viernes, 8 de abril de 2016

POR MARRAKECH

Estoy de acuerdo en que viajar es una práctica con efectos letales para la intolerancia, los prejuicios, los escrúpulos y la estrechez de pensamiento. Para mí así ha sido.
Sirve y muy bien, para conformar tu imaginación con la realidad, y para ver las cosas como son, en vez de figurarte como deben ser.
Es por ello, que si las posibilidades de la vida que me toque vivir me lo permiten, nunca pienso dejar de hacerlo.
Como bien se dice: -“Eso es lo que te llevas”.
Había visitado Marruecos una vez, pero de forma poco convencional.
Como ya sabréis, lo hice recorriendo 247 km a pie por el desierto al sur de Ouarzazate como participante en el maratón de Sables en 2008.
Era hora de volver para sentir un cachito mas del alma de este vecino país, al que deseo regresar en mas ocasiones, pues las dos veces, y en diferentes contextos, me ha seducido de igual manera.
Esta vez, la principal razón era compartirlo en familia con nuestra hija de cinco años. Que por primera vez viera un país y sintiera un entorno que difiriera de lo occidental y su propia realidad cotidiana.
¿Cuantas veces rastreamos por Internet para intentar encontrar viajes económicos y visitar alguna ciudad Europea, o las islas, sin pararnos a pensar en el vecino país de Marruecos?.
La duración de un vuelo de Barcelona a Casa Blanca o a Marrakech es prácticamente la misma que de Barcelona a Londres o de Madrid a Roma. Hay vuelos y alojamientos asequibles, y la vida allí es más barata...
Quizás los prejuicios de los tiempos que corren, hacen que erróneamente pasemos por alto este tipo de destinos.
Marrakech. Tan cerca y tan lejos.
Ya a poco de llegar, desde la ventanilla del avión comienzas a distinguir que el color de la tierra toma las tonalidades del desierto. Pero como un velado espejismo, progresivamente la tierra comienza a teñirse de rojo y a tenderse promiscuo un oasis de palmeras y casas.
Una vez aterrizas, ese color encarnado se arma de incalculables tonalidades, y somete la ciudad, con sus murallas, sus palacios, o las propias viviendas a una energía arrebatadora. No en vano,  la denominan “la ciudad roja”.Y si este tapiz por si solo no fuera suficiente, al sur está realzado por las montañas nevadas del atlas de  4000 m de altura.Mi primera sensación al salir del aeropuerto, es de no sentirme nada atosigado como presuponía al haber viajado a muchos países con los que supuestamente podría comparar.
Nadie te acosa ni con llevarte las maletas, ni con los taxis o transportes. Al menos a mi ese día.
No quiero llevar a equivoco; tampoco es Europa. Pero si has viajado por Egipto, Nepal, Tibet, India, Pakistán, Tanzania, etc., en comparación, la salida en este aeropuerto es apacibilísima.
Así que tranquilamente, si previamente has reservado tu transporte, escrutas el cartel que sujeta algún taxista local con tu nombre, y listo. Aconsejo hacerlo así, pues recién llegados es más cómodo que te recojan y te lleven a tu hotel o ryad sin mas complicaciones.
Una vez instalados en el acogedor ryad (Des Eaux  et Spa) donde nos alojábamos en plena Medina, casi al lado del café de las especias, y  a pocos minutos andando de la plaza Jemaa-el-Fna, y probar el delicioso te con menta de bienvenida que nos brindó su joven y gentil dueño Mustafá, sin perdida de tiempo salimos a comer y a visitar la ciudad.
Estos riads son casas familiares que como aquí las casas de turismo rural, se han reconvertido en establecimientos hoteleros.
Son preciosos, muy acogedores y con pocas habitaciones que se articulan en torno a un jardín central que suele tener un estanque, fuente o mini piscina; El trato es muy agradable y familiar.
Pasear por la Medina:
Desde el momento que te adentras en la Medina, en muchos instantes y como esperaba, tienes la impresión de haberte transportado en el tiempo: la gente, el ajetreo,  los carros tirados por borricos, y ese barullo, que no acoso. Inmediatamente te hayas en un lugar donde se mantienen los oficios de toda la vida, instalados en indescriptibles y laberínticas calles en maravillosos puestos que venden desde dátiles a lámparas preciosas (quizás alguna con un genio dentro).
Todo un universo de regalos y encantamientos a  precios realmente bajos si sabes regatear. Los vendedores te invitan, te requieren e intentan encandilar con sus exposiciones, pero no te abruman como en otros mercados de estas características en otras partes del mundo.
Nayra caminaba contemplándolo todo encandilada, y con cara de encontrarse en medio de un cuento.
Lo primero que ves cuando entras a la medina, y traspasas sus murallas es la Koutoubia junto a la mezquita que le da nombre.
Un imponente minarete de 70 m de altura y uno de los monumentos más característicos de la ciudad. Cada uno de sus frentes y sus arcos son diferentes, y se considera la hermana pequeña de nuestra Giralda.
A continuación, la plaza de Jemaa-el-Fna.
Sin duda esta plaza es el corazón de la ciudad y toda la ciudad baila en torno a ella tanto de día como de noche.. Fue elegida por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
Por el día es un bullicioso mercado donde se vende fruta, zumos, frutos secos y otros productos típicos, mientras encantadores de serpientes, saltimbanquis, tatuadoras de henna, beréberes con sus monos amaestrados, o danzarines, intentan captar atención y propinas de turistas y nativos.
Al atardecer, comienzan a instalar innumerables puestos ambulantes de comida, en los que prepara todo tipo de platos típicos como el cuscus, los pinchos morunos, o los tajines de verduras, carnes o pescados.
Y al caer la noche, en torno a todos estos restaurantes portátiles el espectáculo continúa, y se forman grupos (mayoritariamente de hombres marroquíes o turistas) en torno a todo tipo de animadores, cantantes, músicos, cuenta cuentos, acróbatas o curanderos. Todo un espectáculo.
La plaza Jemaa-el-fna está circunvalada por cafés donde se puede comer, cenar, o saborear un riquísimo te con menta en sus terrazas, mientras continúas observando el espectáculo de la plaza a cualquier hora del dia.
Lo primero que quiso hacer Nayra, fue tocar, acariciar a la serpiente de uno de los encantadores. Después tocó el regateo con la propina por la foto, claro...
A continuación de este preámbulo Fran de la jungla versión mini niña, para introducirnos sosegadamente en la ciudad, hacernos una composición de lugar, y comenzar a disfrutar, alquilamos una calesa que nos paseo por dentro y fuera de las murallas durante aproximadamente una hora.
Esto, es una buena manera de orientarte y dar el primer vistazo a todo (como el bus turístico de las grandes ciudades.)
Asimismo, si vas con niños, para ellos es como subir a una atracción de feria, o en la carroza de una princesa... y normalmente, como fue el caso, los cocheros son muy amables, e incluso dejan conducir los caballos a los niños.
Que ver casi obligatoriamente:
El barrio de Melah. Es el barrio judío donde ves las farmacias llenas de enseres y especias típicas, o la sinagoga.
Los jardines Majorelle. Propiedad del modisto francés Yves Saint Laurent.
Un precioso jardín botánico, creado en 1920 por el pintor frances Jaques Majorelle. Cactus gigantes, bambúes, cocoteros y miles de flores de colores que contrastan con los azules de sus pasajes y el edificio, creando un ambiente relajado para pasear.
La Medrasa de Ben Youssef( Madrasa o escuela coránica). La más grande de todo Marruecos fundada en el siglo .XV. El patio central es extraordinario.
El Palacio de la Bahía. Del siglo XVI, que fue ordenado construir por el sultán Saadi Ahmed al-Mansur. Hoy en dia se ven sus restos con varios jardines y algunas representaciones de arte islámico. Llego a ser uno de los palacios más bellos del mundo, con 360 habitaciones suntuosamente decoradas y un enorme patio central con estanques, fuentes y jardines a diferentes niveles. Pero por desgracia en 1696 fue destruido y despojado de todos los materiales valiosos que lo decoraban.
Hoy solo quedan mas ruinas prácticamente los muros de abobe. Pero merece la pena ir.
Las tumbas Saadis también en el barrio judio.
Allí, cuando me hallaba paseando tranquilamente, escuché: -“¡Javi!”. Me giré, y no podía creerlo. Era Javier. Un amigo de Nules, que conocí en la Ultra Trail de Guara a la que vino a participar dos años seguidos.
Pero la verdadera anécdota, es que la última vez que nos encontramos fue en pleno trekking del Everest en Nepal y hoy, en medio de las tumbas  Saadis de Marrakech en Marruecos. Los dos alucinamos, conjeturando en que parte del planeta nos volveremos a encontrar la próxima vez....
Con niños, tres días son suficientes para ver un poco todo sin prisas, y más si te alojas en pleno centro de la Medina.
En el caso de mi hija, obligatorio jugar con las serpientes, los camaleones, los monos o montar en dromedario por el palmeral a 10 km a las afueras (una divertida experiencia para los tres).
El cuarto día, realizamos una pequeña excursión hasta unas cascadas por el valle de Ourika en las estribaciones del Atlas, para ver campo abierto, y ponerle la guinda a esta sobresaliente experiencia. Si estáis mas días, no desechéis escaparos hasta Ouarzazate, para ver otra preciosa ciudad y visitar el desierto.
Os insto a que visitéis Marrakech. A mí me ha enganchado, y el domingo regresé con la sensación de que no será la última vez que pasee por sus angostas callejuelas.
Un buen destino donde perderse solo, acompañado y con niños.







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