miércoles, 31 de julio de 2013

CIMIENTOS


Vuelves al punto de origen, y tú sangre se renueva. Allí el tiempo te seduce, pero sobre todo el embrujo de su espíritu.
Hay momentos en la vida, que llegamos a notarnos tan agotados y saturados mentalmente por empacho, por agobio, o incluso por la rutina doméstica y las obligaciones laborales, que parece que vivir sea un sin sentido.
Si, ahora concibo que los hijos, su bienestar y felicidad, dan un gran significado y te varían el rumbo vital, pero algún día, estos pequeños grumetes, al igual que nosotros antes que ellos, navegaran solos, y por lo que observo en amigos cercanos, (sobre todo en mamás) si has desatendido todas tus metas y aficiones en su favor, sientes un desinflado existencial atroz muy difícil de superar.
Por eso es bueno asirse a treguas y respiros, y disfrutar cuando puedas de tu ocio, solo, si tienes suerte en familia, o con buenos amigos. Cada cual el suyo. En mi caso, como no, el principal es el deporte y la naturaleza (bueno y el cine).
Ahora con buen tiempo, es más fácil salir el fin de semana al monte o a los barrancos, para practicar ese arte denominado “cargar pilas” acompañado de tu familia, repito, si comparten tu afición.
Con Rosana, como no podía ser de otro modo, la afición es mutua, pero con Nayra, estamos en proceso de descubrirlo, aunque pintar, pinta muy bien.
Este pasado sábado subimos junto con Rosana y Nayra al refugio de Estós en Benasque.
El valle de Benasque en general, simboliza mucho para mí, porque es donde de niño me inicié, me formé de adolescente, y posteriormente no solo practiqué y disfruté, sino que fantaseé con mis quimeras montañeras/aventureras, y muchos de esos sueños de montañero novato, después los cometí, y hasta el día de hoy que pienso con seguir soñando.
Y allí, hay lugares especiales, donde florece una íntima exposición de nostalgias y de recuerdos.
La primera vez que subí al refugio de Estós, fue durante un campamento de verano de los Scouts cuando tenía 13 años. La primera noche pernoctamos con nuestras robustas tiendas de campaña junto al refugio de Santa Ana, y al día siguiente acampamos a los pies del viejo refugio que justo un año antes, en 1979, había sufrido un devastador incendio y se hallaba limitadamente abierto,  mientras desde la federación aragonesa de montaña, se iniciaban las obras de reconstrucción que llevaron a inaugurar el actual refugio en 1987.
Aun recuerdo esa incipiente sensación de hallarme en el umbral de un mundo desconocido, de aventuras y satisfacción, de vanidad. Sentirme único y especial.
Después he subido muchas veces, y espero hacerlo muchas más;  incluso antes de alguna de las expediciones en las que participé, solía enclaustrarme allí unos días en compañía de sus guardas y amigos, Turmé y Joaquín, para prepararme: madrugaba, y corriendo hacia recorridos por el valle (cuando, hasta a mi me parecía una chifladura correr por alta montaña...).
Al regreso de la expedición, en cuanto podía, subía igualmente algunos días, y me dedicaba a ayudarles porteando suministros con la mula desde la cabaña del Turmo hasta el refugio, para superar un necesario proceso que yo llamaba de “descompresión”: Tras un mes “anidando” en una montaña, en una tienda de campaña, a mi cabeza le costaba instalarse en la civilizada rutina diaria, y había que ir aclimatándola a eso, a la diplomacia, la sociabilidad y las prisas....
Hoy, cuanto me ha gustado compartir esto, este rincón, con mi hija.
Mi padre murió cuando yo tenia tan solo ocho años, y por desgracia no tuve la fortuna de poder compartir algo así con él; al igual que él tampoco con nosotros sus hijos...
Pero por suerte, y ojalá por muchos años, yo si puedo compartirlo con mi hija, y quizás de esta forma ayudar a forjarle unos sólidos cimientos de entusiasmo, espíritu, amor a la naturaleza y percepción. Lo demás, como no, dependerá de ella.
Lo que si sigue meridianamente claro, es que nuestra inteligencia es limitada y quizás condicionada, pero nuestro corazón es inagotable e  ilimitado.
Mirando junto con Rosana la sonrisa y la alegría de Nayra, escuchando sus canciones como claro testimonio de su contento y satisfacción, abrigabas una indiscutible dicha, prueba de vida, de aliento y de espíritu.
Viéndola disfrutar de algo que yo disfruté (además con mas edad...) y aún disfruto tanto, me doy cuenta que es en la inocencia, y no en el recelo, donde reside lo racional.
Te das cuenta, de lo sencillo que es a veces contentarse y sonreír.
Para mí correr, descender barrancos, escalar, esquiar, o ir en bici por el monte… significar pasarlo bien, compartir, de paso mantenerme bien, y llevar a cabo una actividad original y, desde mi punto de vista, repleta de virtudes y experiencias gratificantes.
¿Podéis imaginar mi satisfacción al verla disfrutar de esto?.

5 comentarios:

  1. Ya sabes Javi, que este Refugio es muy especial para mi, por todos los recuerdos tan bonitos que tengo, tanto del valle, como de las personas que conocí cuando estuve varios veranos trabajando: los guardas Turmé y Joaquiné, los pastores José y Joaquin, Manolón, una persona muy especial: Fernando Garrido, que siempre pedía un melón para comérselo en la cima, los guardas de montaña de entonces: Sergio, Oscar, "Mirinda","El chino", los montañeros de paso que luego se hacían amigos... entre ellos, Jorge y tú. Fue una época muy especial.

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    1. y lo bien que nos lo pasabamos metiendonos contigo...;)
      Un besete.

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    2. jejejejeje... no se cómo aun os ajunto... ;-p

      me acuerdo que había que vigilar los huevos fritos, porque como te separaras del plato.... alguien te había secado la yema....

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  2. Con unos padres así no puede ser de otra manera. Bonita entrada y con mucha razón. Hay que mantener por lo menos algo tus aficiones y no perder tú identidad. Un abrazo.

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    1. Totalmente de acuerdo (en lo de mantener tus aficiones). gracias por tu comentario Merce

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