martes, 19 de noviembre de 2013

El origen de las montañas:



Me encantan estas viejas historias:
Hace miles de años, los primeros Inuits siguieron a las manadas de caribús hasta regiones inhóspitas e inexploradas de una gran y uniforme tierra. Allí se toparon con unas exuberantes tierras y se instalaron.
Estas tierras estaban habitadas por dos tipos de moradores: Unos pequeños duendes sin nombre que les cabían en la palma de la mano, que siempre se mostraban alegres y canturreando, y con los que era un placer convivir; y los Tuniqs, unos temibles gigantes que medían casi diez veces su tamaño. Estos eran violentos, conflictivos y guerreros, y entre otras cosas, les gustaba capturar Inuits para zampárselos.
Por suerte, se desenvolvían tan torpemente, y su inteligencia era tan escasa, que los Inuits siempre se las ingeniaban para sortear sus ataques.
Pero un día, un cazador Inuit fue avistado por un Tuniq, y comenzó a perseguirlo para devorarlo. Durante el acecho, otro hambriento Tuniq al verlos cruzar, se sumó a la cacería, y aunque el Inuit era muy veloz y mucho más ágil que los dos gigantes, finalmente se vio acorralado por ellos. Al no tener escapatoria, les preguntó: - "Pero...¿Por qué queréis atraparme?".
A lo que ambos al unísono respondieron orgullosos y convencidos: - "Porque queremos comerte".
Entonces el Inuit, haciendo uso de su astucia, les dijo: -“Pero... si sólo soy un pequeño Inuit, ¡mi limitada carne no sería suficiente para alimentar a dos grandiosos Tuniqs como vosotros!...  ¿Cuál de los dos me comerá?".
Ante tal argumentación, ambos gigantes quedaron sorprendidos y comenzaron a discutir sobre su derecho sobre el pequeño Inuit. "¡Yo lo vi primero!" Decía uno; "¡Gracias a mí lo atrapaste!" Le replicaba el otro.
Tras unos momentos de discusión, el Inuit les propuso algo; que ambos lucharan entre sí, y se brindó voluntariamente a saltar dentro de la cazuela del vencedor de la contienda.
En aquel momento comenzó la lucha más terrible de la historia de la tierra. Días y días con sus noches los Tuniqs se golpearon, apalearon, aplastaron, y se precipitaron contra el suelo sin parar, con tanta violencia, que con cada golpe y batacazo la tierra se sacudía, crujía y se grababa, formando sinuosos valles, abruptos collados y grandes hondonadas, La pelea no cesó en muchos días,  durante los cuales, incluso la tierra se agrietó  y se desmembró en trozos que inundó el mar. Al final, ambos Tuniqs se desplomaron exhaustos con un último gran topetazo de sus cuerpos contra el suelo. El Inuit, que aguardaba pacientemente el final de la lucha, cuando vio a ambos gigantes abatidos y postrados, atravesó sus corazones con flechas y regresó tranquilamente a su poblado.
Miles de años después, cuando ambos gigantes y este astuto Inuit ya habían desaparecido de la faz de la tierra, las montañas fruto de aquel terrible envite, siguen aquí como testimonio de la estupidez de los dos grandes gigantes, y la eficaz inteligencia del pequeño Inuit.
Por eso, si te acercas a ellas, a las montañas, con la estupidez y bravuconería de los gigantes, o por el contrario con la sencillez e inteligencia del Inuit, el juicio y el sentimiento es diferente, y en muchas ocasiones la consecuencia también. Incluso si te acercas con la viveza y el corazón de un auténtico Inuit, se dice que puedes escuchar canturrear  a los diminutos duendes sin nombre.

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