lunes, 15 de junio de 2009

MI YAU (Capitulo-6) FIN

18/19-Febrero-2009 “Erank Lake” Territorio Yukón (Canadá):
Sobrepaso de nuevo un indescriptible lago glaciar. Son las doce y media del medio día. Me registro continuamente libre, feliz, pletórico diría yo. Me grabo consecutivamente tanto con mi cámara de fotos como con la cámara de la TV-3 que me ha pasado Salva. Pienso en él ¿Cómo estará?. Por un instante, tengo la razonada sensación de que toda mi vida me he preparado para esta carrera: Los aprendizajes de niño en los campamentos de verano donde por primera vez me enseñaron a hacer una fogata o fabricar un vivac; tras ello mi iniciación y perfeccionamiento en la montaña, escalada, alpinismo, barranquismo, supervivencia, resistencia, frío extremo durante las expediciones, hundirme bajo la nieve y acurrucar la tibieza de mi cuerpo dentro del saco de plumas, superación personal, e imprevistamente el pasado año la maratón de Sables donde asimilé irrefutablemente como regular mis fuerzas, hidratarme y comer con la regularidad necesaria para marchar durante largas horas en una ultra carrera como esta. En algunos instantes me siento tan eufórico marchando a velocidad de crucero e imaginando como desde casa me jalean y apoyan al ver ese puntito que se mueve en el “google maps”, que me emociono e incluso me enajeno figurándome no solo llegando al final, sino haciéndolo como primer clasificado. Inmediatamente, me enfado conmigo mismo, en una especie de reproche o censura pseudo esquizofrenica, precisándome que si pienso de esta manera tan jactanciosa, seguro que sucede algo y no puedo terminar. No puedo evitar ciertos arrebatos o enajenamientos de vanidad y soberbia dentro de mi excitación llevado por el entusiasmo, aun siendo consciente que resisto a base de anti inflamatorios, y me quedan casi trescientos kilómetros.... Desde pequeño quería ver mundo, escapar, conocer otras culturas que pudieran darme las respuestas que necesitaba para encontrarle sentido a mi vida, y dentro de mis posibilidades, así lo hice; así lo hago. Hoy soy afortunado de estar aquí, donde me gusta, me encuentro bien, estoy progresando, olvidándome del dolor y me siento muy feliz. ¿Por que me disculpó o me excuso ante mi mismo?. Hay un sol esplendido. Es un día claro que refleja la faz de todas las cosas con una sutil brillantez. Todo esta dibujado de un blanco tan puro: La misteriosa, prolongada y ahora delgadísima senda, el sol en el cielo, hasta el frío es de un puro que dilata el alma. Lo extraño y fantástico es que todo esto ya no me impresiona. Mi instinto ya está perfectamente adaptado al medio. Experimento una vaga pero tratable emoción que me domina desde hace unas horas que me hace apoyar discurriendo tras las huellas en la nieve de los ingleses deseando alcanzarlos, y me hace especular respecto a cada uno de sus movimientos adivinando su rastro.- Aquí se han detenido, - Aquí han comido, - Aquí han orinado….Como si fuera un experimentado cazador siguiendo el rastro de su pieza en la nieve. Entre canciones, rastreos, pensamientos de seres queridos y complacencias, llevado por la prudencia, me doy cuenta que tengo que detenerme a comer, y de paso deshacer nieve para llenar las cantimploras. En una pequeña depresión confundida entre dos rutilantes bosques donde la vacilante senda se orienta hacia el este, decido que es buen lugar. Quince bajo cero, pero luce el sol y no hace viento. Esto hace que al sol se esté bien. Asiento y me separo la pulka, instalo el hornillo encima de la pala, y comienzo el protocolo de deshacer nieve limpia para cocinar un liofilizado, e ir rellenando una a una todas las cantimploras. Si carecemos de agua nuestras esperanzas de vida, si no recuerdo mal, se cifran en torno a dos días en el desierto y a algo más de una semana en climas frescos. Tengo que tener en cuenta siempre descansar sobre un aislante que me separe del frío y la nieve para así no perder temperatura en mi cuerpo: la mochila, la esterilla, ramas, o en este caso sentado sobre la pulka ...Voy a prepararme un puré de patatas con jamón. La nieve no tarda mucho en fundir ni el agua en hervir. Cuando te hallas en altura, la falta de oxigeno para la combustión del gas, hace que esta rutina sea muy prolongada, pero aquí, como la altura no es considerable, el hornillo combustiona bien y al poco ya puedo verter agua hirviendo en el interior del sobre de liofilizado para hidratar la argamasa y mezclar el nutritivo menú...mmmmmmm. Cada vez que realizo esta faena de deshacer nieve, recuerdo todo lo que aprendí las primeras veces que la realicé. No comer nieve, te producirá diarrea. Vigilar que la que utilizas esté bien limpia; a continuación, una vez derretida, añadir los minerales necesarios: isostar, caldos, sueros e incluso en un caso extremo, en el que gracias a Dios nunca me he encontrado, seria suficiente unas gotitas de tu propia orina. Siempre me pregunto si llegado el caso extremo de deshidratación, bebería mi propia orina... creo que si seria capaz. Aunque una duda que tengo, es que siempre he observado como una señal inequívoca de deshidratación el que no orinas, y por lo tanto me pregunto si llegado el caso extremo, si podrías contar con este ¿componente?. Un día en Nepal, Tatín (medico en nuestra expedición al Manaslu y lector insaciable) mientras lo acompañaba y guiaba desde el campamento base hasta la cota de cinco mil metros en el glaciar camino del campo uno, con el propósito de batir su record personal de altitud, conversando sobre temas de supervivencia, me describió que la juvenil apariencia de algunos monjes budistas se atribuye a su rutinaria ingestión de orina, y que muchas culturas han hecho uso de ella con propósitos medicinales. No soy médico y él sí, y ante mi recelo me explicó que los tóxicos que yo si creo que lleva la orina, en realidad son eliminados a través del hígado, después esta “ya limpia” pasa por un nuevo filtrado por los riñones, donde el exceso de agua, sales, vitaminas, minerales, anticuerpos y otros elementos que no son necesarios al cuerpo en ese momento concreto, son recogidos en forma de líquido estéril, y eliminados. Era algo que yo desconocía y que no varío mi repulsión, pero si mi disposición o recelo ante un caso extremo si este se diera. Según esto, la orina es un alimento vivo que contiene elementos específicos excedentes de tu propio cuerpo: anticuerpos, factores que vivifican el sistema inmune contra virus, bacterias, y otras sustancias producidas naturalmente. Nunca me acuerdo de investigar si esto es cierto o me vaciló un poco. Despierto de mis reflexiones, miro el entorno y me río de mismo y de la capacidad de la mente para conjeturar, distraerte o evocar extrañas reflexiones cuando estas aislado como un anacoreta. Qué gran recurso. Han pasado muchos minutos meditando ensimismado sobre el “pis”. Las técnicas de supervivencia sí que nos ayudarán a vencer al medio, pero el peor enemigo está dentro de nosotros: pánico, soledad, pesimismo... Una situación de supervivencia es una prueba de resistencia, y en este tipo de pruebas el músculo que jamás debe fallar es la voluntad. Voluntad de vencer, de sobrevivir. Todo se reduce a una actitud psicológica fuerte. Mientras termino de divagar, me como el puré con jamón que no esta nada mal, y continúo derritiendo nieve y rellenando una a una todas las cantimploras. Incluso para que quede testimonio de esta operación me grabo de nuevo en video. De pronto, amagando con habilidad entre los tupidos abetos, emerge una de las motos de nieve de la carrera. Ni me acordaba ya de ellos. No había visto ni un alma desde que aquellas fantasmales siluetas me resucitaran al pasar junto a mi vivac de madrugada. Se detiene a mi lado. Dentro del encajado casco y unas robustas gafas de ventisca, su aspecto solo puedo suponerlo. Pero cuando miro lo poco que veo de su cara curtida y barbiluenga, su rostro parece muy amable y tengo la sensación de que otra luz le llega desde dentro y enciende su rostro, dulcificándolo. Aparenta unos cincuenta y tantos años y parece mirarme compasivo entendiendo perfectamente nuestra aventura. Con la ayuda de señas y algo de Spanglish nos expresamos y entendemos para dar verificación de que me encuentro bien. Mira su reloj y de reojo el cuenta kilómetros de su moto, y calcula que me faltan unos treinta kilómetros hasta el campamento cuatro. ¡¡¡Bufff!!! Eso aquí, en este terreno caprichoso e insociable, aún es mucho. Bueno, al menos ya he recorrido cuarenta desde el campamento tres. Nos despedimos afectuosamente con el motorista fantasma, y este marcha por la senda para proseguir su cometido de inspección. A la vez que él marcha, comienzan mis cálculos mentales. Treinta kilómetros. Si fuera capaz de apretar y hacer una media de seis kilómetros a la hora de una manera mantenida, serian cinco horas de marcha. Van a ser la una, estaría en el campamento a las seis de la tarde, y como ayer, tras un descanso y algo de cena, partiría para dormir entre el campamento cuatro y el cinco. De esta manera, ya no solo habría recuperado la media, sino que estaría ya recortando, ganando distancia y tiempo. Animado por estas conjeturas, y observando que al incorporarme mi cadera se agarrota y abate un poco devolviéndome a la fastidiosa realidad, que me alude que en cualquier momento puede bloquearse de nuevo, decido no demorarme mas, dejando que mi articulación se enfríe. Me tomo un anti inflamatorio, me equipo aligerando mi abrigo, y parto recobrando esa canción que de una manera imprevista me ha hecho marchar tan a gusto y tan rápido. Comienzo a silbar de nuevo “Somewhere Over The Rainbow” adentrándome en el bosque. Aún me asaltan momentos de incertidumbre, pero cada vez menos. Ahora por ejemplo, cuando me adentro en otra serie de lagos encadenados y preciosos, no acierto a distinguir la diferencia entre el horizonte y mi propia conciencia. Es como si la línea difusa que parte en dos al extenso bosque sobre los lagos, fuese la misma que raya mis pupilas. En algunos momentos de nuevo llego a pensar que ya nada puede detenerme. Cuanto más me recreo en esa especie de encantamiento, más amable resuena mi alma.Observo el suelo, mis enfundados pies, y la estela en la senda en la que ahora se superponen pisadas sobre las huellas de la cadena de la moto de nieve. Este indicio me hace presagiar que me estoy aproximando a algún grupo de personas, y este pensamiento me hace palpitar percibiendo a los de casa que me observan alcanzarlos, y me estimula de nuevo, acelerando. No pueden estar lejos. Cruzo una especie de emulsión entre dos lagos seguidos, primero por el margen de uno, para girar entre medio de un cúmulo de rocas aglomeradas como una gran barrera fragmentada justamente por el lugar que la traspasa la ruta, para así entrar en otro lago más extenso y alargado. A lo lejos, en una inflexión del terreno, a la orilla donde el lago se reúne con el bosque, distingo lo que me parecen pulkas, y junto a ellas unas antenas que me figuran los bastones pinchados en el suelo. ¿Serán ellos?¿Los ingleses del “Team Helmut”?. Que subidón. Me llevaban un día de ventaja y los he alcanzado. Me acerco apresurando aún el paso, y poco a poco voy reconociéndolo todo. Son ellos, pero no los veo hasta que los supero. Sus pulkas parecían estar abandonadas, y a ellos no los divisaba por ningún lado, pero al pasar extrañado junto a ellas, advierto y los descubro literalmente desmoronados; desparramados diría yo, confusos entre las pulkas durmiendo... o muertos. Perece más un accidente aéreo, que una parada técnica. Pulkas semiabiertas dispuestas desordenadamente, ropas y alimentos desperdigados, esterillas esparcidas. Y entre todo este batí burrillo, tres sacos de dormir clandestinos con unas cabezas sobresaliendo de ellos horneándose al sol. Los miro al pasar, y tan solo uno se altera ante el ruido de mis pisadas abriendo un solo ojo y vigilándome pasar. Lo saludo tímidamente como para no molestar, y este ni reacciona ni responde a la cortesía. ¿Quizás piense que está soñando, o esta tan agotado que las únicas fuerzas que le quedan la ha utilizado para desenvolver ese ojo disparejo?. Entreabro los ojos para observar las sombras de la tierra que se hunde por el este en las curvadas colinas al fondo, acelero y los dejo atrás muy motivado y satisfecho. Me adentro en otra sucesión de bosques y fastuosos lagos por unas de nuevo enérgicas rampas que me obligan a agarrarme al tronco de los arbolés que las confluyen para lograr impulsar mi carga y superarlas sin utilizar los semi crampones que adquirí para la carrera. Me dejó caer por una orilla hasta el lecho helado de un arroyuelo donde de nuevo mi alma se aturde ante la visión de los bosques traslucidos reflejados en el agua quebradiza manchada de nieve. Definitivamente no soy una persona de lágrima fácil o rápidos sollozos. Eso me da una apariencia de fuerza y serenidad, que aquí en la soledad de estos parajes se desvanece. La palpitación y otras manifestaciones físicas que me causan estas increíbles visiones y el rápido recuerdo ante ellas de mis seres queridos, hacen brotar lágrimas de entusiasmo, de felicidad, de esas que sirven para consumar el corazón... y, desde luego, hoy el mío, corre y palpita como un río que destila pasión y siente, física y metafóricamente correr a cada instante el flujo por la venas. Se presiente por el oeste un frágil contraluz, y el viento está más en calma que nunca. La claridad se ha fundido en una línea rosada que indica que el sol comienza a descender. Son las tres y media. Lo más grande es el silencio que lo agranda todo. Tengo la vaga conciencia desde hace poco de que me duele la cadera y de que estoy viajando en un vehículo que traquetea. La humedad helada de mi aliento comienza a posarse en la piel, en forma de fino polvo de escarcha, señal inequívoca de que la temperatura comienza a bajar a compás del sol. Sigo durante varios kilómetros por el trecho de estos bosques, para cruzar una amplia llanura de montículos y sotos. Ahora, con esta luz mas crepuscular, el surco de la vieja senda quebrada por los trineos resalta casi con descaro. Al dar la vuelta a un recodo descendente, el paisaje cambia drásticamente. Restos de un bosque quemado. Me estremezco como encrespado con brusquedad, mientras describo una curva en torno del lugar y el escenario se extiende a todo lo que alcanza mi vista. Parece un bosque fantasma lleno de troncos gigantescos ennegrecidos, tizones sombríos y tristes. Se respira agonía encubierta por la mano de color blanca que la nieve le ha dado al suelo como un aderezo para esconder su desolación. Todo lo que alcanza mi vista está quemado. Un bosque quemado es algo muy triste Una sombra entre los árboles, se acerca con sutileza, con unas tupidas alas, vigorizado y bello. Es un gran cuervo real. Sin duda hace juego con el triste paisaje, pienso. Los árboles se han transfigurado en caparazones desnudos, y el quemado se ha apoderado de todo… todo esta muerto. Cuando, se producen incendios y se destruyen grandes extensiones de bosque, se genera destrucción y crisis... pero finalmente, el tiempo termina dando paso al renacer sobre sus propias cenizas. Un bosque nuevo con extraordinaria vitalidad, y si me fijo bien, prueba de ello son los tallos verdes que aparecen por todos lados brotando del piso nevado. Salvando este terreno heterodoxo de toboganes entre troncos quemados, mi cadera comienza a punzar como si me hincaran alfileres, e intento aislarme del dolor mentalmente, utilizando mi recurso de dar pasos recordando gente. Como, bebo, como y bebo de nuevo. No sería sensato tomar otro anti inflamatorio tan pronto y que pudiera producirme problemas gástricos. Son las cinco de la tarde. Si como preví, mis cálculos han sido correctos, llegaré al campamento sobre las seis o seis y media; tan solo tengo que aguantar una hora mas. Saco el mapa que tengo en la bolsa frontal y sin parar, vigilando de reojo el terreno que piso para no cometer un doloroso traspiés, intento adivinar mi posición. Si estoy bien orientado, deberé llegar en no mucho a una serie de lagos llamados “Chain Lakes”, y donde terminan estos, se encuentra el campamento de ”Ken Lake” .- ¡Vamos, tu puedes!. El cansancio es normal. Llevas andando mas de doce horas; has recorrido unos sesenta kilómetros. Me auto impulso incitándome, estimulándome, sacando la rabia que todos tenemos dentro. Elevarme para seguir deambulando por este mundo tan anhelado, pero no puedo. Mi pierna no se mueve con facilidad, y el horror se apodera de mí al ver lo que me está pasando, ¡me estoy tornando piedra! Por más que lo intento no puedo evitarlo. Camino como puedo. Ahora como un alma en pena. Ya sólo distingo dos colores, el negro, que me enseña la oscuridad que comienza desde dentro de mí, y el blanco fijado en mis pupilas mientras camino intentándome concentrar en cualquier cosa. Los dos colores me envuelven y me impiden ver el paisaje. El dolor estaba enmascarado, pero seguía dentro de mí, devorándome por dentro. Estoy cansado de caminar y por fin, cojeando me dirijo a un anfiteatro de hielo y nieve “Chain Lakes” que adivino que es el lago que me resta para llegar hasta el control cuatro. Todo se disipa ante mis ojos, pues el tupido velo del dolor, de la realidad se ha cernido sobre mí de golpe...No puedo caminar. Las punzadas en la cadera se han trasformado en puñaladas en menos de media hora y me estoy ahogando en mi propio dolor. Incluso en algunos instantes mi pierna se bloquea como la madrugada de hace dos días. Me detengo en el borde del lago. Veo aquí el cartel de cinco kilómetros para el control. No es mucho, pero no puedo caminar. He de concentrarme, tranquilizarme y pensar. El sol se está ocultando rápidamente y la temperatura bajando en picado. La frustración como mi única compañera, la soledad... Yo me forje este destino, y mi remedio es cumplirlo. Mi familia, mis amigos, no los olvido, y como siempre, en el recuerdo de sus caras encuentro la serenidad para decidir lo mas rápido. Tan apenas puedo mover la pierna sin ver esas estrellas que no tienen nada de celestiales, y no puedo quedarme quieto o me congelaré. El viento comienza a ser fuerte y esto hace que la sensación térmica baje en picado. Comienzo a tiritar. Tengo que cavar una rápida trinchera e introducirme en el saco o mi temperatura corporal descenderá rápidamente con el consiguiente peligro de hipotermia o congelaciones. La hipotermia es un descenso de la temperatura corporal por debajo de los 35º provocado por una exposición excesiva a las bajas temperaturas. Si esta desciende por debajo de los 33º es grave, y puede provocar la pérdida de conocimiento e incluso la muerte. Con dolor, reacciono y esgrimiendo la pulka como un gran rastrillo allano un trozo de suelo junto a la senda. Saco las esterillas, coloco el saco sobre ellas, cantimploras, comida, el botiquín y unos calentadores químicos para manos y pies en sobres que no he utilizado aún, y pienso agitarlos para que actúen y colocármelos en la cadera como cuando mi abuela cuando era pequeño me ponía la bolsa de agua caliente. Mis dedos ya están insensibles por el frío. Me meto precipitadamente en el saco, totalmente vestido. Es una urgencia. Tiritando me acurruco. El dolor es insoportable, pero no puedo precipitarme. Primero comer unos geles y algo de jamón, después hidratarme bien, tras ello un anti inflamatorio, aplicar los calentadores en la cadera y esperar a que todo esto haga efecto para poder caminar cinco kilómetros hasta el control. Me quedo quieto, muy quieto. Esta comenzando a nevar y sopla algo de viento. Mi cuerpo parece templarse y mi cadera aliviarse un poco. Escucho el ruido de una moto que hasta que no ha llegado a mi lado y se ha detenido no había escuchado. Me incorporo y me asomo. Es mi amigo el motorista fantasma. Me pregunta si todo esta bien: - ¿Your these well? (o algo así). Delibero con rapidez. Si le digo que no, me recogerá con la moto, me amparará y en pocos minutos estaré caliente y a cubierto en Ken Lake . Le respondo: - Yes, I am good. Resistiré y llegaré hasta el control por mi propio pie. Tras mi recelosa pero satisfecha respuesta, se despide agitando su brazo y arranca a toda velocidad hacia el extremo del lago que la oscuridad ya no me deja ver. No debo permitir que las emociones negativas como el disgusto, la frustración o la rabia se apoderen de mi. No quiero dejarme llevar , ni verme afectado en mi desempeño y mi concentración. Es importante controlar los nervios en los momentos críticos y no permitir que aparezcan las emociones negativas. Tengo que manipularlas, apartarlas y para ello debo buscar y promover emociones positivas. ¿Y si me da una nueva tregua mi cadera y puedo gozar un día mas? Podría llegar al control Cinco en “Carmacks”. Mientras estoy envuelto en mi bóveda de plumas, aguardando un tenue alivio físico para continuar, oigo pasar a los ingleses, pero no me asomo ni a mirarlos. Yo a lo mío. Tan solo debo restaurarme un poco, recorrer cinco kilómetros y descansar resguardado en el campamento cuatro. Mañana, Dios dirá. ¿Qué estarán pensando en casa al ver el punto inmóvil tan cerca del control?. Me refriego bien la cadera caliente por el efecto de las taleguillitas químicas, y dentro del saco lentamente la movilizo. Estoy dispuesto para continuar. Son las siete, y aunque me cueste dos horas hacer los cinco kilómetros, a las nueve llegaré. Noto una fuerte compresión en mi cadera acompañada por un dolor incierto por toda la pierna, pero por lo menos puedo caminar y parece que está no se paraliza. Tengo que intentar llegar. Recojo condicionalmente todo, apiñándolo atropelladamente, casi prensándolo a puñetazos en el interior de la pulka, sujeto los pulpos de goma, me adapto la pulka exclusivamente por las bandas tirantes de los hombros para no presionar en la dolorida cadera y parto suavemente. - Cada paso, un paso menos.... Pienso en la experiencia. Estas ultra carreras “de locos” (como dice Jorge Aubeso) para un apasionado o enamorado de las grandes cumbres, de la aventura de escalarlas, son aunque suene zafio, como la metadona para un toxicómano. Alumbro al suelo con mi frontal y me intento evadir. Una gruesa capa blanca de hielo bañaba de nieve toda mi perspectiva. No deja de nevar y el viento me obliga a aislarme por completo de las tierras, del hielo, del bosque para evitar congelarme.. Gorro, gafas de ventisca, capucha, buf, manoplas; todo bien ceñido. Llevo una hora, y aunque el dolor se enfatiza, la pierna logra activarse, y ya diviso una tenue luz al fondo de la oscuridad. Imagino que será el campamento. Andar patológico, tullido e indolente, pero poco a poco estoy mas cerca del campamento y la luz al fondo se agranda.- Ves hacia la luz.... pienso y me río de mi mismo... Menos mal que es un lago llano y no un tortuoso bosque de toboganes. He de sacar lo bueno de este rato que no durará siempre. Tan solo una hora. Una hora no es nada. Estos parajes inseguros, no son paraísos hechos a medida, pero si son momentos impagables donde el ser humano se encuentra con su auténtico yo, prestando mas atención a todo lo que le rodea que a sus propias carencias. Instantes que recordar sin olvidar, archivo de orgullos y miedos, subrayado de gestos. Momentos que verdaderamente imprimen esa huellas para otros pasos futuros. Ya estoy bajo el campamento. Alzo mi mirada hacía el cielo iluminándolo con mi frontal; copos blancos y ramas desnudas, pero fuertes. Es una ladera empinada en la que solo falta un cartel que rece:”la puntilla”. Casi un muro de hielo de unos quince metros. El esfuerzo es terrible para lograr superarlo por la lacónica senda, incrustando con nervio los bastones, e inquieto por la perspectiva de cometer un paso en falso y ser arrastrado rampa abajo por la pulka con las rabiosas consecuencias en estas patas que ahora parecen de vidrio. Un paso mas escupiendo la tortura en espiraciones rápidas, y por fin me detengo arriba para recuperar el aliento. He llegado. Es una cabaña elevada de madera pintada de rojo bajo unos grande abetos, con un pequeño porche en el que hay leña apilada. Junto a ella una tienda de lona naranja casi tipo jaima, solamente puntales y cubierta de lona, pero con cremalleras laterales. Sin piso. Me separo de la pulka dejándola agrupada junto otras cinco y una moto de nieve bajo unos grandes árboles, y ladeando el gesto obligado por el dolor y la cojera, me dirijo al interior de la tienda de campaña. Los ingleses están allí comiendo en unas diminutas mesas de camping sobre el suelo de hielo. El espacio es reducido, pero hay incluso una estufita de leña donde poner a secar la ropa. Nos abrazamos y elogiamos mutuamente: - “Strong man”. – No, You strong man.... y me inquieren sobre mi “cojera”. Les explico mi eventualidad, y mi temor de tendinitis determinando con un explicativo gesto donde me duele. Me acomodo ropa seca con desmañados y torpes movimientos de martirio, me abrigo con el plumas, y me dirijo a la cabaña de madera para pasar el control y cenar algo, aunque no tengo mucha hambre. La pierna está de nuevo paralizada y me cuesta remontar los tres escalones de madera que hay frente a la puerta de la tosca pero acogedora cabaña de madera. Al atravesar la entrada con cortesía casi timidez, lo primero que distingo es la deliciosa temperatura que sale de dentro y a los cuatro integrantes del control, dos hombres y dos mujeres que me miran me saludan y se movilizan. Una señora de piel albina y aspecto amable me dispone una silla junto a la estufa y con un gesto me invita a sentar y calentarme; otra, que luego supe que era Rumana y le gustaba mucho España, me pregunta mi nombre para aderezar y preparar el liofilizado que previamente elegí para cenar en este punto de control y que tienen marcados con los nombres en una caja; su marido también Rumano alto y castaño, con unos brillantes ojos que se asemejan a dos pedazos de hielo, se interesa educadamente por mi estado al reparar en mi cojera, y coloca un pequeño taburete junto a mi pierna para que la pueda poner en alto mientras me ofrece un chocolate caliente. Los tres con simpatía se vuelcan en asistirme, prepararme cena y tratar de entenderme. También, allí tumbado en unas enormes literas laterales fijadas a la pared, está mi eventual informador auxiliar, “el motorista fantasma”, me mira sonriéndome al reconocerme y yo lo miro retornándole la sonrisa. Es fornido, y una gran barba entre cana y pelirroja resguarda su cara de gesto cordial, y unas espesas cejas de ese mismo color le dan un aire de abuelo afectuoso. El pelo se termina allí, porque en su colorada azotea, ni uno. Es mayor, maduro, parece curtido, y su presencia sin su indumentaria de motorista impone familiaridad. Esta confortablemente vestido con una camiseta gruesa de algodón a juego con un ahuecado calzón también de algodón blanco como el de los vaqueros en los westerns; con una abertura en forma de ventana en el trasero prendida por dos botones laterales. En otro contexto estaría ridículo… Les explico mi cojera, mi dolor, y les manifiesto mi intención de descansar allí por lo menos hasta las cuatro de la madrugada, e intentar partir hacia el control cinco en Carmacks cuando mi pierna se apacigüe un poco. Alentándome, me confirman que este próximo control está a unos cuarenta kilómetros. Si me recupero, podría estar allí sin forzar mucho en unas ocho horas… aunque sea en diez. Pregunto a mis custodios por Salva, para saber si ya está descansando ya en Whitehorse, y ante mi asombro me revelan que está en carrera. Que partió esta mañana del control tres. ¡Ole sus cojones!. Pero en mi cabeza súbitamente germina un instinto de preocupación e inquietud. Hay setenta kilómetros hasta aquí por un terreno bastante hostil, y el tiempo, la noche, está empeorando con mucho frío, viento y está nevando. Los inglese irrumpen en la cabaña para despedirse, parten con el propósito de caminar unas horas más hacia el siguiente control. Nos despedimos cariñosamente: - Buena suerte. Ojala mi pierna me permitiera hacer lo mismo tras el descanso y partir… La mujer Rumana me sirve un sobre de arroz con carne, mientras su marido me reseña, que si lo deseo puedo reposar en la tienda de lona, porque al marchar los ingleses solo hay otro compañero Suizo y yo, y tenemos espacio para ambos allí. Lo agradezco. Me emplazo las esterillas y el saco en el helado suelo de la carpa, me acomodo e intento dormir sin quitarme a Salva de la cabeza, mientras cualquier además de mi cadera punzantemente me desvela. Es normal que me duela algo, pienso. En cuatro días he recorrido la distancia del año pasado en la maratón de Sables. 240 Km., arrastrando unos cuarenta kilos y en estas condiciones. Parece mentira. A cada racha de viento que sacude con fuerza la lona anaranjada no puedo dejar de pensar en Salva. ¿Estará bien?¿Donde andará?.... La congoja y el tedio llegan de forma gradual cuando no estás bien, y la mente comienza a divagar. Despierto después de un dormir enfermizo e inconstante, conseguido con dos pastillas de valeriana y lleno de las imágenes del día, de los lagos azules, del perfil pálido del paisaje, y una y otra vez intentando advertir a Salva en algún eco que me figurara su arribada. Son las cuatro de la mañana. Escruto mi equipaje a oscuras palpando con las manos para no incomodar al suizo, dudando si esta escena nocturna forma parte del delirio de valeriana mal dormida. Me incorporo y..... Mi pierna está todavía perjudicada. No puedo caminar sin sentir un dolor horrible. Aun así, me dirijo disimulando a la cabaña, dispuesto a desayunar. Quizás mientras desayuno se caldee y me permita andar. Caminaré despacio. Tengo todo el día, y el terreno parece llano hasta Carmacks en el mapa. Mientras desayuno, por un lado me reitero frases auto alentándome, mientras por otro lado me registro y soy mas realista...”quizás hasta aquí hemos llegado”. Si la pierna no se sosiega y deja de doler, tengo que ser juicioso y sobre todo maduro. Debo serlo. Confían en mí, y prometí a mi familia, a mis amigos, a Rosana que ante cualquier contingencia, no dudaría en desistir. Lo pacto también siempre conmigo mismo. Entro en la cabaña cojeando en silencio, y se movilizan desde las literas al escucharme. Pido disculpas por despertarlos, pero me determinan cortésmente medio dormidos que es su trabajo y que no me preocupe. Me tomo un chocolate caliente mientras me doy friegas casi estrujones en la cadera, pero el dolor no cesa. Voy a hacer tiempo. Tomaré un anti inflamatorio más, y si aminora el dolor partiré. Solo un día mas.... Estoy disfrutando tanto. Las cinco y media. El dolor no remite. Decido retirarme y así se lo comunico al control. Es lo mas sensato, pues no puedo andar. No dudé en darme media vuelta a ocho mil cien metros de altura, a tan solo cien fáciles metros de la cumbre en el Cho Oyu al advertir repentinamente una fuerte debilitación de causa desconocida. Era una ulcera sangrante en el estómago, una hemorragia intestinal, y esta serena y sensata decisión por un lado salvo mi vida, y por otro lado, para mi mas importante me resolvió a mí mismo. Me demostré a mi mismo y a mis seres queridos que era capaz de imponer mi salvaguardia por encima de lo pueril, avalando esos mensajes sensatos que todos decimos antes de partir a cualquier aventura a nuestros familiares y amigos. Ser frío y sensato. Uno es lo primero, lo demás, la cumbre, la meta, es accesorio. Un complemento de satisfacción, ocasional y transitorio. Aquí, mi vida no corre peligro, pero está claro que estoy lesionado, que esta lesión no remite y puedo agravarla fatalmente si sigo siendo testarudo y cronificarla. Quedan otros 240 kilómetros. Ante una supuesta capitulación o derrota, hay gente que siente que no vale nada, y esto no tiene alegato de realidad. Quizás sea por la presión: sponsors, amigos, familiares, etc., sentir por un instante que los has decepcionado. Pero si tu autoestima y tu juicio son adecuados, sabrás equilibrar las cosas y verlas desde otra medida, sin ensalzar las victorias, pero tampoco las “derrotas”. Yo siempre pienso que de las derrotas es de lo que más se aprende. Mirándolas como circunstancias que te permiten dar cuenta de las maneras de seguir aprendiendo y avanzando. "CADA SER HUMANO VALE POR LO QUE ES, NO POR LO QUE TIENE O LOGRA." El deporte por deporte y la aventura por aventura tiene su origen en la diversión y no hay que olvidarlo nunca. En la Yukon me he divertido y ha aprendido mucho. Estos dos últimos días he gozado de tal manera, tras pensar que no podría continuar, que no me entristece en absoluto. Ha valido totalmente la pena. Cuando nos preguntan: ¿por qué practicas este deporte?¿Por que escalas?¿Porque esquías?, y siempre decimos: - "Porque me gusta y disfruto". No hay que olvidar algo tan básico como esto. Por eso, en situaciones extremas, hay que saber y sentir que estas haciendo brotar lo mejor de ti y tomar siempre las decisiones más correctas. Según mi particular punto de vista, poniendo mi mirada un tanto escéptica y terrenal, es decir, exenta de magia y misticismo, con una cierta resignación vital, como todo este tipo de aventuras como la Yukón o ascender una gran montaña, es muy muy difícil llevarlas hasta el final. Son tantos factores; preparación, mentalización, “lesiones”, focalización y finalmente "suerte" o la falta de esta. No Deberíamos temer las consecuencias de nuestras decisiones. Si tienes que hacer algo, pues hazlo. Son las nueve... Advierto que en la cabaña tienen un teléfono satélite porque lo usan para notificar a Robert mi retirada, y les ruego que me dejen usarlo para hacer una llamada a Rosana. Estará sorprendida y preocupada al no ver mi movimiento, y le contaré de palabra que me encuentro bien. Acceden amables y la llamo. Qué alivio poder explicarle directamente para evitar especulaciones y tensa espera sin noticias. Le esclarezco mi estado y el hecho de la retirada, y ella me consuela. Aunque no me crea del todo por teléfono, no lo necesito. Estoy muy feliz de lo vivido. Trato de explicarle que tras estos dos últimos días de regalo y disfrute, estoy muy satisfecho y bien. También le expreso que Salva sigue sin llegar y estoy algo preocupado. Tras hablar con Rosana, me abrigo y me voy al extremo de la larga cuesta de llegada. Escudriño el lago desde allí y no se ve nadie. Son las nueve y media y en unas dos horas me evacuará mi amigo el motorista con su moto rumbo al campamento tres. En el peor de los casos lo localizaremos por el camino. Avisto a lo lejos una efigie arrastrando una pulka y se me contenta, alivia el alma. Aguardo, y cuando está cerca descubro defraudado que no es él. Aun así me deslizo torpemente por la rampa de llegada para recibirlo y ayudarlo. Es otro chico inglés. Lo recibo y le secundo ayudándole a subir la pulka por la empinada rampa por la que tan difícil se hace el acceso. Le pregunto por Salva pero no lo ha visto. Son las diez, y mientras aguardo, sigo patrullando el horizonte. Por fin vislumbro otra minúscula silueta que aparece a lo lejos por el sendero del lago. Deseo con todas mis fuerzas que sea él. No sé el porqué, pero lo siento, lo imagino descompuesto y exhausto. Conforme se acerca la figura se aclara, y si ¡es él!. Desciendo de nuevo hasta el lago y lo espero en el borde. Me mira y le gesticulo generosamente con los brazos dándole la bienvenida. Se acerca cabizbajo pero su cara expresa penuria, y sin mediar palabra se abalanza sobre mí y nos abrazamos, pesadamente, aparentemente dolorido, para mostrar, dejarme ver el túnel de su alma, estalla a llorar y me manifiesta: - Me has salvado la vida... tú lo sabes. Yo le digo - no ¿por qué?. El me replica – Si y lo sabes. Siento un abrazo generoso, intenso, como todo lo que se da sin esperar algo a cambio. Lo recibo en silencio pero con la piel, erizada leyendo su congoja con los dedos en su espalda. Hay que respirar hondo al sentir un abrazo. Dejar que penetre y nos invada. Hay abrazos que embriagan, porque consolidan un encuentro. Dejan en la piel del alma un escalofrío que no se marcha Son espontáneos y sinceros. Posteriormente me relató su particular biografía nocturna, donde tras abandonar accidentalmente la senda, hundirse en la nieve, mojarse y casi congelarse, supo reaccionar, hacerse una hoguera, secarse y en definitiva sobrevivir. Sobrevivió con un procedimiento lúcido, sobreponerse, sosegarse y pensar. En este caso, el pensar en mí, en mis instrucciones durante estos días y deducir por sí mismo como habría actuado yo en ese mismo caso, le ayudo. Esa es su historia, y me alegra haber ayudado como una apelación en su mente, pero fue él el que estaba allí, el que supo serenarse, sobreponerse y hacerlo todo bien. Una vez serenado ya a salvo, junto a la cabaña , yo le detallo la lesión ya conocida y que finalmente me obliga a abandonar. Salva me puntualiza que el también lo deja, que su espalda está muy forzada y no puede mas. EPILOGO: En una hora a mi, y en un par mas a Salva, nos trasladaron en moto hasta el campamento tres . Durante el interminable recorrido de setenta kilómetros en moto que se me hizo eterno, me pareció increíble lo que el día anterior había llegado a andar. Desde allí en coche hasta Whitehorse. Durante esta jornada y la siguiente abandonaron por unos u otros motivos (casi siempre físicos) el resto de participantes de las trescientas millas. La carrera únicamente la completó cuatro días después, y un día fuera de control, un suizo; (el suizo que durmió a mi lado en el control cuatro). Era su sexto intento. A mi me diagnosticaron inflamación o tendinitis en el enteson del Psoas de la cadera izquierda. Tres meses y veintiún días de recuperación, paciencia, mucha paciencia y treinta y cinco sesiones de ultrasonidos, treinta y cinco de microondas, cuarenta sesiones de fisioterapia con estiramientos miotensivos, movilización pasiva y decoaptación dulce, tres infiltraciones homeopáticas, y recuperación gradual de la actividad, pero ¡Mereció la pena! Vine preparado; es más, toda mi vida sin saberlo me había preparado para esta carrera. Terreno despiadado, clima muy duro, organización casi sin medios, servicios básicos, tacaña mediatización pero… era lo que yo buscaba. Ha sido magnífico. La comodidad es la marcha, el descanso la aventura, la alimentación conocimiento, la hidratación compromiso, la supervivencia tu responsabilidad. He puesto mi límite físico más allá y exceptuando esta lesión, lo soportó. El limite mental, he de ser franco y exceptuando la primera noche donde fustigados y disciplinados de golpe por unas extremas temperaturas de -40, tirados en medio de la nieve, donde me sentí responsabilizado de mi excepcional pero novato compañero, como antes alguien en muchos momentos de mi trayectoria hizo también por mí, y tuve que hacer frente a mis sensaciones de no competencia, de responsabilidad no buscada dar la cara y apechugar, lo demás ha sido un sueño. También, en mi primer ataque de dolor, la mañana del segundo día, si Salva no hubiera estado aquí para animarme, seguramente hubiera abandonado habiéndome perdido los días, que son los que han hecho de la Yau una experiencia que jamás olvidaré. En carreras como esta, cada día es una gran victoria. Soy montañero y siempre lo seré y si algo me ha calado de este mundo del ultra fondo, es el ambiente, es el respeto igual que el que nos tenemos los montañeros, independientemente de que consigas la cumbre o no. "Solo el que se atreve, puede saber". En esta carrera, cada día, cuando consigues una jornada más, la gente te felicita como algo grande "Congratulations". Cuando partes, te dicen "Good Luck", "Buena Suerte". Sabedores de lo que te espera. Otro recuerdo familiar similar a cuando desde un campo base partes hacia la cumbre o a montar cualquier campo de altura. Un lobo no fracasa cuando combate un territorio. Se retira y busca otro, y así hasta que muera. Las consecuencias no son nada, lo único importante es que tu vida llegará al final, y todas las precauciones habrán sido en vano, porque ya no importarán. Deberíamos luchar por nuestras metas, pues dentro de nosotros mismos sabemos que valen la pena. "UNO ES LO QUE CREE QUE ES." FIN.
(A Rosana)

8 comentarios:

  1. excelente relato de una emocionante odisea
    por cierto..., no es "la biblia" pero sirve para ver que sé existe:

    http://es.wikipedia.org/wiki/Orinoterapia

    saludos cordiales

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  2. Por finnn. Pero a la vez oooohhhhh que pena que termine. Por lo que a mi respecta, lo has conseguido de nuevo como con tu relato de Sables. Engancharme, contagiarme y emocionarme. Muchas gracias. Vete ya a otr a ventura y sobre todo. Cuentanosla.

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  3. Tras leer los dos últimos capítulos, entiendo perfectamente tu satisfacción tras haber participado en esta “animalada”. Muchas gracias por habernos hecho participes de esta formidable experiencia tan bien narrada en la que siempre te acuerdas de todos. Sobre todo de Rosana jeje

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  4. Cada aventura tiene momentos especiales, en mi opinión, esos últimos cinco kilómetros fueron los del "momento de la verdad" ese es el momento en el que los grandes se crecen en la adversidad, da igual que sea para retirarse, eso es lo de menos...
    Eres grande hermano, eres grande...
    Un abrazo

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  5. Sencillamente: ¡plas!¡plas!¡plas!¡plas!¡plas!¡plas!.... No ha y mas que decir, tan solo darte las gracias y aplaudirte

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  6. Me ha gustado mucho cómo has descrito cada sensación, cada sentimiento… Me parece un relato francamente bueno y muy emocionante… Mucha suerte en el futuro!!! Y por favor, cuéntanoslo

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  7. Qué gozada, con 40 ºC a la sombra, en finales de Junio, a las orillas del Vero sentir la intensidad de los "lobos solitarios, pero hermanos" cerca del Polo. Me entran sudores de estas caidas térmicas tan brutales, de entonces allí a ahora aquí. Suerte de la cervecita fresca.
    Disfruta con todos los amigos este "retiro" del fin de semana de San Ramón, que bien te lo has ganado. Ya vendrán tiempos .... cada uno ponga lo que le parezca.

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