Si
pensamos en los veranos de nuestra infancia, probablemente a muchos nos surjan
recuerdos de los “campamentos de verano”.
En mi
caso, durante mi infancia pertenecí muchos años al grupo Scout de Barbastro.
Hoy
sé, que allí, sin querer, sin darme ni cuenta, se forjaron muchos de los
valores que después me han aleccionado durante toda mi vida: Trabajo,
compañerismo, amistad, lealtad, imaginación, ilusión, arrojo, voluntad y
naturaleza, sobre todo naturaleza.
Con
este grupo se sucedieron mis primeras
excursiones por el monte con mochila y amigos, y mis también primeros
campamentos.
Más
tarde, cuando he pasado casi un mes en algún campo base o viaje de aventura,
cuando montaba mi tienda de campaña y me tumbaba por las noches sobre la
esterilla dentro del saco, permanentemente evocaba en mi memoria esos
campamentos, esas enseñanzas.
Porque
si, eran campamentos artesanales, bohemios, intrépidos, y por tanto algo
arriesgados y azarosos, pero muy partícipes y provechosos.
Eran
temerarios si, pero como cualquier actividad de las que hacíamos los niños de
aquellas generaciones. Era lo que había. Entre comillas, “nos sentíamos con
alma para y por la aventura”.
Han
cambiado los tiempos, los valores, y muy probablemente, (por esa avidez
proteccionista que hoy en día se nos manifiesta para con nuestros hijos),
muchos de los que nos recreamos, aprendimos, y ahora añoramos aquellos
campamentos de finales de los 70, y los 80, hoy no dejarían o dejaríamos ir a
nuestros hijos a un campamento de similares características....
¿Relatos?
Miles, ¿Experiencias? Cientos.
Particularmente
yo, allí aprendí muchas cosas de esas que marcan, que me imprimieron carácter;
y fueron mis raíces en todo lo que me gusta: Excursionismo, alpinismo,
barranquismo, escalada, etc, etc, etc.
Por
ejemplo, allí aprendí a hacer rápel; Eso sí, rápel de finales de los 70
¡claro!...
El
equipaje consistía en pantalones y jerséis gruesos y añejos, para poder
soportar el roce de la cuerda “de cañamo” sin hacerte rozaduras por el hombro y
la entrepierna.
Sé
rapelaba como vulgarmente se decía, “a pelo”. Con la cuerda atada a algún árbol
y después pasada por tu entrepierna, por la espalda hasta tu hombro, y de allí bajando por tu pecho hasta la mano
que servia de freno. Seguridad, he de decir que “ninguna”.
Pero
no murió nadie...
Capítulo
aparte son las tirolinas.
Eran
igualmente rurales. Primero se buscaba una depresión de terreno, con un árbol
arriba y otro perpendicular con desnivel en un plano inferior, y se unían con
una cuerda, repito “de cáñamo”, atada a media altura alrededor de sus troncos
lo más tirante posible.
Como
arnés, otra cuerda de cáñamo de menor diámetro formando una baga, (anillo
fabricado anudando los dos extremos entre si).
Esta
baga pasada hábilmente por la entrepierna y la cintura formando tres anillos
sujetos con un viejo mosquetón de acero de peso indeterminado a la altura de tu
pecho. Después este mosquetón con el paquete (tú), pasado por la cuerda
tirante, serviría de polea.
Objetivo:
Suspendido por la cuerda, lanzarte desde el árbol A, y alcanzar el árbol B, sin
descalabrarse contra él.
Imaginar
cómo llegaba abajo el mosquetón de acero por el efecto de la fricción con la
estriada cuerda.... Como dicen en mi tierra, “rusiente” o, “al rojo vivo”.
Y si
al llegar abajo, por acto reflejo e inconsciente pretendías inmediatamente
desconectar el mosquetón sin guantes, se quedaba adherido a tu mano
abrasándotela, y causándote quemaduras de primer grado...
Otra
cuestión era el aterrizaje. Frenar y
parar.
Para
ello había dos sofisticados sistemas de frenado. Al principio, nunca se les
ocurrió utilizar una segunda cuerda de seguridad con la que poder ir aminorando
la velocidad y frenar... ¿por qué?
Porque
si no hubieras bajado a toda ost...castaña, el arqueo de la cuerda hubiera
hecho que te quedaras parado y suspendido a mitad de recorrido a muchos metros
del suelo.
Así
que, “¡A tumba abierta!”.
El
primer sistema de frenado, dependía de aterrizar en algún camino de tierra mas
o menos plano, donde, cuando de frente fueras perdiendo altura, y alcanzaras el
suelo, fueras derrapando con tus pies, perdieras velocidad, y finalmente
frenaras (Freno de pie). Este sistema estaba supeditado a una buena
instalación, a tu habilidad, y a tu peso; mayor peso, mayor arqueo de la
cuerda, y por tanto antes alcanzarías el suelo, obteniendo ventajosamente mas
terreno o pista de aterrizaje para poder frenar antes de estamparte contra el
árbol B; y por el contrario, si pesabas poco, tu contacto con el suelo era ya
muy cerca del árbol B...
Cuando
la cosa se sofistico, el sistema de frenado era otro mosquetón de acero pasado
por la cuerda por donde te deslizabas, y este atado con otra cuerda a otro
árbol “C”, unos tres metros antes del árbol B.
Cuando
el mosquetón con el que te deslizabas, colisionaba con este segundo mosquetón
asegurado fuertemente a un árbol, dependiendo de tu velocidad, el frenazo era
tan brusco que podías dar varias vueltas de campana alrededor de la cuerda como
el aspa de un ventilador (freno
HayVaEse). Te podías estrangular hecho un ovillo con la baga, pero no te
estampabas contra el tronco del árbol B....
Tampoco
murió nadie.
Al
tiempo la cosa progresó, y en algunos casos, si la pendiente era desmedida, se
ponía una cuerda de seguridad para irte frenando desde la salida.... ¡Que
gallinas! Jajaja.
Además
de estos rústicos aprendizajes de arcaico alpinismo, en los campamentos
construíamos artesanalmente absolutamente todo:
Desde
la cocina y los comedores, a una badina con sacos terreros para bañarnos en el
río, o el foso para las letrinas...
Las
letrinas fue otra de las cosas que nos curtieron de por vida como la piel de un
mamut prehistórico, y que después, al menos yo, jamás he olvidado.
Primero,
por esas rivalidades a pico y pala, haciendo en el suelo la trinchera mas profunda posible; Después, por el
estómago que hacia falta para su uso.
Imaginar
una largo foso cavado en la tierra; Sobre el un bastidor de madera separado a
modo de tres compartimientos o divisiones, y para independizar y tapar estos
compartimentos, un rígido plástico de color “negro muerte” forrando todas sus
caras.
Eso
sí, dentro de cada cabina, había dos tablas paralelas, y entre ellas hueco
suficiente para clavar una tapa de bater de plástico para sentarse. Un
civilizado detalle...
Imaginar
cuando habían pasado unos cinco días de un campamento de doscientas personas,
todas sus deposiciones reunidas en este foso mezcladas con tierra y “Zotal” (un
poderoso desinfectante con un olor inolvidable, que se empleaba sobre todo para
la desinfección de los gallineros y conejares)...
Imaginar
ese maloliente foso semi lleno de evacuaciones movedizas (se movían), y moscas
gordas de dilatados ojos color esmeralda, y patas velludas, bajo esas lonas
brunas a cuarenta grados en pleno agosto...
Esto,
“o te mata, o te hace más fuerte”. Te curte si o si.
Años
después, cuando comencé mis viajes de aventura y escalada, y tuve la suerte de
viajar a lugares como Nepal, Pakistán, India, Tibet, Kazajistan, Marruecos, el
Amazonas Brasileño, o el año pasado a Tanzania, gracias a este dogma que recibí
de pequeño, nunca me han impresionado ni mucho menos asqueado las letrinas o
aseos que me he encontrado en cualquier parte del mundo, ni ninguno de los
olores de los suburbios mas desdichados de los mismos.
Llevábamos
machetes en bandolera de mucho mas de tres dedos de filo, y jugábamos a
lanzarlo y clavarlo a máximo un palmo del pie de tu contrincante; Dormíamos en
vivacs que fabricábamos con sierras, hachas, clavos, cuerdas y alambres;
Hacíamos supervivencia, aunque muchas veces consistía en inspeccionar los
huertos de los pueblos contiguos, o asaltar con nocturnidad la carpa de
intendencia del propio campamento.
Escalamos
nuestras primeras montañas, (Gallinero, Cregüena, Aneto o Poset) con botas
Chirucas engrasadas para impermeabilizarlas, usando como polainas bolsas de
basura, y como piolets bordones de boj o avellano; Realizábamos talleres de
nudos, o te detallaban y después ejercitabas como hacer una hoguera, etc, etc.
Mas allá de todas estas pícaras y socarronas descripciones,
hablando en serio, allí aprendí, aprendimos, a trabajar en equipo, a desarrollaron
nuestra independencia, y el sentido de responsabilidad y la autonomía.
Con todos
esos juegos y actividades que entonces nos parecían simplemente divertidas, sin
querer, aprendíamos más de lo que aparentemente nos figurábamos.
Pero
sobre todas las cosas, allí fomentaron en nosotros la 'cultura del placer',
entendiendo este concepto, como hacer las cosas por el simple hecho de pasarlo
bien, ser felices y disfrutar.
A mí,
todo esto “me marcó para siempre”, en muy buen sentido.
¡Gracias!
"Vive como si fueras a morir mañana. Aprende como si fueras a vivir siempre." (Gandhi)
Valieron la pena todos los esfuerzos y trabajos que pusimos para llevar acabo aquella aventura en Barbastro. No era facil y habia muchas cosas por detras de bastidores que vosotros los mocetes del Grupo no veiais. A veces los superiores religiosos o sociales no nos apoyaban, pero yo estaba convencido de que un grupo scout, con aquellas marchas y campamentos, era una oportunidad estupenda de formacion humana . Los resultados lo han demostrado. Gracias por valorarlo y apreciarlo.
ResponderEliminarGracias a ti. A vosotros
EliminarSin duda recuerdo aquellos campamentos en Pineta, en Oza, en Eresue... recuerdo aquellas tirolinas (a mi me daban bastante miedo)... recuerdo aquellas letrinas-zotal-moscas... lo fria que estaba el agua del rio... las actividades, los juegos... Sin duda grandes años que nos marcaron a todos. Los recuerdo con mucho cariño. Buenos tiempos.
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