"Es mejor quedarse callado y parecer idiota, en lugar de hablar y no dejar la menor duda"
Aquella misma mañana partimos desde Katmandú en un vetusto helicóptero ruso MI-17. Tras una hora de vuelo, aterrizamos en un llano a 3000 metros, a las afueras de Sama Gaon, un pequeño poblado con cuatro casas, justo en la frontera entre Nepal y Tibet; a siete días andando de la carretera mas próxima.
Después de establecer un campamento para pasar un par de días aclimatando, y así durante este tiempo contratar los Sherpas para acarrear el material al campo base mil metros mas arriba, por la tarde, con mi cámara de fotos, decidí salir a pasear por un sendero para sumirme en la cordialidad de este extraordinario escenario cercado de bosques y sitiado por lenguas glaciares que surgían soberbias desde lo alto de las montañas.
No había caminado mucho, cuando en una revuelta de una senda confusa de vegetación, escuche que alguien se acercaba hacia mi. Eran dos encarnados y desaliñados niños cargando con una enorme canasta de mimbre llena de palos. Nos ojeamos mutuamente un poco desconcertados. Inmediatamente me di cuenta que para ellos yo era un extraño, mis facciones y acciones no se correspondían a las que ellos. Sus ojos se abrieron gigantes al verme y se quedaron estáticos observándome de arriba a abajo. Les sonreí y les dije –“hola”, “Namaste”- ellos me respondieron a dúo – Namaste- y se quedaron visiblemente afables al ver que era “normal” y no un extraterrestre o cosa por el estilo. Claro, en un principio no me daba cuenta, yo como ellos, también fui un niño, pero luego fui creciendo...
Nunca se debe subestimar la impresión de un niño, son demasiado despiertos y son capaces de impresionarse con muchas... o pocas cosas. Se fijan en cada detalle, por mínimo que este sea. Les hice un gesto llevándome la cámara a la cara como indicación de que solicitaba hacerles una foto, y ellos lo interpretaron perfecta y positivamente. Descansaron su cesto en la vertiente del camino aliviando su peso, y recostados sobre él, posaron para mi. Me gusta la simpleza de los niños, al fin y al cabo son solo eso, niños, y saben vivir descubriendo que todas las personas somos distintas, sin importarles lo mas mínimo nada. Una vez les hice la foto, se dispusieron de nuevo la cesta de leños y continuaron su camino hacia la aldea sonriéndome y cuchicheando algo entre ellos mientras reían.
Como siempre digo, los grandes momentos son definitivamente los insospechados; y en aquella expedición, aquella tarde, aquel casual y fugaz encuentro, fue un gran, sencillo y espontáneo instante que de ningún modo olvidaré. Una observación de sencillez y vida en un solo guiño, en dos pequeños rostros y un fardo de leña.
Muchas veces en la vida, una situación que crees monumental, pasa al olvido de tu memoria, y sin embargo un instante aparentemente superficial, un guiño, a tu recuerdo para siempre.
¿Qué habrá sido de ellos?. Me gusta imaginar que son muy felices y recuerdan como yo nuestro fugaz encuentro.
¡¡¡Me encanta!!!. Sin mas.Sencillo y tierno.
ResponderEliminarUtilizas muy bien tu extraordinaria sensibilidad para conectarte constructivamente con el mundo que te rodea, por tu sensibilidad eres muy creativo, aprovecha esa creatividad. Yo también leí tu relato de la maratón y me encantó. Enhorabuena
ResponderEliminarA mi también me ha gustado, la anécdota y la forma de contarla. Esas "pequeñas" experiencias son lo mejor de la vida.
ResponderEliminarSaludos!
Me ha gustado mucho. Despreciamos la flor o fruto que tenemos al alcance de la mano y no sabemos apreciarlo. Hay que valorar las pequeñas cosas.
ResponderEliminarNo soy deportista mas allá de alguna caminata por el campo, y no entendía a los que hacían deportes tan extremos hasta que he leído tu relato de la maratón de Sables. Me ha dado sana envidia y hasta ganas de ir jajajaj. Gracias por compartirlo.
El cielo existe hermano, está en nuestro interior al igual que el infierno. Por eso cuando uno es capaz de convertir lo ordinario en extraordianrio te das cuenta de que tienes la llave...lo que te conecta con lo sencillo, lo usual; entonces una cucharada de sopa, un trozo de pan o una esterilla son el paraiso...como lo es lo que cada día tenemos la oportunidad de disfrutar mientras tengamos un soplo de vida...
ResponderEliminarUn abrazo hermano y dale duro...
Adelante en este "gran metabolismo de los detinos que es, en el fondo, la vida" (Kertész).
ResponderEliminarLos niños, como la poesía, son "armas cargadas de futuro". Si queremos un futuro mejor, debemos empezar por la base,por ellos.
¿Qué decir? Gracias otra vez por esta anécdota que llevarse al alma.
Un abrazo