WHITERHOSE

Hemos dormido bien. Ayer, en el aeropuerto tuvimos la amarga sacudida de quedarnos con lo puesto para hoy. Nuestro equipaje no llegó con nosotros, y nos fuimos a dormir con la promesa e incertidumbre de que hoy, en el vuelo de las 15 horas nos llegaría y nos lo llevarían directamente a nuestro hotel (Me precipité escribiendo en Vancouver, que el jamón ya estaba en la Yukón…). Esta mañana, el primer contacto con las temperaturas autóctonas que hoy eran de -20ºC, ha tenido que ser obligatoriamente con lo puesto, con la ropa que trajimos durante el vuelo apuntalada con un gorro y unos guantes que urgentemente hemos tenido que comprar cuando hemos visitado una tienda de deporte para recoger material que ya desde España vía email encargué: (pala, sierra, botas cubre botas, hornillo, gas, kamel back, etc). El pueblo de Whitehorse, me recuerda muchísimo a ese pueblo de la serie de televisión “Doctor en Alaska”. Casas prefabricadas de madera de una sola planta, con aires semicoloniales, ordenadas a lo largo de anchas y cuadriculadas avenidas. Muchas adornadas con vistosos rótulos o efigies de madera de osos, perros de trineo, caribús, y toda clase de mamíferos autóctonos, usados para anunciar desde un restaurantes japoneses a ópticas, pasando por licorerías o peluquerías. Al salir, el frio es tan agudo, que a cualquier hora, por la calle, te cruzas con tipos que han bebido algo más que agua… A primera vista, la galería de personajes que pueblan esta ciudad perdida, hace honor a este territorio salvaje: parecen tipos rudos y bravucones de largo pelo y dilatadas barbas; parecen viejos tramperos que ven desaparecer sus tradicional modo de vida, o veteranos de la segunda guerra mundial con sus gruesas guerreras. Su imagen unida a mi imaginación, los observa como seres condenados a vivir en plena comunión con una naturaleza traicionera y sus peligros. Pero dejando a un lado mi imaginación, nuestro contacto con la gente, nos sugiere que son gente insólitamente afable y cercana, porque a pesar del impedimento del idioma, no dudan en acompañarte cuando les preguntas por una dirección, o perder diez minutos de su tiempo incluso llamando por su móvil a otro amigo para consultarle la dirección que le has preguntado y el o ella desconocen. Un manto blanco inmaculado, que forma suaves ondulaciones de una nieve polvo increíble, recubre las aceras delimitando el pisoteado carril modelado para caminar por ellas. Las calzadas heladas con mucha circulación de coches y enormes todo terrenos. Curiosamente, todos los vehículos tienen una clavija de enchufe en el extremo de un cable suspendido de la morrera del vehículo, como si de un cordón umbilical se tratara. Mas tarde, descubrí que los coches aparcados, los conectan a bases de enchufe (como cualquiera de nuestras casas), que están instaladas en batería en las paredes frente a cualquier aparcamiento, para que por algún sistema o conjunto de resistencias eléctricas mantenga caliente el motor para que no se congele. Los conductores “sobre hielo”, son también extraordinariamente amables y no dudan en detenerse si aprecian tu intención de cruzar la calle mirándote con curiosidad. Fuera de Whiterhose, hasta donde me alcanza la vista se extiende la blancura de la nieve interrumpida solamente por alguna oscura línea de abetos en onduladas lomas no muy altas. El intenso frío de la calle me induce mientras caminamos con Salva, a meditar sobre nuestra susceptibilidad a las bajas temperaturas, o sobre la fragilidad general del hombre, capaz sólo de vivir dentro de unos límites estrechos de frío o de calor. Veinte bajo cero no significa aún la quemadura del hielo, pero provoca dolor en la cara y las manos, y lógicamente hay que protegerse por medio de manoplas, gorro, chaqueta de plumas, pieles, botas o calcetines de lana, y no con un forro polar, un pantalón tejano y unas bambas deportivas como hoy es mi caso. Teniendo en cuenta que el punto de congelación es treinta y dos bajo cero aproximadamente, no nos podemos quejar ya que en estas condiciones aguantamos el recorrido de local en local. Por la tarde, al regresar al hotel y recibir la buena noticia de que nuestro material había llegado, salimos de nuevo a pasear esta vez bien equipados y ¡anda que no se nota!. ¡Esto es otra cosa!. Mañana iremos a recoger la pulka (el trineo) que deberemos arrastrar durante la carrera conteniendo el material y la comida. Un día menos o un día mas. Buenas noches. El jamón está en la Yukón.