
Ayer mientras corría, reflexioné “una vez mas” sobre porque no me apetece “a priori” repetir nunca montañas, aventuras o carreras, a no ser que el objetivo sea distinto al de la primera vez.
Primero, y como algo positivo, desde hace algunos años jamás abandono o termino nada con la sensación de que debería haber hecho las cosas de manera diferente resulte como resulte.
Desde
entonces soy consciente de que en esta vida nunca se termina de aprender, y que
la verdadera razón de casi todo se encuentra en nuestra propia naturaleza.
Todo
tiene un aprendizaje y una razón.
La primera vez que hacemos algo (“deportivamente hablando”), es única, especial, y nunca se repetirá de la misma forma.
La primera vez que hacemos algo (“deportivamente hablando”), es única, especial, y nunca se repetirá de la misma forma.
Nuestra
primera escalada, la primera vez que subimos a esta u otra montaña y percibimos
la poderosa acción de la altura sobre nuestro cuerpo, la primera media maratón
cuando esa distancia nos parecía quimérica e inalcanzable, la primera maratón,
o distancias superiores...
La
primera vez se queda en la pupila, y vale pena darle la importancia necesaria
para que se convierta en un recuerdo inolvidable. Entonces ¿Por qué repetir?
Si
repetimos, la mayoría de las veces actuamos primero por principios, y después
por planes preconcebidos resultado de esas experiencias pasadas.
Más
tarde, cargados de esperanzas y dispuestos a arrasar con todo, nos damos cuenta
de que eso tan especial no guarda ninguna semejanza con lo que recordábamos o
habíamos imaginado.
Pero nosotros, leales a nuestras convicciones y respetuosos a los planes tan trabajosamente concebidos, proyectamos sin tener en cuenta esos “cambios” de disposición.
Pero nosotros, leales a nuestras convicciones y respetuosos a los planes tan trabajosamente concebidos, proyectamos sin tener en cuenta esos “cambios” de disposición.
Contra
todo eso, hay que mantenerse fiel a sí mismo, y cambiar.
Siempre nos resistimos a los cambios. Somos animales de costumbres (en mi caso mucho).
La mayoría de los mortales nos resistimos a cambiar o a probar cosas diferentes
porque implica abandonar aquello que conocemos nos es familiar y controlamos,
por algo desconocido. Siempre nos resistimos a los cambios. Somos animales de costumbres (en mi caso mucho).
Dar ése
paso nos llena de indecisiones y hasta atemoriza, porque fuimos educados en el
pesimismo y la inercia, y se nos ha repetido hasta la saciedad que si algo va a
ocurrir en nuestras vidas no podremos impedirlo; que las cosas son así y no se
pueden cambiar, y que hay una sola forma de hacer las cosas bien.
Ese tipo de doctrina nos ha dejado sin opciones, sin la flexibilidad y sin la instrucción necesaria para saber elegir frente a los cambios, olvidando que, en nuestro mundo, si bien un día debe inexorablemente suceder a otro, estos no tienen porqué ser iguales.
La vida cambia, el tiempo y el clima cambian, cambian las personas y los afectos, e incluso nosotros mismos no somos iguales a hace unos cuantos años atrás. Así que realmente “lo único permanente es el cambio”.
Ese tipo de doctrina nos ha dejado sin opciones, sin la flexibilidad y sin la instrucción necesaria para saber elegir frente a los cambios, olvidando que, en nuestro mundo, si bien un día debe inexorablemente suceder a otro, estos no tienen porqué ser iguales.
La vida cambia, el tiempo y el clima cambian, cambian las personas y los afectos, e incluso nosotros mismos no somos iguales a hace unos cuantos años atrás. Así que realmente “lo único permanente es el cambio”.
No se queda en la pupila.... Pasa por ella y se proyecta en la retina.
ResponderEliminar