Hago un rápido reconocimiento del barco, y los pisos superiores están totalmente ocupados. Rápidamente Julen el astuto me ha indicado la razón: Aquí, en el primer piso donde estamos, hay abierta una escotilla por la cual se accede a una especie de bodega donde asoma el motor del barco, y puede oírse nítidamente su estrépito, y lo que es peor, emerge un hosco tufo a gasoil y a humo enrarecido resultado de algún tipo de tubo de escape.
En fin, nos apostaremos junto a la proa, en el extremo mas alejado, ya que la escotilla del motor está en la parte de la popa (parte posterior del barco), y así por lo menos aminoramos el ruido y esquivamos un poco el molesto tufillo.
Amarrando con sus delgados pero eficaces cordeles a unos ganchos preparados para ello, tendemos del techo nuestras hamacas la una junto a la otra. Sacando partido de la situación, nos distraemos practicando con Julen el nudo mas simple y eficiente para este cometido que yo conozco, el ballestrinque, y de paso vamos estrechando “lazos”.
Sin ningún anhelo de hacerse el listo o avasallar, todo es sincero y recíproco entre nosotros: Yo alecciono a Julen en cuestiones, como este simple nudo, que van surgiendo y manejo, y él me dilucida muchísimas suspicacias o requisitos deportivos, físicos, de alimentación, preparación o de recuperación que como buen profesor de gimnasia tiene totalmente dominados, y yo, como experimentado deportista debería, pero por mi afán autodidacta e intuitivo gobernado por las sensaciones, ignoro. Es preciso aprender lo que necesitamos, y no únicamente lo que anhelamos.
Nos han comunicado que zarparemos de madrugada; sobre las tres o las cuatro, pues el avión que viene con la mayoría de competidores desde Londres, sufre retraso. Acordándonos de lo sofocados y exhaustos que nos hallábamos nosotros hace dos días cuando recién llegamos, imaginamos lo mal que lo pasaran ellos, con el cambio de clima y horario, a tan solo dos días de comenzar la carrera, y nos refrendamos en haber acertado viniendo unos días antes de empezar.
Bien acomodados sentados y arrimados a una mesita que tenemos a nuestro lado, nos disponemos a cenar con un menú basado hoy por hoy en comida liofilizada de la que traemos por cuestión de peso, volumen y comodidad de preparación, para satisfacer lo meramente nutritivo, pero igualmente exquisiteces que nos satisfagan y contenten el ánimo como jamón, longaniza o lomo embuchado.
Antes de embarcar, hemos comprado en el pueblo algunos zumos y un paquete grande de pan de molde, así estos dos días hasta que empiece la carrera podremos disfrutar de deliciosos sándwich de embutidos de la tierra (Aragonesa y Vasca).
Dos días en los que habrá que matar el tiempo observando, aprendiendo, escuchando, captando, escribiendo, dibujando o escuchando testimonios, aunque sean en Portugués o inglés. ¿Hay algo mejor?
Tras la amable cena con Julen, nos introducimos en nuestras hamacas para reposar, suspendidos como dos simétricas larvas en sus envoltorios. Son hamacas fabricadas con el mismo tejido de los paracaídas (fuerte y ligero). La que yo uso, me la prestó mi buen amigo Jaume Tolosa, y es su segunda participación consecutiva en la carrera, pues él se la compró el pasado año para venir aquí. (Toda una ejercitada veterana). Entre el sutil balanceo, el murmullo del motor y sobre todo el cansancio, me duermo.
Al escuchar cuchicheos me despierto. Son las cuatro de la madrugada. Como si fueran misteriosos espectros gravados con gruesos petates, están llegando los integrantes del vuelo de Londres. Yo, acurrucado y medio adormeciendo, entornando los ojos los espío a través del tejido mosquitera en forma de velo cosido a la hamaca que la reviste por su parte superior. Estos, tratan de instalarse como buenamente pueden. El barco zarpa río arriba, y yo me duermo de nuevo.
Las siete y media. Ya ha amanecido y la luz es enérgica. Aún así se está bien agazapado en el interior de este balancín de tela. Hoy es mi cumpleaños. Cumplo 44 y me siento feliz. Al hombre le interesa lo real, aunque no sea agradable. A un niño le importa lo agradable, aunque no sea real. Porque lo que importa realmente en la vida no son los propósitos, sino los caminos que seguimos para lograrlos Aún me siento como un niño, y ojalá por muchos años más.
Es la segunda vez en mi vida que cumplo años en un lugar inverosímil e insólito; el año 99, celebré mi cumpleaños en el campo base del Manaslu en el Himalaya Nepalí, y hoy, en la selva del Amazonas Brasileño. Será un día excepcional, pero el estar separado de la familia en un día especial, lo aflige un poco. Julen si lo sabe, y me felicita en cuanto abre un ojo.
Le tengo prohibido que le diga nada a nadie; no me gustaría ni forzar los cumplidos de la gente, ni alguna excéntrica y notoria exhibición con algún Happy Birthday público por parte de la organización, como hacen en otras carreras.
Tras estirarme, plegarme y bostezar unas cuantas veces, nos levantamos y desayunamos un poco, mientras observamos que el barco se encamina a una margen del río y vara en una playa, que describirla como idílica o paradisíaca quizás sea insuficiente para hacerle verdadera justicia. -¿Ya hemos llegado?. –“Que viaje más largo; soy un año más mayor que cuando zarpamos…” bromeo.
Es una formidable playa de inmaculada arena con algunas palmeras a lo lejos, abrigada por un tapiz de tupida y agreste selva de un verde tan intenso que resulta casi obsceno. Solo puedo imaginar a los primeros descubridores allá por el 1492, arribando a las costas americanas, presenciando algo así. Yo jamás habia visto una playa tan extraordinariamente incorrupta. Aparenta, aunque no lo sea, un lugar deshabitado, sin ningún vestigio de civilización, ni un soplo de Dios. Parece que estés soñando.
Arriban la escalera de madera, y la gente comienza a ponerse el bañador y a lanzarse al agua. Al parecer es una parada técnica para estirar las piernas y darse un refrescante baño.
Nos apostamos con Julen en la barandilla del barco observando los movimientos del personal. La mayoría llevan dos días juntos por haber viajado convocados desde Londres, y al hablan el mismo idioma, parecen haber alcanzado ya cierta afinidad.
Algunos con imponentes carcajadas, otros con alaridos para captar la atención, con candeletas, de cabeza, o saltando desde el segundo o tercer piso del barco, uno a uno se van lanzando al agua en una especie de presentación, exhibición, o alarde, que llega a manifestaciones tales como proponerse subir al barco desde el agua a pulso por los rancios neumáticos amarrados a sus lados, en lugar de la escalera apostada para ello.
Desde lo alto del barco debe haber siete metros de altura; en la presa de Bierge tenemos ocho y medio, medito conteniéndome para no incorporarme a este pavoneo.
Riéndome de mi mismo me acuerdo que a mis dieciocho años, cuando empezaba a guiar grupos por el barranco, y al concluir el descenso en un alarde de... ¿tontería? ... saltaba de cabeza desde lo alto de la presa. Así que algo he madurado desde entonces, pues hace unos años, habría saltado de lo alto del techado del tercer piso del barco, y además de cabeza, y aunque a la vista lo hubiera clavado, seguro que el estacazo en la cabeza y las cervicales al entrar en el agua hubiera sido épico; pero, eso si, hubiera emergido del río tras un largo buceo para crear incertidumbre, con la mayor de mis sonrisas y apariencia de “esto pa mi na”, aunque internamente me estuviera cagando de dolor Que animales somos los humanos en el sentido literal de la palabra.
En el reino animal, el macho alfa exterioriza su dominio a través del movimiento de su cuerpo y su porte frente a otros machos y hembras. La verdad es que los seres humanos no somos tan diferentes. Movimientos físicos efusivos para llamar la atención. Estamos asistiendo a una especie de duelo de machos alfa en el río Tapajós.
La carrera, la competición ha empezado ya. Reflexiono, ¿cuántos acabaran o acabaremos con el “rabo alfa” entre las piernas en unos pocos días cuando estemos verdaderamente donde hay que demostrar si estamos o no preparados o preparadas?... pero, hay que presentar las credenciales cuanto antes. Ahora, durante estos dos días, nadie nos conocemos, todos nos observamos. Cada gesto cuenta. Jajaja.
Es un buen momento para visitar el desocupado minúsculo y dejado cuarto de baño en el segundo piso; un tugurio en la parte trasera, que parece una garita mal teñida de verde amargado, con olor a pis añejo, y en el suelo una balsa de emulsiones con emplastos de papel que procuras no ver pues vas con chanclas. Esta bonita estampa hace que uno procure visitarlo solo en caso de extrema necesidad o agonía.
A última hora, descendemos con Julen “por las escaleras”, y tras darnos un placido baño, profanamos con nuestras pisadas la majestuosa playa. Para que a mí, que me ducho con agua caliente en el mes de agosto, me parezca agradable la temperatura del agua, debe de estar muy caliente.
Al concluir el baño y el paseo, zarpamos nuevamente, y en una hora y media mas de navegación, el barco se detiene frente a una apartada ensenada.
Arriban un bote y le ajustan en la parte trasera un motor fueraborda que descienden desde la cubierta sujetado con una cuerda; se suben tres componentes de la organización con su equipaje, y salen hacia esa apartada bahía o más lejos, pues a los pocos minutos los perdemos de vista casi en el horizonte. Cuesta comprender que estamos en un río y no en el mar.
Como nos tengan que desembarcar así, de tres en tres, a todos, vamos a tardar todo el día y parte de la noche. Al rato, divisamos a lo lejos otra barca que viene hacia nosotros. Es una típica chalupa de las que se utilizan por estos ríos: larga, de madera, con un austero dosel con toldo en medio, y con un motor fueraborda del cual oblicuamente brota una larga percha de un metro y medio con la hélice en su extremo, para tener maniobrabilidad en aguas menos profundas o enramadas, porque con este sistema se propulsa casi a nivel de la superficie.
Como se detiene justo donde nosotros estamos situados aguardando, somos los primeros de la fila, así que montamos los dos y tres ingleses, (dos mujeres y un hombre), y nos vamos.
El viento en la cara y algunas moléculas de agua nos salpican y eso hace de nuestra travesía un cúmulo de sonrisas y sorpresas. Al rato, el enorme rio se estrecha. Claramente nos estamos adentrando en la desembocadura de otro rio, afluente del Tapajós. Las orillas se ciñen más, pero aun así es un rio enorme. Unas grandes iguanas deambulan en una de las exuberantes orillas, e incluso un par de delfines nos dejan ver sus aletas dorsales cerca de la lancha como dándonos la bienvenida. Es el delfín rosado, también conocido como Boto o delfín del Amazonas; es el delfín de río más grande del mundo; su peso llega a los 185 kg y pueden medir hasta 2,5 m. La aleta dorsal, como podemos ver, tiene poca altura pero es muy larga. Habita en el curso y los principales afluentes del río Amazonas y el Orinoco.
Palmas, manglares y árboles con frutas que no conocemos; un verdadero paraíso. Nos miramos con Julen y nos sonreímos sin decir nada, pero entendiéndonos perfectamente: “Ahora si estamos en ambiente”.
Regocija de tal manera tu vista todo esto, que por dentro cobras como una fuerza y te alzas sobre ti mismo alcanzando, sintiéndote arrastrado por una especie de energía, por un eco que suena y suena en tus entrañas.
Llevamos media hora de lancha. En el espectacular trayecto también nos cruzamos con un barco grande de tres pisos, pero no tan grande como el que nos ha traído. Supongo que en términos náuticos se diría que tiene muchos menos metros de eslora. Por lo visto, el nivel del río está mas bajo de lo normal, y el barco grande no puede acercarse pues se quedaría varado; así que con este otro, con un solo trayecto transportaran a todos los que quedan.
Nos detenemos en una playa; en un arcaico amarradero hecho de troncos y ramas. A lo lejos, tras la playa de unos cien metros de ancho, pueden verse algunas austeras casitas. ¡Allí es!, ¡Por fin!.
Con paso lento pero firme, por la fragosa y blanda arena, con las chanclas, con el petate y la turbación propia del que acaba de salir de la inestabilidad de una barca, cruzamos el arenal hasta lo que parece una pequeña plazuela de piso arenisco sitiada por cuatro sobrias construcciones e imponentes arboles. Algunos lugareños nos indican un área plagada de largas y gruesas estacas de madera de unos dos metros clavadas en el suelo, para que instalemos en ellas nuestras hamacas. Estamos en Prainha, el primer poblado y campamento desde donde partiremos pasado mañana para recorrer la primera etapa. Prainha es una humilde aldea conformada por no más de 10 o 15 casas de madera y ladrillo y una pequeña iglesia en lo alto de un pequeño montículo, donde viven los nativos zambullidos en plena naturaleza. Todo está rodeado de floresta y espesura. No son nativos como pudiéramos imaginar, tan solo sus rostros elípticos y tostados nos recuerdan a esos tantas veces vistos en los documentales etnográficos. Sus vestimentas son tan normales como las nuestras.
Viven de la agricultura, la recolección de caucho, la pesca y la ganadería, y su sistema económico está basado en el autoconsumo.
Viven de la agricultura, la recolección de caucho, la pesca y la ganadería, y su sistema económico está basado en el autoconsumo.
Un grupo de niños y niñas ataviados con camisetas de la carrera, curiosean vergonzosamente nuestras maniobras, y unas cuantas gallinas campan a sus anchas por el suelo, picoteando cualquier objeto que les parezca alimenticio.
Aquí donde disponemos las hamacas, la mayoría de los arbolés que nos cobijan son mangos. Unos grandes árboles de 10 a 15 m de altura, con su tronco más o menos recto, cilíndrico y de corteza color gris. Sus hojas espaciadas irregularmente a lo largo de las ramas de color verde nos dejan ver su fruto; una especie de gran melocotón aceitunado de forma ovoide y muy carnosa, y que debe de pesar un mínimo de 200 gramos o más. ¿Porque describo este fruto concretamente entre tantos otros?: Pues porque mientras montamos las hamacas, repentinamente, como si se tratara de un enorme pedrusco, calló a pocos metros un mango produciendo un gran estruendo bronco al chocar contra el suelo. Sobresaltados, todos instintivamente miramos al suelo, y al ver el fruto, miramos hacia arriba descubriendo que los árboles estaban atestados, y siendo conscientes de que si en lugar de contar el suelo, se topa con nuestra cabeza, nos podía haber hecho bastante avería.
Le digo a Julen: -Acabo de descubrir el significado de la palabra “mangazo”; Y no era como decía mi abuelo, que te dieran con el mango de la jada, sino por lo que veo, es que te caiga un mango maduro desde 10 metros de altura en la cabeza. Habrá que tener cuidado, y incorporar el techo de la hamaca bien tenso sobre ella para preservarnos de algún desafortunado “mangazo” mientras dormimos...
Mientras vamos atando con Julen nuestras hamacas, vigilando de reojo la verde bóveda, una niña nos mira casi de manera desvergonzada. En sus ojos, radiantes como un crepúsculo y vivos, arde un misterioso fuego. Le insto, y le hago una foto.
A partir de hoy, se levanta en lo profundo de mi espíritu goces indescriptibles…
Aquí me siento bien, por fin mi espíritu ha despertado. Mi espíritu estaba adormecido tras tantos meses de obligatoria preparación y férreo entrenamiento, en el que al final me sentía como un árbol a la espera del último hachazo; hasta me había acostumbrado a obedecer leyes peregrinas, y no las de mi corazón. Aquí mirando, escuchándolo y sintiendo, inexplicablemente me olvido de todo aquello. Cuanto deseo ver brillar las estrellas desde aquí, internarme en la selva y oír su rumor.
¿Dónde terminará este camino? No lo sé, pero quiero seguir andando, no pararme. Ya estamos todos en el campamento, y presenciamos atónitos a uno de los atardeceres más soberbios que hemos visto nunca.
Al final, ha sido un satisfactorio día de cumpleaños. Mañana Briefing y controles y pasado mañana comenzamos.
Interesante preámbulo y primer capítulo... Es todo un privilegio poder disfrutar de experiencias como esta...
ResponderEliminarMe ha gustado tanto, que me he releído de nuevo el anterior. No pares sigue sigue..
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, de verda. Me encanta cómo describes las cosas, pero sobre todo los sentimientos
ResponderEliminary cómo, describes todo. Parece que estas alli mientras lo lees. Espero con muchas ganas la continuación.
La "Aventura de vivir una aventura" se ha convertido en la "Aventura de vivir”...
ResponderEliminarNo te estas haciendo más viejo... sino más sabio...
precioso relato. Espero la continuación.
ResponderEliminarEsto sigue muy interesante: casi me he aprendido el "ñudo ese"; he sentido como os bañabais en el Taaajo, nos has llevado a visitar "Peraltiña"; del barco ni nombrarlo que me mareo.
ResponderEliminarQué bueno como lo cuentas y ¡qué bien te lo estás pasando, jodío!
Muchas gracias a todos. Iremos lentos, (ahora me cuesta un poco mas sacar tiempo),algo espesos pero firmes.
ResponderEliminarSi Javier, creo que ya es suficiente aventura simplemente “vivir”
Genial!! Sigue plis!!!
ResponderEliminarun escritor frances escribio En todo lo que nos rodea y en todo lo que nos mueve debemos advertir que interviene en algo la casualidad, te sonara raro que te escriba alguien de Mexico, pero un dia abri tu blog y desde ese dia soy adicta a lo que escribes, yo practico ciclismo de montaña y de ruta, pero me inspiraste a querer correr, lo cual no hacia ya que hace 2 años me hice una fractura de tibia y peroné,y se me hacia imposible intentarlo, hoy hice mi primer 10k te dara risa a ti que haces cientos de Km, pero es el inicio de algo que tu despertaste en mi, gracias totales, Isaura
ResponderEliminarRisa? Para nada Isaura. Mi mas sincera enhorabuena, y me alegro de haber "sin querer" influido. Un saludo para Mexico y gracias por visitarme.
ResponderEliminar"¿Dónde terminará este camino?" Yo ya se donde terminara, lo que no se cuando 2012. 2013?? Bueno de momento ya hemos bajado del barco.
ResponderEliminarHolaaaaa!!! Una Pregunta! Para el Jungle Marathon ¿Qué requisitos te pidieron? ¿Haber corrido determinadas carreras?
ResponderEliminarImagino que sí Peter, aunque ahora no lo recuerdo. Escribe a la organización y te lo resolverán. un saludo y gracias por pasar por aquí
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