lunes, 1 de agosto de 2016

MONOLOGO RUNNING

Hace un tiempo, modestamente escribí un monólogo sobre el running. Sobre la moda del mismo.
Monólogo que aunque lejos de, está inspirado en esos tan geniales del club de la comedia.
Así que esta semana de verano vacacional, lo he repasado, corregido, y lo reedito, sin mas ánimo que  reírnos un poco de nosotros mismos.
Espero que os guste:

EL RUNNIG:

Ahora, en las calles y los caminos hay mas gente corriendo, que en el comedor de Harry Potther.
En Barbastro, hay una carretera solitaria, en la que hasta hace poco se manifestaba la famosa chica de la curva haciendo auto stop.
Ahora, está tan transitada de gente corriendo, que la chica ha montado un punto de avituallamiento.
Encontrar un camino solitario es más difícil que rascarse el culo con los dedos de los pies, o limpiárselo con confetis.
¿Y como empieza todo?
Pasa la vida, pasan los años, y de repente te hallas en medio de esa suspicaz mediana edad. La segunda juventud dicen; La manifestación del yo no “meestoyhaciendoviejo” y los demás si, mas bien.
Aunque te sientes más inútil que el timbre de un nicho...
Es ese instante en que le das vuelta a tu vida. Antes eras apático y patético, y ahora eres patético y apático. 
Y justo, coincidiendo exactamente con esos cuarenta y pico, mientras estás indefenso y vulnerable tirado en el sofá como si hubieras caído desde un cuarto piso viendo el final de la etapa del Tour, te acomete un arrebato mezcla de adolescencia tardía, ahogo moral, e inspiradora primavera, que te posee como el espíritu cabrón de la niña del exorcista.
Y así, sin anestesiar ni nada, decides que ya estas bien de sedentarismo practicado durante años a golpe birra y mando a distancia;  que ya vale de dilatar la laxitud de tu barriga que invita a escarbar en ella buscando el ombligo, y si lo encuentras, ha hacerte una bufanda con la pelusa que almacena.
Y cual resorte brincas del sofá, sufriendo tu primer calambre en un gemelo. Pero aún así, té sombreas la cara con las acuarelas azules de tu hija frente al espejo de Ikea del recibidor, emulando a Mel Gibson en Braveheart. Y aunque en realidad pareces un Avatar malogrado, con la pata subida sobre la banqueta de la cocina, alzando tu puño en alto, exclamas:
-          “Hubo una vez un tiempo, en que había tiempo para perder el tiempo... ¡pero se acabó! ”...
Después, tras unas dos horas de buscar por el trastero, te calzas esas zapatillas que tenias guardadas para ir a coger robellones (pretexto para hacer una comilona con los amigotes), y sales a correr.
Primero a la chita callando, tímido, retraído y casi sonrojado. Con cara de por favor “cuidadín que soy pequeñín”.
Pero al poco tiempo,  alzas la cabeza y tu mirada, mas orgulloso que Fran de la Jungla tras revolver con las manos los excrementos de un elefante para comerse unas lombrices.
Y hasta embutes el abdomen como Ana Obregón en su posado veraniego cuando pasas frente al súper del barrio.
Y no solo logras correr con aparente normalidad, si no que además, a vista de los demás adelgazas, y a la tuya propia rejuveneces y te conviertes en un deseado galán, aunque seas tan feo que cuando mueras te tengan que untar con nocilla para que te coman los gusanos. ¡Eres otra vez un chavalín!.
En pocas semanas, si te preguntan por qué corres, sueltas un sempiterno rosario de argumentos:
-“Es muy sano, adelgaza, me disminuye el estrés, es bueno para mi corazón, o me ayuda a mantener el equilibrio emocional y un profundo estado de conciencia sacramentado con mi hábitat, y me conduce a una experiencia casi mística…
¡La madre que te parió!
¡Milagro! ...Veintitantos años de tapas y cañas con tus amigotes, y jamás habías hablado como un psicólogo argentino. 
Y no solo eso, en pocos meses te conviertes en un experto.
De esos que explican algo tan sencillo como el correr  de forma tan ininteligible, que te hacen preguntar porque algo tan complejo como eso no se estudia en la Universidad con una nota muy alta de selectividad para acceder.
¿Y la estética?
Por higiene, lastre o aerodinámica, te depilas hasta los entrecejos.
Después te compras, y peor aún te pones, unas mallas tan ceñidas que te marcan desde los dobladillos del escroto hasta las escobillas del ojete; una camiseta rosa bengala que atropella la vista, y aunque tengas menos pelo que los testículos de la rana Gustavo, o estés tan calvo que si caes de espaldas te golpeas la frente, te adornas con una cinta la cabeza para que el pelo no te moleste, a juego con las gafas de sol exclusivas runningfashion doradas.
Y de las mediocres zapatillas para coger robellones, pasas a unas de marca, color fresa tornasol con cordones antiestrés fucsias determinadas para asfalto terroso de grano grueso, especiales para pisada aristocrática con ligera probación a la derecha...
Y aún de esta guisa, no eres una reinona del carnaval de Tenerife venida a menos; ¡Eres un runner!.
Porque aun yendo vestido de capullo sonrosado, por dentro no pierdes esa ancestral identidad de cazador reproductor.  Es más la refuerzas.
Al correr, puedes escupir gargajos de color verdosos tan consistentes, que un perro al pisarlo quede aferrado a él agonizando durante semanas; Puedes sonarte los mocos patrás, tapándote un agujero de la nariz, girando el cuello, y aventando fuertemente el aire por el otro orificio, arrojando los mocos como un aspersor. Aprendiendo esta técnica, te has puesto el hombro como un nido de palomos, pero, ¡Eres runner!.
Puedes rascarte los huevos perceptiblemente, o si se desordenan dentro de las ajustadas mallas, colocártelos sobre la marcha. Incluso en un momento dado, sacarte la chorra y mear al canto del camino, que no pasa nada. ¡Eres runner!.
Eso si, inmediatamente tienes que darte de alta en Facebook, Google +, Twitter, Instagram, Pinterest, Vine, Snapchat y Social Media, porque si corres veinte kilómetros y no lo cuentas,  no lo has hecho, eres más soso que una sopa de saliva, o NO ¡Eres runner!.
Te sientes en la cresta de la ola. Incluso mientras corres ligas con poderío y gracejo, diciendo frases tan ingeniosas como:
- “¡Guapa!”...”Si yo fuera Superman, te llevaría volando, pero como no lo soy..., ¡te jodes y sigue trotando!”...
Y ¿que decir de esta asombrosa erudición que te llega por inspiración divina?:
De no saber ponerte un termómetro, ni mucho menos leerlo, pasas a ser erudito en medicina deportiva.
 Puedes mantener una conversación con cualquier otro corredor en la que aparecen términos como: fascitis plantar, patas de ganso, tendinitis crónicas, síndrome de espolon calcáneo,  bursitis, tuberosidad posterolateral del astrálago o tendinitis poplitea, y todo sin respirar...
¡Eres runner!, y te conviertes en un pesado de esos, que cuando alguien le pregunta cómo está, va y “contesta”.
Y cuando,  “Vengo del medico o físeo.¡No tiene ni puta idea!”, se convierte en una de las expresiones comunes en tu vocabulario, ya pasas a ser runner modo “Dios”.
¿Y la tecnología?:
Te compras reloj con cronógrafo, pulsómetro, podómetro, acelerómetro, GPS, ABS,  alcoholímetro, mp4, termomix, mp3, desfibrilador, y unas láminas adhesivas con cables de que dan rampas en los músculos, convulsionan y da gustito. Porque necesitas varios satélites que triangulen tu posición para correr por tu barrio de toda la vida, no sea que...
Y por fin estás listo, y te apuntas a tu primera carrera.
Aparecen los nervios de debutar, y te pones más tenso que los muslos de Beyoncé preparándola durante semanas. Y preguntas, acosas, a los runners mas experimentados: ¿Cómo pasta toda la semana? ¿Cuántos geles llevo?, ¿cuantas barritas?, ¿tomo sales?, ¿llevo el camelbak?.
–“ ¡Disfruta coño!. Y ponte un gorro de Papa Noel de los chinos, que es la san Silvestre de cuatro kilómetros de tu pueblo”...
Y si los nervios previos a esta tu primer carrera son tremendos, cuando ya tienes experiencia aún es peor.
Y... ¿Qué te provoca miedo, escalofríos y sudores?.
El imaginar que a mitad de prueba té entra un retortijón de tripas, suscitado por esa mixtura de geles, isostares, gominolas, barritas y plátano masticao...
¡Eres runner!, y sabes que tras el retorcijón, (que es como el ángel anunciador), llega el apretón...
Y de repente, kilómetro diez de tu media maratón, sientes como se estremecen tus intestinos, e inocentemente piensas, “Con un buen cuesco solucionao”.
Y si llevas gente corriendo al lado, disimuladamente te distancias un poquito (haces la goma), o aprovechas el paso junto al grupo de Batukada, y …¡Zaska!...
Averiguas que tu pedo no era todo lo incorpóreo que suponías.
Y de forma refleja, te palpas la entrepierna con una mano, luego la miras e incluso hueles, y empiezas a recapacitar sobre porque harías caso a aquella chica, y te compraste las mallas cortas color blanco. 
Podías haber estado corriendo solo por el monte, o en una trail por un bosque, pero no, estás en la calle más bulliciosa de una gran ciudad rodeado de 20.000 corredores y miles de espectadores.
Por dentro lloras, y por fuera te afliges e imploras para que acabe esa amargura apretando
más y más el ojete. Incluso gritas: -“Dios llevame pronto”.
Pero la urgencia del momento te lleva a ceder y perder la poca dignidad que té quedaba.
Y entre dos coches aparcados en batería, te entregas en cuclillas para soltar la argamasa, ante la atenta mirada de una niña de trenzas y su abuelo jubilao que pasaban por allí. Y les pones ojitos y cara de...”En este humilde rincón hasta el mas hombre se baja el pantalón”.
Y acto seguido te deprimes...
Toda la vida perdiendo: la virginidad, el dinero, los nervios, el control, y ahora la compostura y la dignidad.
Y todo por hacer running. ¡Mierda de running!.
¿Quién me mandaría moverme del sofá? .
Mi plan era vivir eternamente, y lo estaba cumpliendo perfectamente.
No entiendes cómo, siendo tan listo de niño, de adulto eres tan tonto.
Al final, vuelves al sofá, a los amigotes, a las birras... y de vez en cuando, sales a correr.

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