" Tan solo es necesario asumir el protagonismo de tu propia vida, para poder ser un héroe " Estaba nervioso y algo excitado, pero fascinado y muy satisfecho por lo bien que me había encontrado durante todos estos días de equipación y aclimatación. Tan solo había padecido algunas ligeras molestias estomacales y acidez. Una expedición al Cho Oyu (8201m) en solitario, pero compartida con
Fernando Garrido guiando un grupo de cuatro personas mas, y la primera a un ocho mil del GREIM (Grupo de Rescate e Intervención en Montaña de la guardia civil) con diez miembros. Ni queriendo podía haber elegido mejores cómplices de expedición. Cuanto había fantaseado con este día desde niño y cuantas veces lo había imaginado fielmente durante estos años en los que me aventuré a ascender montañas, inicialmente en los Pirineos, después los Alpes, el Pamir, y el Himalaya. Subirme a 8000 mts de altura.
La primera vez que viajé a Nepal (de turismo), al despegar de Katmandú en el vuelo de regreso, mientras observaba por primera vez las grandes cimas nevadas del Himalaya pegado a la ventanilla del avión (Los Anapurnas), sin poder evitarlo unas palpitadas lagrimas empañaron mis ojos, y dije: - “Volveré, para escalar en estas montañas”.
Ya había cumplido esta promesa hace dos años durante una expedición aragonesa al Manaslu (8156 m) organizada para celebrar el cincuentenario de mi club Montañeros de Aragón Barbastro, donde por mal tiempo pudimos alcanzar la cota de 7.300m.. Pero, de nuevo mañana estaba en mi mano y en la de mi suerte, cumplir ese mágico sueño de subir a ocho mil metros. Convertirme...¡Ser “ochomilista”!.

Me hallaba en una diminuta tienda en el campo II del Cho Oyu a 7200m. de altura. Era mi segunda ascensión hasta esta altura, pues cinco días antes había conquistado este punto para levantar una tienda, y a la vez finalizar la aclimatación. Posteriormente, mientras
ya me encontraba descansando en el campo base, se produjo una fuerte tormenta de nieve y viento que devastó el campo II, y mi tienda junto a todas las demás que se encontraban aquí arriba voló, y ahora debían estar por los alrededores del Everest (montaña mas próxima). Dentro de ella mi mono de plumas y los banderines para las fotos de cumbre.... Así que de nuevo habíamos tenido que portear tiendas hasta aquí, y el mono de plumas que ahora llevaba, me lo había dejado José Luis Escolano, que era uno de los miembro de la expedición de la guardia civil, y que casualmente también es de Barbastro. Por desgracia, José Luis había tenido que abandonar hace unos día el campo base y bajar rápidamente de altura por orden de Michel (medico de su expedición), aquejado de un violento edema pulmonar...
Yo, como los otros, persuadido por Fernando Garrido, también había optado por no instalar el campo III, e intentar ascender directamente desde el dos a la cumbre. No veía la hora de salir hacia ella.
Me introduje en el mono de plumas para tratar de descansar hasta las doce de la noche, que era la hora en la que proyectaba ponerme en marcha. Era consciente que los nervios no me dejarían dormir este rato de espera e impaciencia, así que, como mi aclimatación y mis fuerzas eran lo suficientemente óptimas como para tras hollar si podía la cumbre, bajarme directamente al campo uno, había decidido dejar allí el saco de dormir.
Once de la noche. Sin trasponerme profundamente, había dormitado con los ojos cerrados desde las seis. Todo es descanso y ahorro de fuerzas, pensaba.
Me dispuse a prepararme el desayuno, desayunar y equiparme cuidadosamente: botas, cubre botas, los crampones, la mochila con dos cantimploras de liquido con algo de isotónico que ya había dispuesto por la tarde derritiendo nieve, unas barritas energéticas para la jornada, un poco de chocolate, una liviana funda de vivac, que asociada con el mono de plumas podrían protegerme en algún circunstancial refugio vivac si sufría alguna complicación mas arriba, piolet, yumar, una vaga de cinta plana,dos mosquetones (nunca se sabe) y la cámara de fotos oculta en el pecho para evitar que se congelara.
Son las doce de la noche y dificultosamente bien abrigado y coronado con el frontal encendido sobre el pasamontañas y bajo la caperuza del mono, ya estoy dispuesto a partir hacia la cumbre. Hace mucho frío afuera, -20ºC. Las estrellas platean un cielo abierto y gélido.

Cautelosa y silenciosamente emergemos un rosario de luces que hacen adivinar fantasmales siluetas progresando por las congeladas y oscuras faldas de la corona nevada que conduce hacia el campo III. Poco a poco mientras asciendes con pasos firmes, eficaces y rítmicos, solo escuchas el ahogo y jadeo de tu respiración, y el crepitar de la nieve bajo la violencia de tus afilados y cortantes puntapiés. En mi pensamiento, como muchos días, pero hoy especialmente la gente, mi gente... un pasito por mi madre, otro por mis hermanos Jorge y Jesús, otro .... así varias veces todos y cada uno de mis seres queridos. Con este ensayado recurso mental , van pasando las horas, las nevadas cuestas, y los pequeños contrafuertes de hielo tieso y transparente.
Rebasado el Campo III me agrupo con dos alpinistas Castellano-Leoneses (Martín y Luis), y Darío (un argentino), y juntos continuamos hacia arriba a muy buen ritmo. Sobre las seis de la madrugada nos hallamos en la famosa banda rocosas que se denomina “la banda amarilla” por el tono pajizo de la roca que la forma. Es el tramo más o menos dificultoso, que normalmente se medio sortea realizando una travesía hacia un paso mas abierto, mas efectivo y mas “lejano”. Pero, obviando esta ruta que dilata el ascenso considerablemente, nosotros cuatro optamos por coger un atajo y trepar a lo recto los diez o doce metros de roca vertical que tenemos justo encima de nuestras cabezas, y que se encuentra semi equipada con algunas ajadas cuerdas fijas.
El esfuerzo es enorme y violento, y apoyándonos leve y no tan levemente en las cuerdas, remontamos casi a pulso por ellas.
A 8000 metros de altura, a pulso, asaltamos de golpe y con el aliento fracturado por el esfuerzo la llamada “zona de la muerte”,donde un ser humano solo puede sobrevivir 48 horas debido a la escasa concentración de oxígeno que hay en la atmósfera.

Tras una mas moderada travesía entre nieve y rocas, casi directamente emergemos a la gran grada o plató nevado de la ante cima que precede a la prolongada travesía casi llana que conduce al punto mas alto de la montaña. Ahora aquí sopla el viento y eso hace que el frío del amanecer se intensifique.
Voy marchando ensimismado en silencio, meditando sobre lo que me habían referido algunos amigos conocedores de esta cota. Que a esta altura de 8000m, cada tres pasos había que parar para respirar y recuperar el resuello, por que sin oxigeno te notabas extenuado con cada maniobra. Doy siete, nueve, diez pasos, y voy bien. Devo de estar muy bien aclimatado. Estoy feliz y sorprendido. Estamos tan cerca ...
Llegamos casi bajo la pequeña banda rocosa que determina el acceso a la llanura cimera.Son las ocho de la mañana, y hemos hecho lo mas difícil. Estoy a 8.100 metros; un sueño hecho realidad. Desde hace un rato ¡Ya soy ochomilista!.
Por mi satisfacción, tengo muy presente que desde lo alto me velan Pepe Chaverri (Al que quiero dedicar esta cima) junto con mi padre y mis abuelos... Siempre me gusta pensar esto.... Es como un credo particular que me refuerza para concentrar y salvaguardar mi mente y obtener ímpetu. Decidimos parar a descansar, pues como llevamos muy buen horario y estas horas del amanecer son las horas de mas frío, conviene resguardarse lo mas posible del viento.

Ya lo estamos celebrando acurrucados, lo saboreamos. Nos quedan tan solo cien metros de desnivel andando por una manejable planicie a 8.150 metros para tocar la anhelada cumbre. Me como una barrita y me hidrato bien, mientras en nuestros rostros se auspicia casi vanidad y mucha alegría. Un arrebato de entusiasmo. Los primeros rayos de sol nos van calentando sutilmente, mientras comienza a levantarse algo mas de viento, así que decidimos continuar. En una hora y media mas, podemos estar pisando la cumbre.
Cuando retomo la marcha, repentinamente me sobreviene un repulsivo sabor a la boca, y poco a poco, o mucho a mucho, siento como me aborda un progresivo y fulminante debilitamiento general que me confunde. Ante mi confusión, acrecentada por una serie de anormales y repugnantes regüeldos, empiezo a temer que algo de lo que he comido me ha sentado mal , y a ser inmediatamente consciente que al ritmo que va mi trastorno y merman mis fuerzas, si continuo ascendiendo lo poco que queda hasta la cumbre, dudo si seré capaz de regresar; si tendré fuerzas para ello...
No lo pienso más. No dudo. Les explico a mis ocasionales compañeros lo que me pasa y me detengo. Decido hacerme unas fotos de rigor agazapado un instante, para mientras tanto, observar así como va evolucionando esta repentina indisposición, y si asimismo lo valoro continuar o descender inmediatamente.
No mejoro, sino todo lo contrario. Sin dudarlo mas, emprendo un interminable descenso.
Siempre estaré orgulloso de la decisión. Fue la demostración de eso que tantas veces yo y otros habíamos dicho: -“No hay que anteponer la conquista de una cima, a tu seguridad, a tu vida”. Mi mente estaba al ciento por cien. Hay que estar muy entero para tomar esta decisión a cien metros del entrecomillado “¿triunfo?”, y he sido capaz de hacerlo sin vacilar.
El verdadero triunfo fue ser capaz de hacer esto.
El descenso hasta el campo II se me hace interminable y muy amargo. He continuado desfalleciéndome vertiginosa y progresivamente sin parar. Lo que empezó paulatinamente, ahora se resuelve por no ser capaz de dar dos pasos cuesta abajo sin la sensación de que me voy a desmayar, obligándome a parar y sentarme cada poco hasta que me alivio un poco y libro esa sensación de desmayo. Procuro beber mucho y mantenerme centrado y concentrado a cada paso.
Por fin, ya por la tarde, logro llegar a la tienda del campo II. La última pendiente nevada me ha costado lagrimas.
Hay mucha gente de otras expediciones que se han retirado en el intento, e incluso muchos ya están descendiendo hacia el campo base. No soy capaz de dar un paso mas, ni de articular palabra para dar explicaciones, percibiendo que si hablo o hago el mas mínimo esfuerzo, perderé el conocimiento. Tan solo deseo tumbarme, descansar y esperar para ver si me noto algo mejor. Me arrastro literalmente dentro de la tienda.

Paso unas horas acurrucado, y con la ayuda del Sherpa del grupo de Fernando Garrido que me la prepara, sorbo una sopa caliente, y parece que estoy un poquito mejor. Mas templado
He comunicado por radio con Michel el medico de la expedición del GREIM y ya amigo, que se encuentra en el campo base, le he explicado mis perceptibles síntomas durante el descenso, y además los inesperados que están apareciendo después; una nauseabunda y ennegrecida descomposición que me obliga de vez en cuando a salir al exterior de la tienda...
No tengo el saco de dormir, y sospecho que no me quedará mas remedio que pasar la noche de nuevo aquí como pueda. Resistiré vestido con el mono, confinado en la ligera funda de vivac y los pies los engrosaré metiéndolos también en el interior de la mochila.
Pasan las horas, y en el campo base el nerviosismo se acentúa no solo por la permanencia en mi estado a esa altitud, sino porque tras hacer cumbre a las seis de la tarde, Fernando Garrido con uno de sus clientes (Lito), y Legi, el único miembro del grupo del GREIM que a llegado a la cumbre, descienden demasiado lentos, y la noche se ha echado encima.
Son las doce de la madrugada y aún no han regresado al campo II donde yo me encuentro.
A la una, llegan extenuados Fernando y Lito, pero Legi claramente extraviado y con manifiestos efectos de un principio de edema cerebral producido por la altitud, asociado con el cansancio (total desorientación) no llega. Escuchando por la emisora sus intranquilas y algo angustiadas conversaciones y descripciones con el campo base, estoy totalmente convencido de interpretar claramente en que punto se halla del descenso bajo el campo tres, y de que si sigue descendiendo en línea recta, como es su propósito, se encamina hacia un precipicio de seracs de hielo.
Así que con la absurda sensación de meterme donde no me llaman, decido actuar, coger la emisora y ordenarle que se detenga esté donde esté, y que comience a andar sin dudarlo horizontalmente hacia su izquierda sin descender ni un metro, hasta que vea luces. Se hace un arduo silencio en todas las emisoras del campo base. Registro por la tienda y junto con mi lámpara tomo todas las que puedo encontrar, la de Lito que ya está durmiendo y alguna mas de las de repuesto, e ilumino bien la tienda orientando los frontales hacia el techo ocre de lona para convertirla en un improvisado faro que pueda guiar a Legi hasta aquí.
Pasa mas de una hora de muda impaciencia e inquieta calma, y, repentinamente, el silencio lo quebranta el estrepitoso rumor de una emisora. Es Legi: -“Veo las luces abajo”, vocea. Rápidamente, le confirmo que descienda hacia ellas sin titubear, que ya está a salvo. En esa pala de nieve vertical, yo sabia que no había ya ninguna complicación ni grieta; Solo tenía que descender. Aun así, y en su situación, tardó más de una hora, y tuve que salir a gritarle, silbarle y a hacerle señales con un frontal en forma de haz de luz. Casi me congelo. Pero por fin llegó.
Al pasar junto a mi me dijo: - Buenas noches... Sin más… Evidentemente su lucidez estaba perturbada por el cansancio y la altitud...
Meses mas tarde, sus compañeros me describieron la dramática e impotente noche que vivieron desde el campo base, y como todos rompieron a llorar y a abrazarse cuando por fin les confirme que Legi estaba a salvo en su tienda. Según ellos, “Le salve la vida”... Francamente, yo no lo sentí así ni entonces ni hoy, pero si que aquella noche, aquellos dos días, fueron algo que siempre recordaré como algo destacado en mi vida. Lo de Legi..., otros en mi lugar hubieran hecho lo mismo de haber estado allí, pero el hecho en sí, me animó y ayudo a superar consciente y lúcido esa espantosa y velada segunda noche sin dormir por encima de siete mil metros condenado por una inconsistente salud y el deterioro de mis fuerzas.
El descenso al campo base me llevo todo el día siguiente, con alguna que otra indisposición seguida de vómitos de algo que figuraba sangre cuajada y bruna. En el nevero bajo el campo uno, salieron a mi encuentro alguno de los miembros del GREIM para ayudarme y escoltarme en el tramo final.
Cuando alcancé el campo base, Michel me aguardaba con un puñado de goteros tendidos en el techo de mi tienda. Me hizo acostarme casi a la fuerza, y tras hacerme un intensivo reconocimiento médico, me punzo el brazo con ellos sin remisión.
La gente asomaba sus cabezas al interior de la tienda con expresión callada y cuchicheando. Fernando me preguntó: - ¿Tienes miedo?. Yo reí y le contesté: - ¿De que?. No sabia de que me estaba hablando.
Nunca fui realmente consciente de la gravedad o del peligro que corrió mi vida, y aún hoy no lo soy. Me diagnosticaron y ya en casa curaron , una ulcera en el estomago causada por una bacteria denominada Helicobacter pylori, que es la causa principal de la úlcera, tanto del estómago como del duodeno. Esta bacteria se adquiere en la infancia y vive durante muchos años en el interior del estómago. A buenas horas le dio por salir... La ulcera se acrecentó y sufrí una de las complicaciones más graves y espectaculares de la úlcera gastroduodenal, se perforó y sangró. Perdía sangre por el estómago.
En mi caso, este imprevisto y grave trastorno me sorprendió en unos de los lugares mas hostiles de la tierra; a 8000 m de altura y a varios días de la carretera mas próxima.
Michel me describió después, que de haberme sucedido esto mismo en España, en mi casa, me hubieran hospitalizado de urgencia con una ambulancia. Que no se explicaba como pude bajar sin desfallecer.

Él aquella noche sé que lloró de impotencia pensando que me perdía (sus compañeros también me lo contaron meses después). Nunca alcanzaré a valorar del todo un gesto semejante de solidaridad, cariño y respaldo. Un gran tipo y un gran médico
Me gusta ser optimista y extraer una lectura positiva de todo lo que pasó, y no lo cambiaria por nada. Llegue como tanto deseaba por encima de ocho mil metros, y si hubiera hecho cima tan fácilmente como se auguraba, habría salido triunfal si, laureado también, pero no hubiera aprendido nada de nada.
Sin embargo, al vivir aquel fortuito suceso, practiqué, aprendí y viví una de las mayores cátedras de supervivencia que he tenido la oportunidad de superar en toda mi vida hasta hoy, y siempre sabré de verdad que, “conscientemente”, no sitúe la conquista y el prestigio de una cumbre, por encima de mi propia supervivencia. Aquel día tanto mi confianza, como mi juicio actuaron sobriamente en un medio adverso y a gran altura. Una enseñanza que me ha ayudado mucho después en mi vida cuando ante alguna situación adversa la he recordado .
Esta es la historia de lo que sucedió aquellos extraordinarios dos días.
Todos los caminos son solo uno, pero el verdadero camino de tu vida eres tú mismo.
Vivir es preferir, pronunciarse y elegir, y al mismo tiempo soportar ese misterio de nunca saber a donde nos habrían llevado los caminos que descartamos.
¿Acaso ese día salvé mi propia vida y mi destino?. Yo sinceramente creo que si.
---- DÍA 08/05/2.002 -
Carta a mi amigo Javi Subías.
Campamento Base Avanzado del Cho Oyu (5.600 m.) 7 de abril de 2.002
He pensado que publicando esta carta llena de rabia era una manera de expresar lo que siento ahora por mi amigo Javi.Me gustaría decir palabrotas pero no puedo.¿Como puede ser que la persona más preparada, física y técnicamente, la que tenía mas ilusión, la que más había luchado por su proyecto....le falle el día X la suerte? ¿Porqué tuvo que ser ese día y no otro? El día de cumbre...a 100 metros del punto más alto....¡Qué maldita casualidad!.El día X (antesdeayer) Javi salió a medianoche desde el último campamento (7.200 m.) a por la cumbre. Llevaba un horario extraordinario y, pese al tremendo frío, estaba a las 9 de la mañana ya a 8.000 metros, y entonces, de repente, pasó....Aún no lo sabemos exactamente, pero su estómago "explotó" y empezó a echar sangre por arriba y por abajo. ¡Menos mal que pudo bajar! Según me cuenta fue muy duro. No lo quiero ni pensar.Sólo quiero comentar para acabar que, aparte de lo físico o lo técnico, Javi es el mejor compañero que te puedes echar de expedición. Es un colaborador nato, el que más trabaja, el que te saca de apuros....Ojalá volvamos a coincidir en estas u otras montañas. ¡Ánimo Javi!