobresalientes. ¿Qué pensaría la enfermera de Dove Grave Lake que me reseñó veinte horas a pie hasta aquí? Lo voy a conseguir en solamente trece. Solo es una prueba más, de que la confianza que se tenga en uno mismo es determinante en el desempeño de lo que te propongas. Esta capacidad debe estar desarrollada de tal manera que no sólo se tenga confianza, sino que puedas mantenerla o recuperarla a pesar de lo mal que estés o lo complicado de una situación adversa. Creer en ti mismo y en tus posibilidades sin importar lo complicadas que sean las circunstancias. Que sensación más asombrosa atravesar mientras atardece, iluminado con el resplandor del crepúsculo, un lago helado justo por su centro. Hace menos de un año, atravesaba lagos secos en el desierto Marroquí. Que colores, que excitación y sacudida. Bromeo grabándome en video con mis especulaciones respecto a si la capa de hielo aguantará mi peso junto a el de la pulka... –Si pasan motos de nieve, imagino que yo pesaré menos que ellas ¿no?... Tras marchar embobado por esta nueva experiencia por lo menos un kilómetro en línea recta, alcanzo la otra orilla, y de nuevo, excavado en la superficie nevada del lago hay dibujado un gran corazón, y dentro de él un mensaje que pone.-“ LET´S GO - I LOVE YOU SCOTT -17.15....” Que mensaje mas tierno de una hermana a su hermano. ¿Acaso la insensible apariencia de Cyd en el fondo oculte a una sensible hermana y un corazón compasivo?..Me apropio del mensaje, como un aliento para mí. Mi ritmo ha sido magnífico, pues tan solo hace diez minutos que Cyd ha escrito este mensaje. No solo no me ha sacado ventaja con sus esquís, sino que le he recortado la que me llevaba. Con una empinada cuesta que me obliga de nuevo a recordar a mi admirado Robert de Niro en la Misión, dejo atrás el congelado lago por una senda diseñada con muy mala baba. Acaso para darnos la puntilla. Es una retorcida y escabrosa travesía que entrelaza inagotablemente crueles subidas con apuradas bajadas, soslayando pinos sin ningún tipo de sentido de la orientación ni la lógica, dando giros en torno a los árboles. Solo se me ocurre el pretexto de cubrir los kilómetros que faltan para cubrir las cien millas, pues se divisan luces de alguna edificación cercana entre los árboles, y proyectando una línea recta hasta ella la alcanzaría enseguida. Estos desalmados y violentos culebreos, me obligan a vaciarme mas y notarme ya casi extenuado. Pienso en Salva. Cuando llegue por este tortuoso y maquiavélico bosque será de noche y seguramente lo pase bastante mal. Por fin salgo junto a un simulacro de helada carretera que me dirige hacia esos edificios que divisaba en línea recta entre los árboles. En el reglamento de la carrera, está como hecho sancionable con la expulsión, que cuando la pista circule contigua a una carretera, transitar por el arcén de la misma agilizando tu avance, Así, que por mucho que me duelan ya las piernas, encubriendo si me duele o no la cadera, aguantaré esta tentación, y continuaré el arrastre por la pista. Por fin. Un cartel indica “Braeburn”. La pista emerge a la espalda de un gran casa de cemento y madera, la rodeo y allí esta, la pancarta de la meta de las cien millas sujeta a la barandilla del porche, varias pulkas estacionadas junto a ella, y sonriente Robert Pollhammer con su cámara de fotos colgada del cuello. Lo he conseguido, y mientras mi cuerpo aguante, estoy decidido a continuar tras un breve descanso, para pasar la noche en cualquier lugar entre este punto de control y el siguiente… Intento ser una persona de recursos y esos recursos me vienen dados por la forma en la que afrontas las cosas, por cómo me enseña la vida de la cual sigo aprendiendo: domando los impulsos, las prisas y las adversidades. Sin duda, la paciencia permite actuar con más eficacia en momentos difíciles y te ayuda a ser más feliz.

12 comentarios:

  1. me encanta de verdad !!!!!!creo que puedo hacerme una idea de lo que podais haber vivido, y experimentado Estoy segura de que aprender, has seguido aprendiendo y aplicandote en ello,Me encanta como vives tu vida, con esa intensidad, con ese afan de superacion, que contagias .Sigue escribiendo...

    ResponderEliminar
  2. No quiero ser repetitiva, Pero como te animé y seguí durante la carrera, no quiero dejar de hacerlo y aplaudirte mientras nos narras y haces participes viviendo tu experiencia a través de tus emociones.

    Un fuerte abrazo mientras espero la siguiente entrega.

    ResponderEliminar
  3. Me quedo ya sin palabras para hacer un comentario, no sé cómo calificarlo, me encanta.

    ResponderEliminar
  4. Lastima que tu relato sea como ver un gran premio de F-1 en diferido, sabiendo cual ha sido el resultado.
    Pero aun asi consiges acelerarnos el corazon y sentir escalofrios, como cuando eramos niños y leiamos esas novelas que nos hacian soñar con increibles aventuras.¡Gracias!

    ResponderEliminar
  5. Javi, cuando terminada la parte física de las carreras te concentras y nos deleitas narrando lo que pasa y lo que sentías; es muy emotivo, pero es normal que guardes para tí algo muy íntimo. No caí en la primera lectura de tu anterior relato, pero luego releyendo cierta intimidad... me dí cuenta de porqué decidiste no conectar el GPS al principio (estos aparaticos que lo ven todo ...)
    Perdona por desvelar el secreto.
    En cuanto al relato del miércoles pasado, explicas los sufrimientos y las "gozadas" por lo que ves y las deciciones que tomabas sobre la marcha. Buen ejemplo el del tal Robert de Niro, pero menos mal que para tus dolencias, había una médico amable, si te pilla él doctor House o un tal doctor Becker no sé cual hubiera sido el resultado...
    Un abrazo y a por el próximo

    ResponderEliminar
  6. Muchísimas gracias a todos por vuestros amables y alentadores comentarios. La verdad que el narrarlo con detalle, además un ejercicio de memoria con el que recordando disfruto y revivo de nuevo sorprendiéndome a mí mismo con lo que puedes llegar a despertar dentro de tu memoria con un ejercicio de concentración y visualización, escribiéndolo, de alguna manera hago participar, o esa es mi intención a mis seres “queridos”, y a cualquiera que quiera leerlo de mi experiencia; es como una cuenta pendiente con todos los que estuvisteis siguiendo nuestra participación, quizás con la única intención de ser entendido.. de compartir. También para que en un futuro pueda releerlo y recordar de nuevo mi vivencia y lo todo lo que aprendí de ella. Gracias a todos amig@s

    ResponderEliminar
  7. Hola! Llevo unos días leyendo tu blog y me parece increíblemente entretenido. Gracias por todos los posts con tus experiencias. Llevo un año (aprox.) como corredor, y la mayoría de estas sugerencias me motivanrán y ayudarán mucho.

    Saludos, y ¡seguiré leyendo!

    ResponderEliminar
  8. ..Y en esos momentos en el mundo cada uno con su historia y tú con tu vivencia especial...Ese día, aparte de seguirte en el pc, celebraba el cumpleaños de mi chica...Y, por cierto, también te siguió, leyó tus Sables y ahora debora tu Yau...Gracias, maestro...seguimos disfrutando y aprendiendo.

    ResponderEliminar
  9. Increible Javi!!!
    me encanta cómo lo describes. Igual que en tu relato de Sables lograste que me introdujera en la carrera desde mi ordenador, ahora mismo estoy casi casi pasando frio leyendo el relato.
    Muchas gracias por esos regalos que nos dejas!!

    ResponderEliminar
  10. Antonio Delgado y familia (Zaragoza)27 de abril de 2009, 10:30

    Hay que ver la cantidad de información que manejas y nos das en tus relatos, contagiándonos e instruyéndonos. Es apasionante leerte.
    ¡¡ Enhorabuena !!

    ResponderEliminar
  11. Si señor comparto totalmente tu manera de entender la vida, "sin esfuerzo no hay crecimiento".
    Yo soy d elos que tambien me emociono cuando hago Ultras.
    Ya haca muchos años que me estoy planteando hacer la Editarod , haber si emulo a Roberto Guidoni.

    Jaume Teres

    ResponderEliminar
  12. me estoy poniendo aldía...espectacular!!!!
    un abrazo hermano

    ResponderEliminar